Una de las principales inquietudes que me surgió a finales de la pasada huelga estudiantil en la Universidad de Puerto Rico (UPR) fue la presunción de “a mayor número de compañeras participando, más democrático el espacio, más equitativo y justo es”.
Es importante reconocer el aumento en cantidad de compañeras involucradas en procesos de lucha estudiantil. También es preciso destacar que la pasada huelga en la UPR fue la primera con muchas mujeres en posiciones de liderazgo. No obstante, concluir en que espacios como esos son más democráticos, menos machistas o que tienen mayor participación femenina, me parece errado. Luego de escuchar anécdotas, de reflexionar sobre mi experiencia y de largas discusiones y conversaciones con compañeras, me reafirmo en que, si bien la huelga tuvo cara de mujer, lograr que estos frentes sean más equitativos y feministas no se puede mirar exclusivamente a razón de números y rostros.
En el caso de las compañeras en posiciones de liderazgo (quizás aquí debo hablar por mí) toma tiempo, coraje y ruptura lograr el reconocimiento, la legitimidad y el respeto por parte de compañeros y, claro, de compañeras. Me explico. Luego de seis años participando en diversos espacios de formación y organización política en el movimiento estudiantil, debo reconocer que ha sido mi personalidad la que me ha ayudado a hacerme paso en dichas esferas.
Ser atrevida, firme, engavetar los nervios y el miedo cuando se asoman, han sido piezas claves para lograr compartir mis ideas, propuestas y diferencias. Sin embargo, ese temple cuesta mucho. Recuerdo el sinnúmero de ocasiones en las que compartí (y comparto) mis ideas y propuestas con compañeros de confianza antes de entrar a las reuniones para asegurar dos cosas. La primera, que no es una idea o propuesta descabellada o irracional y, la segunda, — quizás la más importante— asegurar el apoyo de un colega antes de lanzar la idea al colectivo. Así es. Resulta que, aunque en una reunión seamos ocho compañeras y cuatro compañeros, estos aún acaparan el espacio, insisten en cuestionar una y otra vez nuestras propuestas y —lo peor— no controlan su lenguaje corporal, es decir, viran los ojos, se ríen y murmuran entre sí. No, no exagero.
De igual manera, muchas veces tuve que buscar la mirada de aprobación de algún compañero en medio de un turno de participación. No se me olvida la cantidad de ocasiones en las que compañeras expresaban sus ideas, propuestas, diferencias y no se tomaron en cuenta porque, a juicio de la mayoría, no tenían sentido. Pero tampoco se me olvida que si esas mismas ideas, propuestas o diferencias eran expuestas por compañeros (o incluso por compañeras que gozamos de respeto) eran las primeras ideas y propuestas en ser discutidas.
Hubo momentos en los que tuve que intervenir para que escucharan a mujeres, así como hubo instancias en los que compañeros se me acercaron para pedirme que hablara con X o Y compañera para que hicieran mejor su labor o cambiaran su postura. Sí, como si fuera un papá pidiéndole a su hija mayor que le ayude con la menor.
¡Ah! No se me olvida tampoco la noche en la que me escogieron para participar en la reunión con la Junta de Control Fiscal y un compañero me cuestionó si estaba “ready”. Fueron muchas las compañeras que me agradecían y felicitaban por los turnos porque pensaban lo mismo o porque querían decirlo y no se atrevían. Y sí, los espacios de discusión política aterran, porque son violentos, porque hablamos de lo que incomoda.
También es cierto que para hacernos escuchar hay que hablar y si queremos participar hay que apropiarnos del espacio. Pero también es cierto que las cosas pueden ser distintas. Estoy cansada de que la respuesta de los compañeros sea que nos toca a nosotras. Sí, nos toca, eso ya lo sabemos, pero también les toca a ustedes. Les toca ceder el espacio. Les toca sensibilizarse. Les toca escucharnos. Les toca dejar de reconocer a unas y a otras no. Estamos cansadas de que la única forma de ser escuchadas sea levantando la voz, poniéndonos a la defensiva y tener que pedirles una y otra vez equidad.
Para que una lucha tenga rostro de mujer, se necesita de compañeros que reconozcan sus privilegios, que dejen de hacerse de la vista larga y que omitan su actitud vigilante en el proceso de formación de cada una de nosotras. La huelga la sostuvieron las compañeras igual que las mujeres sostienen al país y, no obstante, muchas nos sentimos intimidadas, cuestionadas, invalidadas y minimizadas. Es hora de cambiar estas prácticas. A las compañeras que militamos y nos formamos políticamente nos toca leer de política, economía, feminismo e incontables disciplinas más. Mientras que a los compas —sí a ustedes también les toca— leer de feminismo, despojarse de su masculinidad tóxica y dialogar sobre cómo hacemos los espacios más participativos para todas. En tanto no lo hagan, seguiremos abriéndonos camino, pero de manera injusta. Aún así, vendrán rupturas mayores porque la lucha será trans-feminista…
Agradezco infinitamente la valentía de las compañeras que me motivaron y continúan motivándome a asumirme en los espacios. A Coraly, Shariana, sobre todo. Porque no callan, porque cuestionan, porque construyen. A Alexa y Thalía, con quienes enfrento a la (in)justicia. Al montón de bravas que se tiraron a la huelga, seguimos. El espacio es nuestro, la lucha es nuestra. A tomarlos y a seguir construyendo la universidad que queremos.
La autora es estudiante graduada en la Escuela de Trabajo Social del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico.