La música las hace libres. Libres para expresarse y libres para comunicar diversos sentimientos.
La instrumentalista y profesora de música Brenda Hopkins lleva una trayectoria exitosa tocando el piano en armonía con el jazz y otros ritmos como el flamenco.
En cambio, las integrantes de Émina –Alexandra Rivera, Janice Maisonet y Amarilys Ríos– constituyeron en 2016 una agrupación que fusiona el lenguaje del jazz con hip-hop, música electrónica y bomba. Desde entonces se la pasan retumbando las bocinas en cuanto recoveco musical logran presentarse.
Estas mujeres no quieren tocar como hombres ni tampoco tocar “bien para ser mujer”, como comúnmente se comunica el subconsciente machista de nuestra sociedad.
Estas mujeres tocan como seres humanos que pretenden canalizar todas sus emociones por medio de la música sin distinción de instrumento, porque no hay tal cosa como que unos son para hombres y otros para mujeres. Y es que tampoco hay tal cosa como que el máximo nivel de excelencia es tocar como un hombre.
Así, en la búsqueda de esa expresión, Hopkins divisó el piano apenas cuando tenía cinco años y se convirtió en la primera persona en su hogar en ingresar a la música.
“Para mí el piano era el instrumento perfecto porque tenía esta combinación percusiva y melódica que me permitía expresar las cosas que quiero compartir”, admitió.
En cambio, Rivera sí creció en un hogar en el que la música era el epicentro. Desde temprana edad, sus juguetes eran los instrumentos que pernoctaban en su casa.
Asimismo, recordó que lo más que le gustaba del piano era que el instrumento “suena rápido y no hay que pasar mucho trabajo para sacarle sonido”. En todo caso, dijo, el piano fue quien la escogió a ella.
Para Maisonet, por su parte, el camino hacia el saxofón fue un tanto distinto. Empezó con la flauta dulce en la escuela elemental y luego, intentando emular a su maestro, escogió la trompeta. Sin embargo, ese mismo maestro la impulsó a que intentara el saxofón. “La realidad es que cogí el saxofón y me enamoré del instrumento”, reconoció.
En el caso de Ríos, esta incursionó primero con el piano, pero aceptó que no era el instrumento apropiado. Ahora, la percusión –en especial los barriles– fue otro asunto. Desde el primer encuentro, Ríos se embelesó con la percusión y aunque precisó que puede tocar las congas y el bongó, “el barril es lo que me encanta”.
Entonces, ¿cómo es que el jazz las atrapó? Para Hopkins, su enredo con el jazz fue más casual. Empero, la creadora de Aeropiano confesó que lo más que le apasiona del género es la improvisación.
“Yo sé que eso es un elemento importante en el jazz y en todas mis canciones va a haber un momento para improvisar”, apuntó.
Mientras que para Ríos y Rivera, la interacción con el jazz se produjo luego de haber eludido la música clásica. La libertad de expresarse por medio de la improvisación enchufó inmediatamente a Rivera en el jazz. Ríos, por su parte, estimó que la delicia del estilo musical yace en la comunicación que surge entre cada músico durante una pieza. En cuanto al encuentro de Maisonet, este tuvo como escenario el Taller de Jazz dirigido por el profesor Sammy Morales, del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico, al cual se matriculó por recomendación de compañeros de clases.
Nuevos referentes
Aunque en varias ocasiones percibieron ciertos prejuicios, las integrantes de Émina aseguraron a Diálogo que han sido más los momentos en que han sido ubicadas como ejemplo para las niñas que interesan tocar instrumentos en el Jazz.
Entre las situaciones de prejuicio que experimentaron, a nivel individual Maisonet recordó que en una ocasión no la contrataron para un “guiso” porque la persona no confiaba en que una mujer podría interpretar el saxofón. Ríos, de su lado, señaló que al ser una agrupación de mujeres, cuando se presentan en vivo perciben el “fenómeno de ver para creer”.
Sin embargo, eso no ha significado un detente en su trayecto. De acuerdo con Ríos, uno de los elementos más enriquecedores tras concluir una presentación es ver el impacto que pueden tener en las niñas que desean aprender los instrumentos para incursionar en el jazz.
“Uno se siente bien de ser inspiración para esas niñas porque ellas te están viendo y dicen que quieren hacer eso. Dicen ‘si ella lo hizo yo también lo puedo hacer’… y yo creo que eso es importante”, sostuvo Maisonet.
Por otro lado, Hopkins entiende que la cantidad de mujeres instrumentistas va en aumento, algo que ha podido percibir en sus salones de clase.
Mencionó a otras mujeres que vienen haciendo lo propio en el jazz como Angélica Kolsán (bajista) y Carmen Noemí (pianista) del grupo Cafézz, entre otras.
La pianista reconoció que cualquier movimiento de cambio surge cuando se le da visibilidad y “espacio a esa voz”. La educación, en combinación con esa visibilidad que Hopkins habla, es lo que al final podría dar una estocada definitiva a los estereotipos y constructos y así, de una vez y por todas, sacar a la mujer de los suburbios socioculturales.
Sigue la serie Ellas en el Jazz.
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