Es temprano. Clima fresco, algunos rayos de sol se filtran por entre el cielo gris. Recorro la Universidad. A esta hora del día hay poca gente, o todos permanecen dentro de sus casetas. Los que no, miran desconfiados. Si algo ha cambiado en estos días es eso. Y no es para menos. Con los rumores de que en cualquier momento pudiese intervenir la Policía hay que estar alerta. Hay algo que cambia y se siente en al aire, te ven raro, cambia la mirada. Pero basta intercambiar unas palabras para que los músculos se relajen, se desarme la tensión y todo corra en paz, como hasta el momento ha ocurrido. En varios portones hay instaladas barricadas hechas con lo que se encuentra. Tubos, maderas, cadenas. Afean bastante el paisaje. Fueron armadas por unanimidad. No todos están de acuerdo, máxime cuando hasta el momento se ha intentado apalear la injusticia mediante un comportamiento sosegado. Pero en votación, mayoría es mayoría. Cerca del portón de la Escuela de Comunicación ubicado en la Ave. Gándara, una muchacha menuda, simpática dice sentirse orgullosa, emocionada por la organización, el buen trato y los lazos que se han estrechado entre los estudiantes que ahí pernoctan. “Nunca había visto algo así, se me paran los pelos”, con la sinceridad con que lo dice, hace que a uno se le contagie un poco su alegría. Varias bicicletas están aparcadas cerca de donde hablamos. A varios metros hay una ducha improvisada. En estos momentos el ingenio corre a la velocidad de la luz. En el ambiente no parece ocurrir nada trascendental, memorable y es precisamente en esa falta, en ese vacío, donde todo pasa. Estos estudiantes no han buscado juntarse, crear afectos, los lazos se han hecho solos. Punto. Hasta el momento el día bien podría resumirse en estas palabras del escritor estadounidense Ambrose Bierce. “Planear: preocuparse por encontrar el mejor método para lograr un resultado accidental”. Escribo en un banco bastante incómodo. Se me acerca una muchacha semidesnuda. Hay varias como ella. Tienen, desde la mitad para arriba de sus cuerpos, flores e íconos de paz pintados. Carga con un letrero que dice “respeto”. Me mira por un rato y luego, bajito: “escribe cosas lindas de mí”. No le hago caso. Lo bello no se presta para redundancias. Fotos Karisa Cruz Rosado