El detective
Chesterton sugería en 1902 que la narración detectivesca es el romance de la ciudad moderna, aunque con frecuencia se ambiente en un microcosmos del conglomerado urbano o, a la inversa, en la variante del thriller de espionaje, en un escenario internacional. En cualquier caso, su encanto marca un rumbo ambiguo entre la consolación y la desconfianza, entre la violencia desenfrenada y la fe en la ciencia y la lógica.
La figura del investigador, detective aficionado o policía, constituye el género y su potencial de renovación en una fórmula que no suele brillar por el estilo. Por lo general el investigador es una figura excéntrica. Quizás estas novelas de Lee y Guinness no trascendieron más porque su investigador, a diferencia del morfinómano Holmes, del cómico Poirot, del dandy Philo Vance, del agridulce Phillip Marlowe, de la entrañable Miss Marple, es un dechado de rasgos comunes; un tipo común, si bien esa “normalidad” hay que leerla en el contexto de su poco común clase social. James Greer, el detective de las novelas de Newton Gayle, parece haber sido escrito para que lo interpretara Leslie Howard, el dulce objeto del deseo de Scarlett OHara en Gone with the Wind. Antes de su apoteosis como héroe romántico en el filme de Victor Fleming, justo en 1934, año de publicación de la primera novela de Newton Gayle, Howard protagonizó la película The British Agent. En más de una ocasión, el narrador habla con asombro de la normalidad de Greer, como si en efecto, pretendiera llamar la atención sobre un rasgo que representa una transgresión de la fórmula:
I was struck once again by his absolute conformity to type, the English, sport-loving, well-born type. Slightly below the average height but well-built and athletic in his movements, Jim showed no distinguishing physical characteristics to mark him from his fellows in the Guards Club, say, or at a Scottish shooting party… Rather large head, light brown hair receding slightly from the temples (Death Follows a Formula, 61).
No obstante su “normalidad”, Greer es brillante, atlético, aficionado al alpinismo, asexual, todo un cerebro en busca de un deseo. El cuerpo del detective es producto de una lectura lombrosiana: cabeza grande, manos y pies pequeños. Un übermensch limpio, sin los extremos patológicos del nazismo. Miembro del servicio de inteligencia británico durante la Primera Guerra Mundial, su galardón es una cicatriz en la mejilla, la huella de una herida recibida en el frente de Gallipoli.
El narrador de las cinco novelas, Robin Upwood, diplomático de oficio en el Foreign Office, pertenece a la misma clase social, la nobleza menor, colindante con la pequeña burguesía. En la constitución del narrador tanto como en el retrato del detective se despliegan las reglas de composición del relato. El narrador es la cámara que registra sin cobrar conciencia y un rendido admirador del detective. Presenta la evidencia al lector, sigue las instrucciones del investigador y le cubre las espaldas. En las novelas de Newton Gayle impera la fórmula del narrador como contrafigura o extensión distraída del cuerpo del detective. El noviazgo y matrimonio de Upwood con Betty, hija del embajador de Estados Unidos en Inglaterra, no le impide recorrer el mundo en compañía de Greer, tropezando por doquier con asesinatos en busca de un analista. Betty aplaude el trotamundismo del marido porque, según éste, es “one of those modern wives who believe that occasional brief separations are the best insurance against matrimonial disaster” (The Sentry Box Murder, 2).
Tanto en el detective como en el narrador se cumple un rasgo del investigador anterior a la invención del relato hard boiled: son seres desconectados, ajenos a la escena del crimen. En las dos novelas ambientadas en Puerto Rico, Upwood y Greer son extranjeros por partida doble: ante los puertorriqueños y ante los gobernantes estadounidenses. De hecho, en la solución del crimen figuran como partidarios de la policía de la isla, comandada por un militar que resiente la intervención de los investigadores enviados desde Washington. Al parecer había fisuras en la estructura de poder de los “continentales” que eran las autoridades civiles de la colonia. La extranjería del detective y del narrador representa una curiosa modalidad de distanciamiento.
Las fórmulas de la muerte
La receta de la escritura policial de la llamada época de oro, en particular la estructura de clave-enigma (“clue-puzzle”), dio paso a un género inagotable a pesar de lo manido, que apenas ha aceptado variantes en cuanto al sexo y el origen nacional o étnico del investigador. Stephen Knight resume los ingredientes:
The setting of the crime is enclosed in some way… The story is also socially enclosed: lower classes, especially professional criminals, play very minor roles…The wider politics of the context are ignored… The victim will be a man (or quite often) a woman of some importance and wealth… Detection is rational rather than active or intuitional, a method which fits with the unemotional presentation of the crime… The rational and at most semi-official detection will focus strongly on circumstantial evidence and will eventually ratify it, properly interpreted, as a means of identifying the criminal… The writing style will usually match the rational circumstantial detection in being decidedly plain, expressing… a sense of social conformity, circumspection and sobriety… There will be a range of suspects, all of whom appear capable of the crime… Romance is rare… The identification of the criminal is usually the end of the story.
Confrontar esta lista, uno de varios intentos de codificar el género, con las novelas de Newton Gayle, arroja luz sobre las variaciones de la fórmula. Las novelas suelen seguir la convención del cuarto cerrado, un espacio material y simbólico donde se despliegan las pistas con una ética de “fair play” para el lector. El cerebral Greer lleva cuenta, en matrices que parecen informes de costos y beneficios, de la puntuación de cada sospechoso en la escala del crimen. La mayoría de los personajes se caracterizan con trazos superficiales y caricaturescos.
Importante es lo que las novelas aportan como uno de los raros vistazos a la colonia de “continental Americans” que residió en la isla, diseñó instituciones y gobernó directamente hasta mediados del siglo 20. Dicho de otro modo, estas novelas tienen la distinción de figurar entre los textos literarios escritos por “anglos” residentes en uno de los territorios coloniales de Estados Unidos. Contrastarlas, digamos, con dos títulos del británico Graham Green ubicados en el Caribe, The Comedians y Our Man in Havana, esta última una parodia de la novela de espionaje, podría servir para ir caracterizando esa mirada exterior al espacio periférico, el órgano más lejano del cerebro dominante.
La experiencia del imperio como extensión del atlas cultural de la metrópolis se encuentra en la literatura inglesa, como ha demostrado Edward Said en su lectura de las novelas de Austen, Conrad y el mismo Graham Greene. Por el contrario, la historia cultural del imperialismo de Estados Unidos se ha revestido de invisibilidad y silencio. Según V.G. Kiernan , se trata de un imperio “insularista”, prendado de una imagen narcisista de la excepcionalidad propia, creyente en el derecho natural a dirigir los destinos de la humanidad, proponente de la equivalencia entre sus intereses y los del resto del mundo. El mito fundacional del imperio cristalizó en las figuras del pionero y el cowboy asediados, como en el trasfondo de un sueño, por el indio pérfido y en estos tiempos por el no menos siniestro “illegal alien”. Fuera de las fronteras nacionales se articula otra poética del espacio, configurada por el silencio y el secreto, en recintos cerrados, a la manera de los lugares recónditos donde se aislaba a los enfermos de enfermedades contagiosas inconfesables. Me parece que no se ha visto bien cómo ese “insularismo” del poder imperial se contesta desde el espejo de las actitudes y referencias de la sociedad colonizada. No sólo es mutua la invisibilidad; también lo son la ilusión de excepcionalidad y los nacionalismos purísimos. En ese plano un tanto delirante se trazan los lindes fantásticos de las identidades y sus antagonistas: los yankees bárbaros de René Marqués vs. los “dirtiest race of men” de Cornelius Rhoads.
Es posible relacionar el lugar de la escritura de las novelas de Newton Gayle, el espacio geopolítico de la enunciación, con un desvío de la fórmula “clave-enigma”: la inclusión explícita de temas políticos. Tanto en Death Follows a Formula como en The Sentry Box Murder y Murder at 28:10 el highball se adereza con elementos políticos, de política internacional en la primera y la tercera y de política sucia washingtoniana en la segunda. La inclusión de este ingrediente del thriller de espionaje es muy notable.
Otra ruptura del patrón corresponde al estilo, que a diferencia de la escritura magra de una Agatha Christie, es, a ratos, oscuramente poético, e incluso oscilante, como cuando Upwood deja de contemplar la belleza de una mujer para embarcarse en arrebatadas descripciones del paisaje, de las flores, o del juego de la luz en una galería de La Fortaleza:
The Rainbow Gallery was rather anticlimactic after that, for all the wealth which poured through its panes and gathered in rich pools on the marble floor. Only Stella Tophet with fluffy omniscience (doubtless acquired overnight) insisted on telling us all about the origin of stained glass and exclaiming on the unusual beauty of the gnomon on the vertical sundial surmounting one of the old towers.
O esta descripción del mar, el primer párrafo de Murder at 28: 10:
Well-satisfied with the afternoon΄s accomplishment, I cleaned my brushes carefully and closed the easel. It had been a wonderful day for painting, the high hard sky flecked at the zenith with gleaming wisps of cloud above a coppery sea breathing and turning heavily, half-asleep. To be sure, today had not afforded the obvious Caribbean jewel-tones of jade and malachite which had made this same curving stretch of ocean and old Spanish fortification gleam and sparkle in my memory for two years past. But these harsher hues, to be caught only with cobalt and gamboges and crimson lake, pleased me no less: the tawny wall of Fort San Cristóbal with its vivid fluttery strips of flag, bronze-green palms and molted black-bronze of the water. (1)
Y en The Sentry Box Murder, otro mar, con variaciones:
Lazily I pondered the phrases used to describe that South Atlantic, Caribbean, West Indian blue. Sapphire, lapis lazuli, even larkspur blue one finds travel-books saying lushly. Each term is undeniable and all are inadequate. Color in this sea is a dimension, I thought, as I took a table on the downward-sloping flags and ordered a daiquiri from a waiter dozing on his feet by the door. (181)
En el primer párrafo citado, disimulada en la descripción pintoresca de impronta turística– el deseo de fomentar el turismo es un sub texto en la novela- está la primera clave de la solución del enigma. El segundo encierra una expresión de amor y familiaridad que rebasa al turismo y a la fórmula. En cuanto a los frecuentes juegos de palabras del narrador y el detective, que se proclama miembro del club de los “neglected positives” (¿raíces olvidadas?), estos remiten, según Gerald Guinness a un interés particular de Maurice.
La colaboración o escritura a cuatro manos es uno de los enigmas de estas novelas de enigma. En las cuatro novelas escritas en Puerto Rico es cierto que se hace difícil, más allá de una pincelada atribuible (la prosa ágil y escueta de Guinness, el paisajismo lírico de Lee) notar las costuras, el paso del uno a la otra, lo que podría indicar que tal vez, al pulir, Lee aplicaba los toques estilísticos finales, y Guinness apuntalaba la estructura de la trama. A falta de documentación directa, esta propuesta es sólo una especulación. Sobre la composición de las novelas, escribe Gerald Guinness hijo de Maurice:
As for the writing of the Newton Gayle detective novels, this is how it worked: my father and Muna would agree on a plot and then they would write alternate chapters! From time to time they would have “editorial meetings” where my father might say (or so he told me), “By the way, Muna, I΄ve killed off the butler”. To which Muna would say “No Maurice, you can΄t! I need him for Chapter Six”. Whereupon the butler would be resurrected. Personally, I can΄t see any differences between their styles. They were good friends and they worked in perfect harmony.
Además del cuidado estilístico abundan las citas y referencias literarias, sin que se logre la profundidad en la caracterización sicológica de los personajes que se atribuye a la culta Dorothy Sayers. Vale anotar que Sayers, una de las grandes maestras del género policial, publicó en The London Sunday Times una elogiosa reseña de Death follows a Formula, que se cita en la nota de solapa de Murder at 28:10: “Newton Gayle… a newcomer to the world of detective fiction, deserves a cordial welcome, for his first book is lively, well-constructed, and important…The detective work is highly ingenious and the conclusion particularly fine”.
Las novelas de Newton Gayle rinden tributo a una tradición letrada de la escritura de la violencia. El epígrafe de Murder at 28:10 es del poeta que fue dramaturgo de tramas truculentas: “For I must talk of murders, rapes, and massacres/Acts of black night, abominable deeds” (Shakespeare, Titus Andronicus).
Para más detalles sobre esta serie de artículos y para la obteción de las notas al pie de página no dudes en comunicarte con Mariana García Benítez a la siguiente dirección: marianagarciabenitez@gmail.com
Pulsa a quí para leer la primera entrega: https://dialogo-test.upr.edu/en/desafio/2010/06/enigma-resistente-primera-parte
Pulsa aquí para leer la segunda entrega: https://dialogo-test.upr.edu/en/desafio/2010/06/enigma-resistente-segunda-parte