
Vivimos en una sociedad de consumo. Obviamente, para que una sociedad de consumo se sostenga es necesario que las personas gasten. Para mi sorpresa, según me explicaron hace algunos meses dos profesores de economía, el consumo responde más al aspecto emocional que al racional. Es decir, comprar es una acción psicosocial que se rige por los sentimientos, más que por las necesidades o la cantidad de dinero que el individuo tenga. Los profesores también me explicaron que si los consumidores sienten incertidumbre acerca de su futuro económico, gastarán menos. Por el contrario, si las personas sienten seguridad gastarán más; y al poner más dinero a correr, ayudan a que el sistema se recupere. Eso implica que además de las medidas que implemente el gobierno para reestablecer la economía, es necesario que ocurra un cambio en el sentir de la gente. Algo que les haga sentir seguros y confiados de gastar su dinero. Los líderes políticos que ostentan el poder son los llamados a enviar ese mensaje de esperanza; pues son quienes más capacidad tienen de influir en el ánimo de la gente. Pero el problema es que en este momento no parece haber nada bueno que decir. Que un líder se nos pare al frente y nos diga que todo está bien y que pronto saldremos de este desastre, sería mentirnos en la cara. Y este pueblo ya está cansado de oír mentiras. El cuadro no es nada alentador: despidos en el gobierno y en la empresa privada, alzas en los precios, crimen devastador… ¿Qué nos queda? ¿Qué hacer? La historia nos dice que las crisis son superables, pero para superarlas hay que trabajar y sacrificarse. Nos queda entonces luchar por salir de la crisis. Buscar trabajo, sembrar la tierra, ayudarse entre vecinos… Hacer del limón, limonada; agarrar el toro por los cuernos y despertar.
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