De todo lo que está pasando con la huelga de los estudiantes en la Iupi hay algo que me ha indignado más que todo lo que me ha indignado hasta ahora (y eso es mucho decir). Me refiero a la prohibición de hacerle llegar agua y comida a los estudiantes bajo amenaza de arresto. Todos sabemos que a partir de la segunda guerra mundial el Derecho internacional humanitario dispone que ni siquiera en tiempos de guerra se puede negar el acceso a comida y agua a un prisionero enemigo, un civil o un herido en caso de conflicto armado. Prima facie parecería caerse de la mata que si a un prisionero de guerra se le garantiza un trato humanitario, ¿cómo no así a los estudiantes en la universidad? ¿Cómo se les va a privar del acceso a agua y alimentos mientras ejercen su derecho a protestar? El derecho al agua, más allá del contexto de guerra, es un derecho fundamental, es un derecho humano, tanto explícitamente como implícitamente. Implícitamente, en tanto el derecho a la vida y la salud tiene como condición sine qua non el consumo de agua y alimentos. No vale decir “respeto tu derecho a la vida y no te mataré pero NO te dejaré beber ni comer”. Y explícitamente, en tanto en varios tratados internacionales de Derechos Humanos hay menciones directas del derecho al agua potable. Lo que pueden argumentar “los malos” (y sí, estoy siendo maniquea aposta) en esta huelga es que los estudiantes están dentro de la universidad por su propia voluntad y que no son prisioneros de guerra. Por lo tanto, alegarían, no se viola ningún derecho al privarles del acceso a agua y alimentos pues quienes quieran beber o comer sólo tienen que salir –y de paso, desistir de protestar. Y aquí es que terminan oponiendo dos derechos fundamentales: el derecho a la libertad de expresión y el derecho a la vida. O te expresas o bebes (vives). No puedes hacer las dos. Esta nefasta estrategia logra que la administración mantenga una apariencia “democrática”, puesto que en teoría permite que todo aquel que esté dispuesto a prescindir de beber y comer, continúe ejerciendo su derecho a la libertad de expresión. En la práctica los está forzando a convertir su protesta en una huelga de hambre seca. La libertad de expresión queda suspendida entre la espada y la pared. Además, resulta interesante que quienes serían arrestados no son los estudiantes “de adentro”, sino todos los “de afuera”. Es la solidaridad la que sería arrestada. Es al que pasa el agua (o el café) al que golpean, no al que la recibe (y eso sólo porque están al otro lado de la reja). La violencia es evidente y nos fuerza a aumentar la solidaridad, a perdurar, a desobedecer… Tenemos que continuar aliviando la sed de democracia. *La autora es profesora de sociología.