#TBT / Está en su rostro, en ese firmamento arrugado de su rostro, en su mirada sonreída de maestra de escuelas rurales, en sus ojos pequeños de líder nacionalista que gritan con fauces, con garras. Está en su sonrisa desdentada, tierna, en la voz atrapada en su garganta que emite un sonido milenario y repite las palabras: patria, libre, escuela, nación. Está en la oreja alargada que escuchó hace 77 años en la radio el rastro de la Masacre de Ponce, y de ahí las reuniones clandestinas, la celda repetida de la cárcel, los gases, la policía, la voz alerta.
Está en su blusita a vuelos, tierna blusita de mujer centenaria a quien no le gustaba que la llamaran abuelita y que hasta hace unos días asomaba su cuerpo a la playa y rugía menguada en actos nacionalistas. Está en su pelo blanco, blanquísimo, como la única estrella que flota en el cielo triangular, celeste, de la bandera. Única estrella. Única.
“Lo que anhelo es no morir sin ver a esta tierra libre”, dijo una vez. Isabel Rosado murió con 107 años. ¿Y la tierra?
Foto por Ricardo Alcaraz Díaz.