
Con la bandera puertorriqueña en mano y 67 años en las costillas, Paul McCartney se desplazaba por la tarima del ‘Choliseo’ ante más o menos 15 mil personas, ordeñando una vez más esa vieja vaca llamada Beatles y, de manera impecable, presentando el arsenal de canciones que hizo por su cuenta, con su nueva banda llamada “The Fireman” y con el proyecto Wings. Parecía no importar que hubiese escrito los más grandes himnos junto a John Lennon o que su música cambiase el mapa musical mundial por siempre. Parecía no importar que lo acusaran de ser leyenda, que hubiese gente que lo idolatrara a nivel mundial, que su influencia ahora, a casi 50 años desde que empezó en la música, siga entusiasmando artistas alrededor del globo. McCartney apareció en tarima como un artista humilde, echándose al público boricua al bolsillo de inmediato, algo que no fue difícil ante la intensidad del fanatismo que allí había. El carisma de McCartney anoche era irresistible, y aunque hubiese estado lleno el ‘Choliseo’ del público que usualmente va a las galleras, a la Pista de Salinas, a la lucha libre o al hipódromo es casi seguro que las reacciones de afecto hacia su persona hubiesen sido las mismas. Vayamos al grano. Decidí tomar el tren para evitar buscar estacionamiento (afuera estaban cobrando hasta ocho dólares por “parquiarte segurito…. Y te lo velo toa’ la noche”). Al encontrarme a una amiga en el tren le confesé que era poco lo que conocía de McCartney, que pensaba que la figura de Lennon lo opacaba bastante, que en verdad no esperaba mucho de lo que sería su entrega. Mi colega, cantautora y periodista, me dijo que de entre los dos Beatles mayores, McCartney era su favorito, pues lo consideraba más músico y más talentoso que Lennon, aunque éste último fuese más político. Me dijo además que esperaba un espectáculo de siete pares, pues McCartney pocas veces ha decepcionado en tarima después de que finalizara su travesía con los Beatles, y que no debería de perder la oportunidad de apreciar uno de los más grandes talentos de nuestros tiempos en tarima. Fue una excelente conversación pre-espectáculo, como esas que sostienen Kenny Smith y Charles Barkley antes de los partidos de ‘playoffs’ de la NBA. El tren llegó al Choliseo y al ver las maratónicas filas recordé cómo hace dos semanas Robi ‘Draco’ Rosa tenía a un grupo de personas, de aspecto distinto, haciendo las mismas colas para verlo en una de las etapas más ‘mellow’ de su carrera. La fila para que la prensa entrara era un chiste. Mientras dos fotógrafos de chismes, perdón, sociales, que parecían gemelos, entraban y salían como se les venía en gana, fueron muchos los fotoperiodistas serios de varios medios que allí tuvieron que hacer una fila como de 45 minutos para firmar un papelito y poder entrar a realizar sus labores. Curiosamente, los fotoperiodistas pasaron más tiempo en la fila para entrar al recinto que retratando a McCartney, pues rápido que acabó la segunda canción llegó a sacarlos un gordo colorao’ con aspecto de sheriff tejano. La entrada de prensa del ‘Choliseo’, en el ala oeste del primer piso, también servía como punto estratégico para presenciar uno de los más surreales desfiles de famosos que se ha visto en evento artístico alguno en Puerto Rico. Como cuentagotas fueron llegando la voz de la canción Lucecita Benítez, DJ Nelson, el maestro Rubén Blades, el reguetonero Ñejo, Oscarito (¡qué loco!) de Grupomanía, Residente y Visitante de Calle 13, el salsero Michael Stewart, el (aún) comediante Emmanuel ‘Sunshine’ Logroño y el chamaco de la barba de Black Guayaba, entre muchos otros cuyos nombres no recuerdo. Los políticos también dijeron presente: el senador Carmelo Ríos estaba allí con una camisa rosita de manga larga muy ajustada que le marcaba sonoramente las ruedas de la barriga; el secretario de la gobernación, Marco Rodríguez Ema, lucía una guayabera blanca, tal vez ‘size XXX large’; y José Alfredo Hernández Mayoral. Al entrar y sentarme en el área de prensa, un viejo amigo periodista que hace tiempo no veía me dijo con un risueño tonito cínico: “¿Viste lo que le hizo el divorcio a Paul McCartney? ¡Pa’ pagar esa pensión tuvo que venir a tocar a Puerto Rico!”. Obviamente, me reí. De momento alzo la vista y veo la impresionante tarima. Se apagaron las luces, el Beatle salió y la multitud que promediaba una edad de al menos 45 años se volvió histérica. Con un ‘mini-medley’ de ‘Venus and Mars’ y ‘Rock Show’ y el tema ‘Jet’, todas canciones que popularizara con Wings, el británico dejaba claro que si querían oír sus éxitos con los Beatles había que esperar. Claro, no fue una espera aburrida. En realidad fue poesía en movimiento, desde todos los puntos de vista. Se notaba que esta banda no era un ventetú para tocar un show en el Caribe, pues la química entre todos era genuina. Por si fuera poco, a la menor provocación, McCartney usaba palabras como “boricuas” para desatar la locura de la madura multitud, que estallaba en suspiros cada vez que oían acordes de canciones de amor de los Beatles, como ‘All My Loving’ y ‘And I Love Her’. McCartney dijo a la audiencia antes de interpretar ‘Blackbird’ que “esta canción la escribí a finales de los sesenta, durante la lucha de los derechos civiles en Estados Unidos”. En lo que un colega periodista catalogó como “los 15 minutos del espectáculo dedicados a Lennon”, al finalizar, introdujo la canción ‘Here Today’ como “una conversación que nunca pude tener con John… !un aplauso para John Lennon!”. McCartney continuó demostrando su dominio escénico durante el resto del espectáculo. Cada vez que se cambiaba del piano a la guitarra retumbaban en mi mente lo que me había dicho mi amiga en el tren: “para mí es el Beatle más talentoso…”. McCartney estaba logrando impresionarme. Aunque cuando las cámaras se le pegaban pensaba en cuando mi abuelito me cantaba canciones, la energía y el espíritu de McCartney era indeleble, intenso, intrépido, sin edad. Y después de éxitos como ‘Obla Di Obla Da’ y ‘Something’ (la que le dedicó al otro Beatle fallecido, George Harrison), entre muchos otros, llegó ‘Let it be’. Penepés y populares, reguetoneros, salseros y rockeros, comunistas y estadistas, viejos y jóvenes, estudiantes universitarios…, todos los que estaban en el Choliseo, cantaron el coro. Después de esto, McCartney dejó caer la pesadez con el himno ‘Live and Let Die’, cuyos efectos de luces y explosiones me remontó a aquellos (charros) vídeos de Motley Crue y Poison de finales de los ochenta y principios de los noventa… lo único que mucho más ‘cool’, no sé porqué. El coro multitudinario de “la, la, la, la, la, la, la” de ‘Hey Jude’ marcó la primera desaparición del británico del escenario. Ante las súplicas ensordecedoras, McCartney salió otra vez para interpretar ‘Day Tripper’, ‘Lady Madonna’ y ‘Get Back’. Hizo otro aguaje de marcharse, pero más breve, pues la gente ya sabía que le faltaba al menos una canción por interpretar antes de marcharse. Empezó ‘Yesterday’, canción que un colega me dijo se ha hecho en 7 mil versiones distintas alrededor del mundo, y ahí llegó uno de los momentos más surreales de la velada. Mientras McCartney y la multitud cantaba al unísono, la seguridad del área de arena del ‘Choliseo’, sacaba a gente que, según ellos, o habían brincado o se habían enredado a pelear. Primero fue un muchacho de unas 150 libras que tuvo que ser forzado a la obediencia por tres mastodontes de no menos 215 libras cada uno. Desde donde estaba viendo el espectáculo, empero, solo pude presenciar un mini corre-corre de oficiales de seguridad, femeninos y masculinos, al son de gritos de “¡pelea, pelea de mujeres!”. Es decir, mientras un Beatle cantaba una de las canciones más emblemáticas del movimiento pacifista hippie, la seguridad sacaba a diestra y siniestra a gente que supuestamente peleaba. Como dirían en Gran Bretaña, go figure! Otros dos mega éxitos, ‘Helter Skelter’ y ‘Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band’, cerraron la velada. La multitud estaba en éxtasis y, sí, se podría decir que hasta cierto punto fue más o menos catártico.