La de ayer muy bien podría definirse como otra “jornada memorable” para la Salsa. Una en la cual más de treinta mil personas se reunieron bajo el azul intenso y soleado del cielo caribeño, a gozar y delirar con las estrellas del género. Otro gran “Día nacional de la Salsa” como el de hace un año, o el de hace dos y seguramente como cada uno de los anteriores y en los cuales, bajo el pre-texto de homenajear a inolvidables figuras de la música caribeña y latinoamericana, se han dado cita los mejores exponentes de la expresión salsera con sus incondicionales seguidores. En esta edición el homenaje al legado musical de don Rafael Cortijo y de don “Tite” Curet Alonso era el motivo que convocaba. La Orquesta del fenecido don Tommy Olivencia; don “Quique” y Papo Luca con su Sonora Ponceña; Roberto Roena y su Apollo Sound y Rafaelito Cortijo e Isamelito Jr. recrearon una tarde “irreal” que parecía suspendida en tiempo y espacio al interior del Hiram Bithorn. Todos bailaban y cantaban como si “Casimira”, “Marejada Feliz” o “El Negro Bembón” fueran éxitos de ahora. En toda su dimensión se trató de “un momento especial”; algo único e irrepetible. Un lugar separado del mundo exterior más por el alboroto de las miles de almas congregadas que por las paredes y tribunas del estadio.
Pero sin duda fue al caer la luz del día cuando el “ritual” salsero llegó a su éxtasis. Los cientos de colombianos, mexicanos, venezolanos, panameños, peruanos y de demás nacionalidades, ya se habían fundido bajo el calor del sol, el repicar de campanas, el zapateo incesante del baile y el compartir de un trago de ron con la localidad boricua. Fue, entonces, que ese único pueblo estalló en júbilo cuando la orquesta dirigida por otro de los homenajeados, el maestro Louis García, entonó el repertorio “Fania” de don Tite. Inmediatamente, los clásicos de la constelación salsera -Adalberto Santiago, Ismael Miranda, Cheo Feliciano- se hicieron presentes en el escenario interpretando “Galera Tres”, “Los entierros de mi gente pobre” y “Anacaona”, entre otros temas memorables. Y allí, en medio de esa noche continental, llegó el inesperado, el salsero que le canta a la Latinoamérica unida. Rubén Blades hizo una aparición casi fantasmal; como encarnando el espíritu renovado y fortalecido de un sentimiento musical golpeado por la desaparición, cada vez más frecuente, de sus forjadores -entre las más recientes las de los maestros Joe Cuba y Many Oquendo, y la del productor Ralph Mercado.
Rubén, como siempre, trajo esperanza; cantó “Plantación adentro”, quizá la composición más célebre que él interpretara de don “Tite”; reconoció la herencia sonera de históricos como “Cheo” y Andy, el niño de Trastalleres que también estuvo en la gala; y junto a estos dos se unió en una histórica imagen a Adalberto, Ismael y Roena dejando constancia que al igual que ayer mañana fue la Salsa.