Más allá de los fastos oficiales para celebrar ante los líderes mundiales la independencia de Sudán del Sur, la vida diaria de sus habitantes continua siendo de extrema dureza y de absoluto desamparo por parte de las autoridades.
Un grupo de niños se abarrotan a la entrada de un pequeño bar de paredes y techo de chapa. Intentan ver las imágenes azules del televisor, que muestran una vieja película de artes marciales. Dentro, varios hombres beben cerveza y hablan, aunque la independencia de su país no es un tema que les preocupe mucho.
Estamos en Gudele, un pueblo a apenas 20 minutos de Juba, la capital de Sudán del Sur, que ha declarado oficialmente su independencia tras 50 años de conflicto con el norte de Sudán.
En Juba, docenas de trabajadores se afanan limpiando las pocas calles asfaltadas y pintando las fachadas de los edificios que aún tienen arreglo.
En poco tiempo, el Gobierno del sur ha conseguido darle un completo lavado de cara al aeropuerto, las instalaciones donde se celebrarán los actos de la independencia y las calles que unen unos y otros.
Todo está listo para recibir a los cerca de 30 jefes de Estado africanos y decenas de delegados internacionales que van a acudir a la ceremonia oficial. Sudán del Sur quiere aprovechar el ejército de periodistas internacionales en la capital para enseñar al mundo el mejor rostro de Juba, una ciudad que hace seis años, cuando finalizó la guerra contra el norte, estaba prácticamente destruida.
Pero en Gudele todo esto parece lejano. El pueblo consiste en un amplio camino de tierra y piedras que lo conecta con Juba y alrededor del que se alzan unos pocos bares y tiendas con paredes metálicas. Y más allá, a ambos lados del camino, cabañas y más cabañas de madera o adobe se extienden por una tierra quemada por el sol.
Rose Joseph (Foto: Paulo Nunes Dos Santos)
“Fue en 1987, yo estaba en la escuela y el SPLA (entonces la mayor milicia y hoy el Ejército del Sur) entró en nuestra clase y nos intentó reclutar, pero yo conseguí escapar”, dice James Lasu, de 32 años, mientras bebe lentamente de su cerveza caliente.
Lasu vivió en Uganda como refugiado y nunca pudo continuar los estudios. Volvió a Sudán del Sur tras la firma de la paz en 2005. Hoy, es afortunado y tiene un buen empleo. “Trabajo en Juba, en el Jebel Lodge, soy electricista y me pagan 432 libras al mes (158.71 dólares)”. El Jebel Lodge a las afueras de Juba, es uno de los hoteles más caros de la capital y sirve de alojamiento a empleados de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y a contractores privados.
Una noche en la habitación más barata cuesta 180 dólares mientras que Lasu, con su sueldo, no puede permitirse alquilar una habitación en la capital y lo hace en Gudele. “Además, Juba está creciendo muy rápidamente y si el gobierno quiere construir donde está tu casa, te echan, no te dan un sitio nuevo y no tienes donde ir”, explica Lasu.
Entonces interviene Alex Lodira, de 30 años, que en un inglés precario sólo acierta a decir: “Soy huérfano desde la guerra, me gustaría ser ingeniero pero no tengo casa, estoy en la casa de un amigo”.
Poco después, mientras el periodista está tomando unas fotos de Lodira y Lasu, aparece la policía de Gudele y le obliga a ir a su cuartel. Tras unos minutos de discusión, el problema es que en las fotos aparecen botellas de cerveza. “Si enseñas fotos con alcohol, das una mala imagen de nuestro país”, dice un oficial que en todo momento rechaza decir su nombre.
El alcohol es legal en Sudán del Sur, el oficial admite beber cerveza y reconoce que es normal que en fotos tomadas en bares aparezcan botellas de cerveza. “Pero tú no lo entiendes porque eres extranjero”, añade, “si enseñas fotos con alcohol la gente pensará que en Sudán del Sur la gente no es buena y sólo bebe, da una imagen mala del país”.
Finalmente, los policías obligan a borrar las fotos pero aceptan regresar al bar para volver a tomar fotografías asegurándose de que no habrá botellas de alcohol. Pero entonces el bar está ya cerrado y no hay problema con las botellas.
Para las autoridades de Gudele es un problema que la gente en el extranjero vea cerveza en las fotos. Pero a unos pocos de centros de metros de ese bar existe lo que parece un problema más serio.
“El Gobierno nos dijo que nos darían tierra en la que construir una casa, pero sólo nos dieron algo de comida cuando llegamos”, dice Rose Joseph. Rose se trasladó a Jartum en 1987 para huir de la guerra civil y regresó al sur en barco enero de este año, poco después del referéndum del día 9. Tras unos días acampada en el puerto de Juba, se trasladó a Gudele. La comida a la que se refiere no se la dio el Gobierno del sur, sino Naciones Unidas.
En Jartum, Joseph era dueña de su casa, que tenía electricidad y agua corriente, y los niños iban a la escuela. Desde que regresaron al sur, ella y sus seis hijos viven en una chabola de unos 15 metros cuadrados que su hermana les pudo construir en Gudele. No tienen electricidad, deben andar varios kilómetros para recoger agua insalubre del Nilo y el poco dinero que Rose gana vendiendo cebollas no llega para enviar los niños al colegio.
La matrícula anual para un niño cuesta unas 700 libras (257.02 dólares) al año, pero Rose sólo gana unas 60 libras al mes (21.07 dólares), y ése es el dinero que usa para comprar comida y medicinas. Una parcela de unos 20×20 metros en Gudele cuesta 10.000 libras (2.600 euros), y los materiales y el trabajo de construcción de una chabola de madera son otras 15.000 libras (3.900 euros).
Rose es una de las más de 300,000 personas originarias del sur que vivían en Jartum y alrededores y han regresado a Sudán del Sur desde el pasado noviembre. Según Naciones Unidas, el gobierno sí ha dado tierras a la mayoría de los que regresaron, pero los casi 33,000 que se han instalado en el Estado de Ecuatoria Central, del que Juba es también la capital, no han recibido nada.
“La vida en Jartum estaba bien, no teníamos problemas con nuestros vecinos”, cuenta Rose, “eran sólo las autoridades o cuando subías en un autobús, que había gente que te decía, ‘Tú, el del sur, ¡vete a tu país!”
En la capital del norte, Rose también vendía verduras en el mercado y cuenta que la policía se los tiraba al suelo cada vez que pasaba. “Venimos porque aquí somos libres y queremos disfrutar nuestra libertad en nuestro propio país”.
Ahora, Rose está esperando a 21 familiares que aún están en Jartum pero que pronto regresarán a Juba ahora que Sudán del Sur va a ser independiente. “Si cuando lleguen no tienen dónde ir, pues los acogeremos aquí”, dice entre risas.
Como la de Rose, decenas de familias que dejaron sus hogares en Jartum y regresaron al sur viven en Gudele acogidos por familiares.
Si las autoridades de Gudele no permiten fotografiar botellas de cerveza, de vuelta en Juba durante el día de la independencia, la ciudad está cerrada al tráfico y los periodistas son transportados a los lugares donde se celebran los actos oficiales en autobuses del gobierno.
Lejos de esos fastos oficiales, adonde no llegan las cámaras de televisión y curiosamente situada a pocos metros de Bedouin, uno de los hoteles más populares para periodistas, y Afex, uno de los complejos más exclusivos junto a la orilla del Nilo y donde se alojó George Clooney en enero, se encuentra la zona de Saint Mary’s.
“No tengo trabajo, así que ando por la ciudad y recojo basura y suelo ganar unas dos libras al día (50 céntimos de euro)”, dice Betty Asian, de 33 años y que tiene cuatro hijos. Betty, cuyo marido murió en la guerra entre norte y sur (1983-2005), lleva cuatro años en una chabola de Saint Mary’s, un lugar que recuerda a un campo de refugiados.
Según los propios residentes, unas 1,000 personas, la mayoría niños, viven en algo más de 100 tiendas de campaña y chabolas hechas con cañas, desperdicios y lonas de plástico. Algunas de éstas tienen precisamente el logo de ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, aunque la gente de Saint Mary’s dice que encontraron los materiales con los que hicieron sus chabolas en un basurero cercano.
Mary Puru, vecina de Betty, lleva seis años en Saint Mary’s, tiene 30 años y ocho hijos y también se dedica a recoger basura, por lo que dice que cobra entre dos y tres libras al día (entre 50 y 78 céntimos de euro). Las piernas de su marido están inservibles debido a una enfermedad y ella es la única que genera ingresos. “Nuestra independencia me hace feliz, pero no estoy contenta con el gobierno, no está haciendo nada en nuestra zona, sólo le interesa la gente con dinero”, lamenta Mary.
Los residentes de Saint Mary’s no son dueños de la tierra que están ocupando y, viendo los hoteles que hay en la zona y el ritmo al que está creciendo Juba, se temen que en cualquier momento las autoridades los desalojen. “Y entonces no tendríamos adonde ir”, dice Mary.
Rose Joseph y algunos de sus hijos junto a su chabola (Foto: Paulo Nunes Dos Santos
“Me gustaría que el gobierno nos diera tierra y viviéramos en un sitio donde los políticos nos vieran, porque ahora mismo la situación sigue siendo tan mala como durante la guerra”.
El Gobierno de Sudán del Sur ha conseguido desarrollar y modernizar en pocos años algunas partes de Juba, la capital. Pero el país más joven del mundo apenas tiene carreteras para un territorio algo mayor que España y Portugal juntas, tiene unos índices de analfabetismo cercanos al 85 por cien y una niña de 15 años tiene más posibilidades de morir durante el parto que de acabar la escuela secundaria.
Con esas y otras terribles estadísticas y cuando tras la independencia se vayan las cámaras, el Gobierno del nuevo país no podrá seguir ignorando a los olvidados de Juba y de Sudán del Sur.
Fuente Periodismo Humano