
A través del cristal colmado de billetes de la Lotería, se entrevé una figura de mediana estatura, con cabello tan blanco como la camisa que porta, absorta en algún quehacer cotidiano. Al abrir la puerta de su pequeño establecimiento, sin embargo, la figura cobra otro matiz, y se convierte en Felipe Flores: uno de los billeteros más antiguos de la Plaza del Mercado. Natural de Río Piedras, del barrio Venezuela, Felipe lleva alrededor de 30 años vendiendo papelitos que reparten suerte al azar, y, a sus 74 años de existencia, profesa con orgullo que aún trabaja los siete días de la semana, de seis de la mañana a cinco de la tarde. “Trabajo lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo”, dice jocosamente mientras atiende a sus clientes con aire familiar. Con toda una vida trabajando, sus ánimos aun no se atenúan. Emana de su ser cierta calma y tranquilidad que contrasta con el bullicio que hay en su pequeño cubículo. Resulta asombroso que tanto objeto quepa en tan pequeño espacio. Cajas, cartapacios, papeles, estatuillas, billetes, billetes y más billetes. Dice, como si fuera una terapia y con simpleza, que un día cotidiano suyo es vender billetes y que le gusta, pues ha vivido de ello. No obstante, antes de entrar al negocio de billetes, trabajó en el Gobierno diez años, cinco en la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados, y otros cinco como chofer del general Juan César Cordero Dávila, según él, distinguido militar puertorriqueño que lideró por un periodo al Regimiento 65 de Infantería y años luego fue General de la Guardia Nacional de Puerto Rico. “Él es historia, ¿sabes?”, dice con el pecho inflado de orgullo por haber sido chofer de semejante hombre. Luego de trabajar en el Gobierno, Felipe estuvo 25 años trabajando en el San Juan Board of Realtors. Fue mientras trabajaba en ello, que comenzó en el negocio de los billetes de Lotería. “De ahí, se puso malo el negocio de ‘real estate’, y, pues, mi hermano trabajaba también en billetes, y me entusiasmó en los billetes, y me estaba buscando, por lo menos, el sustento de mis muchachos, y empecé a trabajar billetes. Y me gustó y me quedé.” Sin embargo, aclara que “todo no es color de rosa”, pues, según su criterio, la venta de billetes ha descendido alrededor de un 75 por ciento en estos últimos años. “Yo saco los billetes de la Lotería, si no los vendo, me los tengo que jugar, porque la Lotería no devuelve dinero”, significando en pérdidas para Felipe. Los billetes que sobran “los guardo de recuerdo”, ya que después que pasa la fecha para venderlos, la cual es el martes, pues la Lotería Tradicional se tira todos los miércoles, no sirven para nada. Como evidencia, los tiene metidos en cajas y puestos en estantes, escondidos detrás de sus estatuillas. Esta disminución en ventas de billetes, opina, se debe a los otros juegos de azar que han surgido, como la Loto, Pega 3 y los Raspa’os, que compiten con la Lotería Tradicional. Además, también le adjudica la disminución en ventas a la crisis económica que enfrenta el país, pues las personas ya no se arriesgan a invertir su dinero en juegos de azar, ni siquiera para probar su suerte, porque “si lo necesitan pa’comer, no los cogen pa’ jugar”. Cambiando un poco de tono, dice que para pegarse hay que tener suerte, y confiesa que nunca se ha pegado, aunque sí ha vendido premios ganadores, “¡pero nadie trae nada!”, admite entre risas, refiriéndose a que nadie ha compartido con él alguno de esos premios ganadores. En cuanto al futuro de la Lotería Tradicional, Felipe no le augura buen porvenir. Predice que seguirán surgiendo otros juegos del azar, y la venta de billetes puede que siga disminuyendo, “al punto que la eliminen”. En cuanto a su futuro, él dice “ya no puedo trabajar más, de aquí pa’ la casa”. Mas, sus ánimos no necesariamente sustentan ese dictamen, ya que, en fin, a Felipe, la suerte lo acompaña, aunque no sea pegándose en la Lotería, sino más bien, dándole ese entusiasmo intocable y esas ganas de levantarse a trabajar todos los días. Taller de Diálogo