Si hay un tema que jamás dejará de ser reincidente en el arte y las historias narradas por las diversas expresiones humanas (música, pintura, teatro, literatura, cine, etc) es el tema de la muerte. Pero no sólo la muerte de aquellos que nos rodean y como lidiar con esta, sino la de uno mismo. El aceptar que uno no es inmortal y que, cuando menos uno lo espera, aún más pronto de lo que uno cree, puede morir por una enfermedad oculta en nuestro organismo. 50/50 trae ese tema una vez más a la palestra, de una manera brutal, honesta, conmovedora y al mismo tiempo muy divertida; convirtiéndose así en una de las mejores películas del año.
El título de esta película (50/50) es sumamente acertado por varias razones. En primer lugar, en cuanto a historia. El film, basado en una historia verdadera, nos narra el cuento de un joven de 27 años que es diagnosticado con una extraña variación de cáncer, el cual le da un 50 por ciento de probabilidades de vida. Es entonces cuando esta cruda e inesperada realidad le golpea tan fuertemente, que todos los cimientos de su existencia quedan sacudidos (amor, familia, amistad, trabajo, etc) y su vida es modificada para siempre.
En pocas palabras, 50/50 se refiere en un principio a las probabilidades de salir con vida que tiene nuestro protagonista. Pero al mismo tiempo, la película podría decirse que tiene dos importantes ingredientes en igualdad de condiciones. Es decir, tiene un 50 por ciento de drama y un 50 por ciento de humor, excelentemente balanceados. El director Jonathan Levine ha sabido fusionar con suficiente maestría y sutileza, el drama que implica una enfermedad tan terrible y angustiante como un cáncer terminal, con la frescura y la comedia de la amistad, la cotidianidad y el guión brillante del novel Will Reiser. En este mismo sentido, el peso de la película recae en un 50 y 50 en los actores Joseph Gordon-Levitt (quien interpreta al muchacho diagnosticado con cáncer) y Seth Rogen (quien hace el papel de su mejor amigo, funcionando a perfección como el ”cómic relief” del film).
Cabe destacar que la actuación de Joseph Gordon-Levitt es impresionante. Su papel está llevado con una sinceridad y una intensidad tal que personalmente opino que ha sido una de las mejores actuaciones en lo que va del año. Por su parte, Angelica Huston, Anna Kendrick y Bryce Dallas Howard interpretan sus personajes de modo brillante. Cada personaje está tan bien escrito e ideado, que funcionan como las piezas de un gran engranaje de una muy elocuente y sentimental maquinaria.
En cuanto a los elementos cinematográficos de la película, son de igual modo excelentemente trabajados para generar esta montaña rusa emocional que representa la historia. A lo largo de los 99 minutos que dura el film, uno se ríe, llora, vuelve a reír, llora un poco más, ríe mientras se seca las lágrimas y así sigue hasta que termina. Mención especial merece el soundtrack que está compuesto por temas excelentes y brillantemente utilizados a lo largo de la trama.
Sin duda alguna, el film resulta honesto, brillante y conmovedor porque es totalmente humano. La historia y la dirección de Levine se centran en sus personajes, sobre todo en el de Gordon-Levitt, haciendo de esta historia una universal. Junto a el protagonista, todos nos sentimos vulnerables, frágiles e inseguros ante el hecho de que nuestra vida puede ser contabilizada en tan sólo dos opciones: vivir o morir. De igual modo, es muy factible reconocerse e identificarse en el mejor amigo, en la madre o en cualquiera que interactúa con el personaje principal, pues todos hemos tenido que lidiar alguna vez con alguien que ha estado en esta condición, o al menos lo hemos imaginado. Y sí afortunadamente no ha pasado por esta experiencia, estoy más que seguro que a lo largo de esta película, lo va a sentir.