Por: Eduardo J. Suárez Silverio, PhD
“Los deberes para con la naturaleza, …, son los que más inducen a contemplar el orden de la naturaleza exterior como una responsabilidad personal, de tal modo, que ninguno de nuestros actos, pensamientos o propósitos, contradiga de una manera esencial ese orden físico” (Hostos, E.M., Tratado de moral, p. 139).
El panel internacional de cambio climático (IPCC en inglés), un organismo de las ONU compuesto por científicos de diversos países, periódicamente expresa su opinión con relación al estado del clima de nuestra Tierra. Desde la década de 1960 se sabe que la emanaciones de los derivados del petróleo, que atrapan el calor en la atmósfera, nos llevarán a aumento de temperaturas a nivel mundial desconocidas por la humanidad en los pasados 10,000 años: La era de la civilización.
En estos días se ha tenido un acceso informal al próximo reporte del IPCC, que debe salir a finales del 2021. El informe presenta un futuro alarmante para la humanidad en las próximas décadas. Se espera que vamos a pasar el límite seguro de 1.5 grados centígrado antes del 2050 y que, de no tomar medidas drásticas con reducir los gases que atrapan el calor, podremos subir a 3 grados centígrado. Esto nos introduce a un nuevo escenario desconocido y, a la vez, alarmante.
Esto implica el aumento en altas temperaturas y en sequías que ponen en peligro las diversas formas de vida. Sobre todo, me refiero a los granos, vegetales y las frutas que son esenciales para nuestra sobrevivencia. Sin el heno, la soya y otros granos, que forman la base de nuestra pirámide alimenticia, peligra la humanidad. Los insectos, organismos indispensables en nuestro ecosistema, también se encaminan a la extinción. Específicamente en el Caribe, a medida que se calienta el mar, veremos un aumento en la erosión costera y en las tormentas y en los huracanes. Tendremos que crear nuevas categorías de huracanes (6, 7…). Nuestros temores a estos fenómenos climáticos se prologarán de mayo a noviembre.
Nuestra civilización moderna está basada en el petróleo. Gracias, en parte, a este producto, que tomó millones de años en formarse, se han desarrollado las industrias, nuevas formas de transportación y comunicación y los adelantos en la medicina. Estamos intentado movernos a otras fuentes de energía que sean renovables, pero no se perfila una reducción significativa del petróleo en esta década. El sol y el viento no generan la intensidad de energía que derivamos del petróleo. El problema con este producto son sus consecuencias, que incluye el dióxido carbón y los plásticos, y que han agravado el ecosistema.
Otros de los grandes enemigos de la Naturaleza es la agricultura científica y la cría de animales doméstico y de consumo. Le hemos hecho mucho daño a la tierra. El monocultivo no es natural al terreno. No hace falta ver los terrenos “salvajes” para comprender la riqueza en plantas y animales que forman el ecosistema en estos lugares. Para “domesticar” la naturaleza, hemos usado fertilizantes, herbicidas e insecticidas, que terminan en los cuerpos de agua y los océanos.
El metano es un gas que, a corto plazo, es más potente que el dióxido de carbón en atrapar el calor en la atmósfera. El ganado mundial (que se calcula en mil quinientos millones) emiten, a través de la digestión, este gas. Los animales domésticos y nosotros ya constituimos cerca del 96% de los mamíferos vivos, lo que implica que estamos en “la gran sexta extinción”. Otra fuente de metano es el permafrost, que contiene acumulaciones congeladas de plantas y animales muertos desde hace miles de años. A medida que se calienta el ártico, se descompone esta materia orgánica, convirtiéndose en dióxido de carbón y metano, que entran a la atmósfera.
Los océanos, que hemos asumido como fuentes infinitas de alimentación, también peligran. La sobre pesca, con barcos como “fábricas flotantes”, ha resultado en la disminución de la vida en el mar. Además, los océanos han atrapado gran parte del dióxido de carbón que producimos, resultando en su acidificación. Esto implica que los moluscos y otros animales primarios que producen caracoles, y que necesitan un grado de alcalinidad en el agua, también peligran. Además, el calentamiento del mar ha producido grandes zonas muertas, en la que, debido al bajo grado de oxigenación por el calentamiento del agua, no hay peces y otros organismos. De igual forma, los corales, organismos que forman la base de la vida acuática, se blanquean y se mueren, debido a las altas temperaturas en el mar. Por último, se habla de las inmensas islas de plástico que se forman en los océanos: El mar agoniza…
Ante esta crisis ecológica (y humana) hay diversos pronósticos. Los más optimistas presentan reajustes radicales como: i. el colapso de nuestra civilización capitalista y consumista, ii. la transferencia al interior de las ciudades y poblados costeros, ante océano cuyos niveles aumentan, y iii. una reducción significativa de la población mundial, que se acerca en las tres próximas décadas a 8,000,000. Para comprender este crecimiento hace falta considerar que a finales del siglo 19 (¡hace sólo 150 años!) la población mundial era aproximadamente 1,500,000 y desde entonces ha crecido de manera abrupta en una Tierra que contiene recursos limitados.
Se ha dicho que si toda la población mundial viviera como las clases media y altas norteamericana y europeas, se necesitarían varias Tierras para satisfacer esta demanda: Esto ejemplifica la mala distribución de las riquezas. Se calcula que la huella de carbón de la población de los países consumistas (capitalistas) es significativamente mayor que la que hallamos a través del resto del mundo. Esto también señala una gran injusticia, pues son precisamente los países más pobres lo que habrán de sufrir en mayor grado el calentamiento global.
Por otra parte, los más pesimistas hablan de la extinción de la especie humana dentro de este siglo (sin contar los sociópatas que subsistirán por un tiempo en “bunkers”). Con altas temperaturas, sin alimentos y sin agua nuestra vida peligra. De todas maneras, en ambas instancias, la optimista y la pesimista, lo que se perfila es que la vida de las futuras generaciones será muy difícil. La forma de vida que hemos asumido como normal y natural no será posible. Esto incluirá: i. la escasez de alimentos y de otros bienes que damos por sentado, ii. áreas de la Tierra que serán inhabitables por el calor y la falta de agua, y iii. la reducción de los viajes aéreos: Recordemos que los aviones funciona a base de derivados de petróleo (jet fuel), emitiendo los gases que atrapan el calor en las altas esferas de las atmósfera.
Esta próxima crisis ecológica es y deber ser la noticia más importante de la humanidad: El colapso de nuestra civilización moderna tecnológica y la posible extinción de nuestra especie. De esto deberíamos estar hablando todos los días en los medios de noticia y entre la población. No hay un asunto más importante. Debemos entender por qué la humanidad se enfrenta a un posible hospicio ecológico y qué podemos hacer para evitarlo. En caso de que no se pueda evitar, como en los pronósticos terminales de salud, podremos reflexionar sobre qué cosas son importantes en nuestras vidas. Entonces, comenzaremos a vivir con propósito y profundidad.
Existe un desconocimiento general en torno a la crisis ecológica. Sí, se sabe que algo malo habrá de ocurrir en el clima y la Naturaleza, pero se supone incorrectamente que no debemos preocuparnos, pues “ocurrirá en un futuro lejano” (lo que refleja un egoísmo e irresponsabilidad hacia las futuras generaciones) y, de todas maneras, “los científicos habrán de lidiar con este asunto”. Somos fieles creyentes en el falso dogma “que no hay obstáculos que no se puede vencer con la ciencia y la tecnología”. El problema con este supuesto es que son precisamente los científicos los que nos han advertido por décadas que nos acercamos a un apocalipsis ecológico. ¡De ésta no nos liberamos con inventos y tecnología!
Tenemos una responsabilidad moral con las futuras generaciones. Esto implica que debemos educarnos, y educarlos, de manera que tomemos las decisiones correctas para mitigar esta crisis ecológica. Pero esta crisis no se resuelve como país, sino como humanidad. Sólo cuando entendamos los obstáculos que confrontamos, pasaremos a crear la conciencia (o identidad) universal de la que tanto ha hablado el cristianismo y el modernismo secular.
Al final, la Tierra habrá de superar esta crisis y, después de milenios, podrán emerger y consolidarse nuevas formas de vida. La Tierra es resiliente. Por otra parte, la pregunta importante es: ¿estaremos los homos sapiens civilizados incluidos entre las especies que sobrevivirán? Debemos aceptar la posibilidad de nuestra extinción. Después de todo, se calcula que entre el 95% y el 99% de las especies que han existido en la Tierra han desaparecido.
Por último, estuve inseguro sobre si debería usar el término “apocalipsis” o “crisis” en el título de este ensayo. Opte por el segundo, pues no tiene el intenso pesimismo del primero. No quería alarmar. Pero temo que nos espera un apocalipsis. No porque nuestra desaparición esté predeterminada por Dios de acuerdo con un plan divino, sino porque no nos interesa, ni estamos dispuesto a hacer, los sacrificios necesarios para evitar lo peor de este escenario ambiental.
El autor es profesor del Departamento de Estudios Graduados, Facultad de Educación Eugenio María De Hostos de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.