En Nerja (Málaga) España, a 24 de noviembre de 2009 Esta mañana, cuando bajé al café, estaban levantando la placita donde desayuno todos los días; junto a la solería caían, para no volver a levantarse, jazmines y rosales. En una esquina se veían restos de maceteros y geranios pisoteados. Incapacitado para ciertos desapegos, fruto de alguna oscura tara del alma, regreso mohino al trabajo, zarandeado por este nuevo naufragio. Por la noche, los pies ligeros de la tecnología y el afecto de mis amigos de Puerto Rico me traen nuevas de la isla. Nuevas…viejas: los desalmados de siempre quieren urbanizar el manglar, las ceibas, la sombra de las palmeras, aquel recodo del sendero donde la luz tamizada de la tarde era una promesa…, nuestras almas. Aquí y ahí los mismos temporales. Inesperadamente, cruzaron mi mente mariposas y geranios: si el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede provocar una tormenta en Nueva York, un geranio mancillado en un pueblecito del sur de España puede explicar la destrucción del hermoso paisaje que una vez recorríamos, luminosos de sol y amistad, entre Luquillo y Fajardo. Engendra la mariposa, con una leve vibración del aire, una espiral de procesos aleatorios, incontrolados….naturales: teoría del caos, que crea mundo. El geranio maltratado culmina (o inicia, tanto da) procedimientos más ordenados, mejor dirigidos….administrativos: práctica de la especulación, que produce plusvalías. Nada que ver, desde luego, pero en un descuido nuestro (somos tan distraídos) nos convencieron de que la naturaleza codificada para beneficio de la especulación era lo real, que el ser era lo mismo que su representación interesada. Fue entonces que empezamos a perder esta batalla, cuando aceptamos que burócratas y políticos trapaceros clasificaran la vida y pusieran etiquetas al paisaje. Al segmentar y catalogar la naturaleza en prácticas porciones para su uso nos felicitábamos, creíamos estar salvando al mundo. Privada de su esencia caótica, de su ser, la naturaleza quedó convertida en mercancía, esa golosina de mercachifles, y la vida de todos sus seres, al parecer, ya no está sujeta al desconcierto que dibuja el vuelo inconstante de las mariposas sino al dictamen de no se que comisiones gubernamentales. Según parece, sólo nos queda patalear, enfurruñados, para que no nos cambien la “etiqueta” que ahora nos prometen: un mal llamado corredor ecológico salpicado de cemento y ladrillo que solo beneficia la ecología de algunos bolsillos. Tal vez deberíamos empezar por el principio: rescatar el lenguaje de manos de funcionarios, políticos y demás industrias afines, esos charlatanes de feria, y devolvérselo a los poetas. No para distraer oídos ociosos, sino para devolver la dignidad al mundo. Sus efectos podrían ser también tempestuosos. Porque nos están estafando: la vida no admite “cambios de uso”, su esencia es, simplemente, ser, y su corazón desordenado palpita en el vaivén impredecible de unas livianas alas multicolores, no es corolario de ningún memorando polvoriento. Pues nos separa un océano, envío palabras a las que quisiera otorgar el poder de las mariposas: provocar tormentas que barran la ignominia. Ya que carezco de esa fuerza, confío en vuestros corazones y vuestro coraje. Espero volver a Puerto Rico y poder reencontrarme con el mismo paisaje que dejó su huella en mi alma cierto día de febrero, mientras su mar borraba las mías. Sentir, de nuevo, aquel viento que agitaba las palmeras y acariciaba nuestra frente con los suaves dedos del olvido mientras, a nuestro lado, como un tímido animal agazapado, oíamos suspirar al mar ¿Acaso ellos no lo oyen? Antonio Ramos Cañedo