El 12 de mayo de 1898, las fuerzas armadas de la marina de guerra de Estados Unidos, lideradas por el almirante William Thomas Sampson, bombardearon las fortificaciones de San Juan. Hubo civiles muertos, otros heridos y el pánico general quedó instaurado en la población de la capital de Puerto Rico. Este evento fue uno de los antecedentes a la próxima invasión norteamericana por el sur del País. Pero, como los sucesos históricos no se dan en el vacío: ¿Cuál es el contexto general que configura el marco de sucesos que precedieron este ataque por el norte de la Isla y la posterior ocupación estadounidense iniciada por el municipio de Guánica? El interés de Estados Unidos de poseer derechos sobre alguna de las Antillas Mayores fue manifiesto desde mucho antes de los eventos bélicos que rodean a la Guerra Hispanoamericana de 1898, sostiene el historiador Fernando Picó en su libro “Historia general de Puerto Rico”. En esta publicación, el profesor de historia de la Universidad de Puerto Rico (UPR) recoge que este deseo de extender los lindes del poder estadounidense se hace evidente en varias instancias. Una de ellas fue cuando el tercer presidente norteamericano (1801-1809), Thomas Jefferson, expresó que estas islas caribeñas “estaban destinadas a girar en la órbita de la nueva nación”. Por su parte, James Monroe, el quinto mandatario de este país anglosajón (1817-1825), que logró su independencia del Reino de Gran Bretaña en 1783, mostró su miedo a que otra fuerza imperialista sustituyera a España en el dominio de Cuba y Puerto Rico, y así poner en juego la tranquilidad o, mejor dicho, el poderío de la superpotencia que aspiraba a levantarse en el norte de América. Ya independizada la República Dominicana en 1844, y para el año 1852, a Estados Unidos le interesaba adquirir la Bahía de Samaná, localizada al norte de la isla de La Española. Tanto era el afán de Estados Unidos en tener bastiones en el Caribe, que a finales de la década de 1860 hubo negociaciones con algunos sectores dominicanos para efectuar la anexión de esta república, pues ya por aquellos días se hablaba de la necesidad de solidificar la presencia militar de la región para garantizar sus intereses en vista de que se contemplaba la construcción de un canal a través de Centroamérica y proteger el territorio continental. Sobre este incidente, Picó en su texto expresa que a finales del siglo 19, el periodista, novelista e historiador estadounidense Henry Adams dijo que “él conocía las Antillas lo suficiente como para estar seguro de que ‘a pesar de lo que el pueblo norteamericano pudiera pensar o decir sobre el asunto, tarde o temprano la nación tendría que custodiar estas islas, no contra Europa, sino a favor de Europa y de Norteamérica también’”. Durante ese mismo siglo 19, y como detalla Fernando Picó, Estados Unidos se había convertido en un gran exportador y proveedor de harinas, tabaco, algodón, maderas y sus derivados, pieles, entre otros. A su vez, ya eran avalanchas de inmigrantes los que llegaban esperanzados al vasto territorio que prometía riqueza. Los yacimientos petrolíferos, las minas, las innovaciones tecnológicas y las políticas arancelarias que protegían la industria nacional, proveyeron fuertes incentivos para la producción en gran escala de una multitud de artefactos, enseres e instrumentos mercadeables. Entonces, el Caribe olía a terreno fértil para mercadear y extraer materias primas. Claro, Estados Unidos no era el único país industrializado. Gran Bretaña, Alemania, Francia y otras potencias europeas, respectivamente, también habían llevado a cabo revoluciones industriales análogas, indica el profesor de la UPR en “Historia general de Puerto Rico”. La invasión En el contexto de la Guerra Hispanoamericana, una vez tomado Santiago de Cuba, la invasión a Puerto Rico era el paso subsiguiente para hacer que España se doblegara ante la milicia norteamericana. Entonces, ¿por dónde debían desembarcar? Al salir de Cuba, el destino que había planeado la flota naval del ejército de Estados Unidos para entrar en Puerto Rico era Fajardo, para entonces avanzar hacia San Juan y sacar de golpe a las autoridades españolas. Pero este plan llegó a conocerse, así que las fuerzas de seguridad de la colonia esperaban el ataque y también grupos de criollos puertorriqueños que pretendían cooperar con los estadounidenses, en aras del descontento generalizado por la dominación española. Al ser de conocimiento público este plan, hubo que cambiar la lógica. En alta mar, el general y comandante de la expedición, Nelson Miles, decidió desembarcar por Guánica el 25 de julio de 1898. “Este punto permitiría capturar rápidamente a Ponce y allí se esperaba contar con la simpatía de amplios sectores de la ciudad. También propiciaría una fácil captura de Yauco, donde había ocurrido una ‘intentona’ separatista”, argumenta el historiador. Con el apoyo de los sectores criollos, los norteamericanos encontraron poca o ninguna resistencia, lo que facilitó la ocupación de los municipios del sur y oeste del País. Entre tanto, el general Miles promulgó un manifiesto desde Guánica, en el que suscribía las intenciones “benévolas” de los invasores. Según Picó, la terminología ambigua de la proclama podía satisfacer “un amplio abanico de expectativas criollas”, pero no comprometía explícitamente a reconocerle soberanía política a los puertorriqueños. Ponce se rindió el 28 de julio para evitar el bombardeo de su población civil. Los ciudadanos de este municipio recibieron con beneplácito a las tropas norteamericanas, pues como documenta el autor de “Historia general de Puerto Rico”, la llegada de los estadounidenses “prometía ser el comienzo de un régimen de libertades”. Poco a poco se fue capturando el resto de la Isla. Los armados con sus uniformes azules se hicieron con el oeste cuando se apoderaron de Mayagüez, luego marcharon por la carretera central hacia Juana Díaz y Coamo. Y así también desembarcaron por Arroyo, para ocupar Guayama, aquí, como ocurrió en Aibonito, los españoles se atrincheraron para evitar el avance hacia Cayey. Los criollos aunaban esfuerzos para colaborar con los efectivos estadounidenses, y así facilitar la toma de municipios en la Cordillera Central, como fue el caso de Utuado, del que se apoderaron el 3 de agosto. “Al tomar las sedes de los municipios se sustituía al alcalde, se proclamaba la autoridad militar reiterando la aseveración de Miles de que la guerra no era contra los puertorriqueños, y se adquirían víveres y servicios para las tropas”, explica Picó. De esta forma, se pretendía que las dependencias gubernamentales continuaran operando con relativa normalidad. Un dato interesante sobre esta aparente naturalidad con la que se daban los días ocupados, fue el hecho de que en Utuado el Registro Demográfico cerró a las 10 de la mañana del día de la intervención americana, pero a las 7 de la mañana del próximo día, abrió al público con el mismo personal en funciones. Mas esta normalidad no fue por mucho tiempo. Algunos criollos se levantaron en contra del nuevo orden. Las partidas de “tiznados” amenazaban con vandalizar las haciendas en la Cordillera. Como relata el historiador, las tropas norteamericanas se hallaron en la paradójica situación de tener que movilizarse para defender a los terratenientes y comerciantes peninsulares y colocarse en contra de los criollos, quienes antes habían contribuido al esfuerzo de ocupar y apoderarse del territorio insular. Mientras que en Puerto Rico se experimentaba un vacío de poder, de organización, Ramón Emeterio Betances moría en el exilio en París; asimismo Eugenio María de Hostos tenía la esperanza de regresar a Puerto Rico de Santo Domingo para luchar por la independencia y promover un plebiscito, revela el profesor. Es necesario destacar que algunos defensores del independentismo de Puerto Rico de la corona española, luego de la invasión norteamericana, cruzaron líneas a favor del anexionismo con Estados Unidos. Otros tendrían que buscar nuevas estrategias y formas para organizar sus planteamientos de liberación. El 21 de octubre de 1898, España entregó la totalidad de los municipios. Y el 10 de diciembre de 1898, formalmente se firma el Tratado de Paz de París, que finalizaba la guerra entre España y Estados Unidos. Según el artículo segundo de dicho documento, España cedía a Estados Unidos “la isla de Puerto Rico y las otras islas ahora bajo la soberanía española en las Indias Occidentales”. Así las cosas, desde esta historia que poco se escribe, que poco se guarda en la memoria colectiva, la bandera de Estados Unidos ondeó (y ondea) en el Puerto de Rico de ayer (y de hoy).