Un grupo de artistas puertorriqueños ha convertido el Malecón de Arecibo en un museo al aire libre, frente del mar. Convocados por la escritora y curadora de arte Cintia Velázquez, los pintores realizan una oda a la mujer puertorriqueña, a la descendencia taína y la vida cotidiana en la Isla.
Arecibo es color es un movimiento artístico-cultural que comenzó en enero de 2015 y que desde sus principios estableció como principal regla de juego la no afiliación política. “En el proyecto de Arecibo es color no hay colores [políticos], están en las paredes nada más. […] La política en Puerto Rico separa bastante al pueblo y el arte debe unir, no separar, en la medida en que se vayan cerrando esos surcos y esas zanjas, habremos crecido como pueblo”, comentó Velázquez a Diálogo.
La iniciativa comunitaria tiene dos objetivos principales: unir al pueblo y llevar un mensaje de solidaridad a través de las pinturas elaboradas por varios artistas que decidieron donar sus talentos para ello. Gustavo Santiago fue el primero en plasmar allí su obra. Estampas arecibeñas de ayer y hoy, pinceladas por Santiago, le dan vida a las paredes de un edificio abandonado, un mural de 100 pies de largo y 50 de alto. Al proyecto se unieron las artistas Angélica María, Laura Serrano, Heidi Mar (venezolana), Fabiola, Keishla De Jesús y Ada del Pilar, Gerald Cruz, Roberto Hernández, Luis Aguiar y Pedro Onix, quien colabora con Aguiar.
Todos los materiales utilizados para la elaboración de los murales han sido provistos por la Cámara de Desarrollo Económico y Empresarial de Arecibo. Algunas ferreterías de la zona han donado, también, material para los artistas e incluso varios restaurantes y personas de la comunidad arecibeña han brindado agua y comida.
“No es solamente un proyecto urbano, sino que es un proyecto al cual se ha unido la comunidad”, puntualizó Velázquez.
Entre brochas y pinceles, resalta el uso del costumbrismo, el subrealismo, el subrealismo mágico y hasta el arte pop. Pero más allá del estilo y la técnica, hay un mensaje cultural intrínseco que invita a reflexionar sobre la esencia del puertorriqueño, sus sufrimientos y alegrías, lo cotidiano y lo que lo define. Hay una crítica al morbo boricua, a ese lado oscuro que despierta pasiones en las redes sociales hoy día.
En la obra de Cruz, artista de Arecibo, una mujer con sobrepeso baila bomba y plena en total regocijo. La pintura nace de una imagen real. Se trata de una fotografía que fue colgada en Internet, en la que Glorimar, una amiga de Cruz, aparece bailando en las fiestas de la Calle San Sebastián en San Juan. El bullying en las redes sociales no se hizo esperar. La joven comenzó a recibir críticas por su apariencia física, burlas que cuestionó y enfrentó.
“Empezaron a criticarla, a decir que se veía gorda. Ella sentó un precedente y explicó y habló de quién era ella y cuestionó por qué estaban criticando a la mujer independientemente de como fuera. […] Yo la invité a que viniera a bailar frente al mural y también es un homenaje a ella porque tuvo el coraje de enfrentar todo el bullying y de sentar también su pauta”, expresó Velázquez, quien es profesora e historiadora.
Aguiar, otro de los artistas, conversó con Diálogo sobre el significado de su pintura. Una mujer de cuerpo voluptuoso se recuesta desnuda. Uno de sus senos cuelga pero el segundo no está. Desde su ausencia nacen mariposas. Se trata de un homenaje a la mujer puertorriqueña, la que ha fallecido y la que ha sobrevivido al cáncer de seno.
“Hago énfasis al corazón, es un símbolo de que por faltarle un pedazo de carne no deja de ser mujer, no es menos ser humano, tiene sentimientos, ilusiones y ganas de vivir. Ese es el propósito”, resaltó Aguiar. El artista utiliza colores que van desde la gama de los cálidos hasta los fríos, viajando entre el anaranjado, el rojo, el amarillo, el violeta y el azul.
“Es esta mezcla de emociones de una mujer cuando recibe la noticia de la enfermedad, esa emoción intensa, de que ama a su familia y quiere vivir, quiere seguir luchando. Esas emociones se tornan en azul y violeta, como la inseguridad, el miedo, la incertidumbre ante el futuro”, explicó el pintor.
Elementos de la naturaleza funcionan en la pieza artística como símbolos o metáforas para expresar la grandeza del pensamiento y legado de una mujer, “como las ramas que se extienden hacia el viento y las hojas como si fueran el legado que se queda en la sociedad, transportadas por el viento y llegando a lugares inimaginables”, añadió el egresado de la Escuela de Artes Plásticas de San Juan.
Cuando Aguiar se enteró del proyecto Arecibo es color, se acercó a Velázquez y presentó un boceto de su obra. Al igual que los demás pintores, escogió el tema y diseño de la pintura que deseaba plasmar en una de las paredes del Malecón. La obra toca muy de cerca al grupo de artistas, pues una de sus compañeras, Keyshla De Jesús, pelea en estos momentos su propia lucha contra el cáncer. En el mural que realiza la joven junto a su amiga y colega Ada del Pilar, una niña y un niños juegan en el mar con barquitos hechos de papel.
La iniciativa también se extiende hacia el casco urbano de Arecibo. Allí, próximamente, el doctor e historiador arecibeño Cayetano Coll y Toste cobrará vida en un mural que será pincelado por el artista Gerald Cruz.
En la calle Gonzalo Marín, también en el casco urbano arecibeño, posará pronto la escritora y líder obrera Luisa Capetillo, defensora de los derechos de la mujer y pionera en la lucha por el voto femenino en las primeras décadas del siglo pasado.
Vanessa Arant, tendrá a su cargo la tarea de poner de pie a Capetillo en su balcón, un montaje que busca mantener vivo el legado de “una mujer tan importante y guerrera, con tanto coraje”, como la describió Velázquez. “Yo quiero que la gente vea que ella existió, que está mirando su pueblo, que está allí”, añadió la coordinadora de Arecibo es color.
Así, mientras un grupo de artesanos rusos erigen una estatua del conquistador Cristóbal Colón en la playa Caracoles de Arecibo, una obra que se ha llamado “El nacimiento del Nuevo Mundo”, un puñado de boricuas plasma con sus propias manos en la Villa del Capitán Correa el pasado y presente de un Puerto Rico, que ciertamente ocupó su lugar en la historia mucho tiempo antes de que La Pinta, La Niña y la Santa María navegaran las costas boricuas.