Estimada Profesora Guadalupe: Hace exactamente seis meses me dirigí a usted en respuesta a una carta suya aparecida en la página electrónica del Recinto de Río Piedras, donde intentaba usted justificar la medida de su administración contra la iniciativa de algunos estudiantes de hacer una manifestación artística, pintando los bancos de la Plaza frente al Teatro de nuestro Recinto. Mi carta nunca recibió respuesta de su parte. Intenté luego hacerla pública en el periódico Diálogo, pero aludiendo a razones de espacio y de caducidad de la noticia no fue publicada. Expresaba yo allí, entre otras cosas, mi sorpresa ante el hecho de que usted identificara dicha expresión artística estudiantil como un acto de vandalismo. En el tono y en el contenido de su carta era evidente su menosprecio de los estudiantes, su insensibilidad y su desconocimiento del estilo y la tradición universitaria. Luego de leer su carta más reciente, con fecha del 13 de mayo de 2010, resulta del todo evidente que ha pasado usted de un estado de insensibilidad a otro, aún más grave, de completa enajenación con respecto a la situación crítica de nuestra Universidad. Digo bien de nuestra Universidad, es decir, de los ciudadanos y ciudadanas que habitamos ese país, y que con nuestro esfuerzo, trabajo y contribuciones fiscales la sostenemos. La Universidad de Puerto Rico es, sobre toda otra consideración, la Universidad de la gente y del pueblo de Puerto Rico, y no la propiedad de quienes temporalmente la administran; y menos aún del Estado, del gobierno, o de cualquier partido y movimiento político. Ahora vuelve usted a asociar la ocupación del Recinto por parte de los y las estudiantes que desde el 21 de abril han declarado, luego de un paro de 48 horas, una huelga indefinida con “actos de vandalismo, confrontación y destrucción de la propiedad pública y privada ubicada en predios del Recinto.” Argumenta usted que dicha ocupación es “una toma de control a la fuerza e ilegal de las facilidades universitarias por ciertos grupos estudiantiles”. Alude usted también a “continuos eventos de confrontación, amenazas y conatos de violencia”, los cuales “han desembocado en agresiones físicas a miembros de la comunidad universitaria que han querido acceder a los predios y al personal de seguridad que ha intentado mantener el orden en las instalaciones”. Ante estos planteamientos suyos me permito preguntarle lo siguiente. ¿Ha entrado usted recientemente en el Recinto para corroborar los supuestos actos de vandalismo y destrucción de la propiedad que usted menciona? ¿Por qué no se ha decidido usted, desde un principio, a conversar y esgrimir diferencias directamente con el estudiantado, en lugar de estigmatizarlo, acudir a los Tribunales y recurrir a la represión policíaca, medidas éstas propias de un régimen autoritario y dictatorial? ¿No se da cuenta de que la decisión suya de “no permitir la entrada al Recinto a ninguna persona, a excepción del personal de seguridad por un término no mayor de treinta días” es desquiciada, pues lo que realmente allí está sucediendo, e impide, de hecho, aquello que los estudiantes sí habían permitido, es decir, la entrada de los investigadores, y del personal debidamente identificado? ¿No le parece que el desalojo forzado del estudiantado hospedado allí, ocurrido recientemente es un acto de violencia institucional inadmisible? ¿No se ha enterado usted de que la confrontación, las agresiones y los conatos de violencia de que usted habla han sido llevado a cabo por la fuerza bruta de la policía, agrediendo indiscriminadamente a padres y madres de estudiantes, a periodistas, a artistas, a profesores y profesoras, o a simples transeúntes? ¿No se ha enterado usted de que a la violencia policíaca los y las estudiantes han respondido con entereza y dignidad? ¿No se da ha dado cuenta usted de que sus decisiones han sido, desde el inicio de este conflicto, completamente ajenas a la sensatez y al buen juicio, pues en lugar de estar dirigidas al entendimiento, no han hecho más que enardecer los ánimos y provocar la indignación de sectores cada vez más amplios de nuestra comunidad académica, incluyendo a cinco de los más destacados Decanos de su propia administración, a los más excelso de nuestro profesorado, y a la más distinguida intelectualidad de nuestra sociedad? ¿No ha sido usted capaz de entender, en el poco tiempo que lleva como Rectora Interina, y dado su interés en llegar a ser Rectora en propiedad, de que históricamente, desde su invención medieval hasta nuestros días, la Universidad ha sido un espacio vivo, plural, polémico y excepcional de creatividad y de encuentro de los más variados puntos de vista? ¿Conoce usted el gran legado histórico de la cultura universitaria y la historia singular de nuestro Recinto? ¿No se ha dado cuenta usted de que los reclamos estudiantiles han sido los más moderados e inteligentes en las últimas décadas? ¿No se ha percatado usted de que la última asamblea de estudiantes se realizó de manera ejemplar, mediante una convocatoria abierta, siguiendo los más básicos criterios de organización democrática? Se esté o no de acuerdo con las decisiones allí tomadas, el hecho es que los estudiantes han dado a nuestra sociedad una demostración de madurez, sencillez y lucidez ejemplares. Resulta francamente lamentable que usted, siendo parte de nuestra comunidad académica, haya decidido identificarse, a la luz de sus acciones, y por razones que sólo usted conoce, con los poderes más retrógrados, mediocres y abusivos del actual Gobierno de Puerto Rico. Es evidente que ha perdido usted el respaldo de nuestra comunidad, por más apoyada que se encuentre en sus decisiones por el poder político que actualmente impera. Resulta del todo evidente también que no ha sido usted capaz de acercarse al estudiantado, ni de abrir su mente ni su corazón a la belleza y jovialidad de la inteligencia humana. Por todo lo anteriormente expuesto, le solicito respetuosamente, y en tanto que colega suyo que lleva treinta años de servicios en nuestra Universidad, que renuncie al cargo de Rectora que provisionalmente ocupa, y de paso a alguien que sea capaz de estar a la altura de las actuales circunstancias. El autor de este texto es catedrático de la Facultad de Estudios Generales del Recinto de Río Piedras de la UPR.