Desde su fundación en 1955, el Archivo General de Puerto Rico ha recibido a numerosos historiadores y estudiosos que, por los recovecos llenos de cajas e información de valor inmensurable, han elaborado importantes trabajos que, a su vez, han aportado a la conservación de la memoria histórica y al análisis cultural del País. Algunos de ellos son historiadores reconocidos como: Gervasio García, Aníbal Sepúlveda, María de los Ángeles Castro, Guillermo Baralt, entre otros. No obstante, hay uno que, en el marco del sexagésimo aniversario de la institución, se le está homenajeando por su lealtad, genuino compromiso, y sobre todo, su gran aportación a la historiografía puertorriqueña. Fernando Picó conversó con Diálogo sobre su reconocimiento, sus experiencias y su opinión sobre el Archivo y sus asuntos.
Cobijado por la sombra de un árbol en la Plaza Antonia de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Río Piedras, Picó dio rienda suelta a sus memorias sobre el Archivo. Un lugar que, además de frecuentar muy a menudo, atesora profundamente, y le ha creado una adicción, en el mejor sentido de la palabra.
“El archivo es adictivo”, aseguró. Desde 1975, el profesor, se ha dado cita regularmente al centro para elaborar sus trabajos investigativos sobre Puerto Rico, luego de haber estado fuera de la Isla por varios años realizando sus estudios graduados especializados en la historia medieval.
“Empecé por buscar unas boberías y seguí yendo”, dijo Picó, quien visita fielmente el Archivo en la avenida Constitución tres veces a la semana. Allí, llega, y pasa la mañana y la tarde rebuscando información, para saber cuál será su próximo trabajo.
Con la humildad que emana con suma naturalidad, Picó resaltó que no es el único usuario del Archivo mas, de acuerdo a la directora de la institución, Karín Cardona, “es el usuario número uno”, por los pasados 40 años y en la actualidad.
De acuerdo al investigador, el Archivo ha sobrevivido, sobre todo por los esfuerzos de sus archiveros. “En este 60 aniversario, los verdaderos héroes son los archiveros”, afirmó, reconociendo que se siente muy honrado por el reconocimiento, pero insistiendo en que hay -y han habido- personas que la gente no conoce y que han sido fundamentales.
Archiveros como Luis de la Rosa y Eduardo León, según el también sacerdote jesuita, “hicieron la transición del archivo del Viejo San Juan a donde está ahora y son figuras muy importantes”, pues el archivo también pernoctó por un tiempo al lado de la Iglesia San Francisco en la ciudad adoquinada.
Como buen historiador de la Escuela de los Annales, el catedrático del Departamento de Historia, está convencido de que el acaecer diario de estas personas en la institución es uno que debe admirarse y apreciarse con más fervor.
“Sí, Ricardo Alegría y Arturo Morales Carrión fueron personas importantes en esto, pero es la gente que trabajó desde adentro, como los archiveros los que son admirables”, sostuvo. Estos archiveros, según Picó, se dieron a la ardua tarea de recoger documentos de las distintas dependencias municipales y estatales que estaban en condiciones deplorables, y por desgracia, han sido olvidados. Fueron olvidados en el intento de evadir el olvido.
“Merecen recordarse porque orientaron a varias generaciones de historiadores”, puntualizó.
Un lamento a la poca catalogación
Cónsono con sus colegas historiadores, Picó destacó que cada día es más difícil investigar, particularmente si se trata del siglo 20. “Todavía no se ha podido catalogar todo y el siglo 21 nos está cayendo encima”, mencionó.
Diálogo le cuestionó al profesor si la catalogación mejoraría con un aumento en el presupuesto y con la autonomía que los miembros del Archivo han luchado por años. Ante esa interrogante aclaró que, “autonomía no necesariamente significa mejor presupuesto”, y que es hora de que se reconsidere la asignación de fondos a la institución pues el dinero se pierde en el mantenimiento y se menoscaba la función principal del lugar: catalogar la documentación.
“Se ha insistido en hacer historia del siglo 20, pero lo que se hace, se hace a partir de fuentes periodísticas, que no está mal, pero se necesita sobre todo fuentes primarias, como las que generan las agencias gubernamentales de todas sus dependencias, que tal vez están allí, pero sin catalogar”, enfatizó.
La poca catalogación repercute en los trabajos historiográficos sobre el siglo 20, que no están completos, de acuerdo al profesor. “La documentación no es infalible, pero es frustrante que hayan asuntos sustanciales, pero que no esté la información catalogada”, añadió dando el ejemplo de la escasez de historia sobre la educación y sobre el Departamento de Educación en el siglo 20, que entiende, “es una de las entidades con más problemas y de las más importantes”.
“Digitalización sin catalogación es un disparate”
Mas, si la catalogación del siglo 20 está en una tercera parte catalogada, ¿qué ha de suceder con el siglo 21, donde una vastísima parte de la información corre por los flujos de las redes de la Internet? Picó confesó estar preocupado por el asunto.
“Es una prueba seria porque ahora es fácil seguirle el rastro del día a día a Luis Muñoz Marín, pero si quisiéramos hacer lo mismo con Sila o Fortuño… Eso va a ser un reto grande”, señaló.
La tecnología puede lograr dos cosas: complicar o facilitarlos quehaceres investigativos. “Todo se vuelve un tanto más frágil”, indicó el profesor sobre la digitalización que se avecina para noviembre de este año en el Archivo, bajo una inversión de $400 mil, que figuran no ser recurrentes.
“El archivo que, es una inversión permanente, cada vez recibe menos”, dijo Picó para explicar que una asignación de $400 mil, por más boyante que parezca, “no da para nada porque eso (la digitalización) es algo costosísimo”.
Asimismo, el profesor compartió otra preocupación: la accesibilidad. “Habría que ver qué documentos digitalizarán porque, ¿para qué lo harían si van a subir documentos ya consabidos?”, recalcó. Y es una opinión que comparte también su homólogo, Gervasio García, así como su preocupación por el bienestar de los documentos en las instalaciones en Puerta de Tierra.
“Ricardo Alegría fastidió el Archivo”
El experimentado humanista entiende que, “se ha gastado mucho dinero en adecuar el edificio para el Archivo y no se ha podido invertir en más archiveros, personal y sobre todo, en actividades que propicien investigaciones, que es para lo que debe ser un lugar como ese”.
Y como lo han expresado sus colegas historiadores y hasta la directora de la institución, Karín Cardona, la imponente estructura donde se sitúa el Archivo no es el mejor espacio para albergar tan importantes documentos, pues desde su construcción en 1877el lugar ha sido: un hospital, una cárcel, una tabaquería de la Porto Rico American Tobacco Co., una destilería de la Bacardí y finalmente un archivo histórico. Evidentemente, un lugar que en su origen hubiera sido insospechado para asumir las funciones de hoy.
“Ricardo Alegría fastidió el archivo, porque lo que hizo fue darle un elefante blanco, porque todos los chavos, que no fueron tantos, se dieron para adecuar el edificio”, enfatizó Picó con entera deferencia.
Accesibilidad del Archivo
No obstante, el profesor está claro que mudar el Archivo sería una locura luego de observar la cantidad de dinero que se ha invertido en la estructura, y prefiere concentrarse en la accesibilidad de este espacio.
“El más grande reto del Archivo es hacerlo accesible”, dijo convencido. Además, como adicto a este lugar, confesó que le sorprende lo poco conocido que es la institución para tanta gente y que se debe estimular o incentivar la investigación.
“Hay que buscar más, y el Archivo da más”, insistió.
Con el respeto y el compromiso que le tiene a este lugar atemporal, Picó es sin duda, el usuario número uno del Archivo y tiene muy claro que este lugar se debe al País y su gente, porque el conocimiento es un derecho ciudadano.
“Es una inversión a largo plazo. Debe estar accesible, sino el país seguirá viviendo fantasías”, finalizó.
Esta es la tercera parte de la serie sobre el Archivo. Para leer la primera parte pulse aquí y para leer la segunda parte pulse aquí.