Empezó más tarde que temprano a escribir. Para muchos, la muerte del Premio Nobel de Literatura 1998 José Saramago, disipó una vida a la que le quedaba mucho por delante, sobre todo en materia de creación. El poeta, narrador de narradores y también periodista falleció este 18 de junio rodeado de sus familiares a causa de una grave leucemia que acarreaba desde hace varios años.
A sus 87 años, Saramago no parecía temerle a la muerte y, al contrario, sereno, parecía esperarla. El propio autor de “La intermitencia de la muerte”, declaró en una entrevista “entraré en la nada y me disolveré en ella”. Sin embargo, esa nada se transforma, máxime cuando se tiene en cuenta la vasta obra que este luso dejó a su haber.
Saramago, hombre afable, muy crítico y de una lucidez apabullante, comenzó a publicar tarde. Pero, una vez que su narrativa se hacía cada vez más madura, su estilo más propio, no paró hasta momentos antes en que la muerte le alcanzara para darle paso al silencio. Un silencio que el mismo escritor consideraba imprescindible a la hora de escribir, y es que en una entrevista que se le cuestionaba un intervalo de tiempo en que no había escrito nada fue tajante: “no tenía nada qué decir”.
Nacido en la pobre y rural Azinhaga en Portugal, el autor de “La muerte de Ricardo Reis”, es ejemplo de constancia a toda costa a pesar de que su infancia estuvo marcada por una pobreza que le obligó a realizar trabajos que nada tenían que ver con sus capacidades, pero que nunca descartó como experiencias enriquecedoras a la hora de hacer buena literatura.
Su abuelo, un campesino analfabeto fue quizá uno de sus mayores agentes catalíticos, tanto por su ternura, como por su espontánea condición humana que no precisaba de palabras para materializarse. El propio Saramago admitió que su abuelo, estando a punto de morir, abrazó a cada árbol que había en una pequeña plantación que cuidaba, uno por uno antes de partir a Lisboa, en donde le alcanzó la muerte.
Ateo más que declarado, comunista, en su obra en general, pero en sus novelas en particular, Saramago distendía sus creencias que, nada tenían que ver con religión y sí con algún conato de esperanza en el ser humano. En “Ensayo sobre la ceguera”, libro casi apocalíptico, el luso hace una fuerte crítica al Estado, pero no sólo al Estado, sino a los ciudadanos que son parte de él. Ambos grupos comparten una ceguera que amenaza con acapararlo todo.
El poeta chileno Gonzalo Rojas, en entrevista con el periódico “El Mercurio” dijo, y con razón: Saramago “era sólo un muchacho”, haciendo alusión a la prolífica etapa que el portugués atravesaba creativamente hablando.
Su cuerpo será incinerado mañana y sus cenizas serán esparcidas en su pueblo natal. En un artículo aparecido en el diario “El País“, su esposa Pilar, expresó que Saramago con sus manos ya frágiles y antes de cerrar los ojos para siempre le dijo: “Até a amanhá” (Hasta mañana).
Quizá, invirtiendo las declaraciones del mismo Saramago, le dio alcance la hora de entrar en el todo y en él, multiplicarse.
Información adicional recopilada por la Agencia de Noticias Reuters
AUTOEXILIO
El prolífico escritor, cuya delicada salud hizo temer por su vida hace unos años, publicó a finales de 2009 su última novela, “Caín”, una irónica mirada al Viejo Testamento que fue muy criticada por la Iglesia Católica.
En la presentación de esta obra dijo que la Biblia era un “manual de mala moral” y un “catálogo de lo peor de la naturaleza humana”.
Sus enfrentamientos con las autoridades portuguesas fueron bastante frecuentes, lo que podría explicar por qué su popularidad era mayor en el extranjero que en su propia tierra.
“Puede haber sido más conocido fuera que en Portugal,” declaró el escritor Batista Bastos.
Natural de Azinhaga, en el centro de Portugal, se autoexilió en 1992, después de que el Gobierno portugués excluyera su novela “El evangelio según Jesucristo” de una lista de recomendaciones para un premio literario.
Desde entonces, residió en Lanzarote, donde vivía con su esposa, la traductora y periodista Pilar del Río.
La fama le llegó en la última etapa de su carrera, pero es indiscutiblemente la figura portuguesa más conocida de la literatura moderna, y sus obras han sido traducidas a 25 idiomas.
En el 2008, su “Ensayo sobre la ceguera” fue llevado al cine por el director brasileño Fernando Meirelles, en una cinta protagonizada por Julianne Moore y Mark Ruffalo.
Escribió su primera novela en 1947 pero tuvo que esperar 35 años hasta crear obras que consiguieran el aplauso de la crítica como “Memorial del Convento” sobre la construcción del convento de Mafra, a las afueras de Lisboa.
El cineasta italiano Federico Fellini, amante de las imágenes exuberantes, describió el libro como uno de los más interesantes que había leído en su vida.
La historia, una fantasía sobre dos amantes que tratan de escapar de la Inquisición en una máquina voladora, fue con vertida en una ópera de estilo italiano e interpretada en La Scala de Milan en 1990.
APOYO A LOS DESFAVORECIDOS
Saramago nació el 16 de noviembre de 1922 en una familia de campesinos. Fue demasiado pobre para poder ir a la universidad y en su primer trabajo ejerció de metalúrgico.
Siempre afirmó que estos orígenes humildes fueron los que le llevaron a tener simpatía por los desfavorecidos, entre sus personajes hay criadas, campesinos o refugiados, entre otros.
El autor uruguayo, Eduardo Galeano, afirmó que Saramago “seguirá siendo una voz entrañable y extrañable”.
“(Se extrañará) su obra y también a él, a sus acciones (porque) era un hombre que estaba siempre al lado de los perdedores”, sostuvo Galeano a Reuters en Montevideo.
Al pedirle en una ocasión, en una entrevista con Reuters, que explicara su éxito al convertirse en el escritor vivo más conocido del país, Saramago movió la cabeza fatigado.
“No soy un genio”, respondió. “Sólo hago mi trabajo”, agregó.
Su estilo lírico, en el que entretejía la fantasía, la historia portuguesa y los ataques contra la represión política y la pobreza, ha supuesto que fuera comparado con escritores latinoamericanos como Gabriel García Márquez, también ganador del Nobel de Literatura.
Pero Saramago negó que hubiera ninguna influencia y confesó que algunos maestros clásicos como Miguel de Cervantes o el ruso Nikolai Gogol le habían impresionado más.
“La literatura europea no necesita pedir prestado el realismo mágico y la fantasía a América Latina. Cualquier país puede tener sus propias raíces de realismo mágico”, declaró.
Su estilo literario puede resultar difícil en ocasiones, al jugar con la gramática y la puntuación tradicionales, pero tiene sus raíces en un sentimiento profundo por el lenguaje y sus ritmos.
La Fundación Nobel manifestó en 1998 que el premio se entregaba a Saramago, “quien con parábolas sostenidas con imaginación, compasión e ironía, sigue permitiéndonos una vez más capturar una realidad evasiva”.
A pesar de sus creencias comunistas -fue huésped de Fidel Castro en varias recepciones oficiales- Saramago expresó que no escribía para servir a ninguna ideología ni activismo político.
Otras obras destacadas son “La balsa de piedra” (1986), una alegoría sobre el aislacionismo en la que la Península Ibérica se separa físicamente de Europa, “La historia del asedio de Lisboa” (1989), situada en la época medieval o “La caverna” (2000).