Tanto los kurdos y los yazidí han sufrido de represión y violencia sistemática a lo largo de su historia, por ser estos minoría étnica en los países de Iraq, Turquía y Siria. Los yazidí han sobrevivido alrededor de 72 genocidios durante los siglos 18 y 19 solamente, y otros numerosos intentos de convertirlos al Islam o de arabizarlos. Durante el régimen de Sadam Hussein los kurdos sufrieron grandemente en términos humanos y económicos. Pero hoy, en el vacío de poder que ha sido creado luego de la invasión de Estados Unidos en Iraq y la subsecuente guerra sectaria, estos dos grupos se han convertido en víctimas y victimarios del Estado Islámico.
Pero el análisis del conflicto no está completo sin incluir el elemento de género. Y es que cuando se estudian las causas, los actores y las consecuencias de las guerras, usualmente adelantamos una visión objetiva y neutral. Vemos números de víctimas, contamos los cuerpos muertos y las heridas. Si estamos de suerte, a veces problematizamos esta visión e incluimos en nuestros paradigmas analíticos los elementos de etnicidad y religión. Pero en muy pocas ocasiones pensamos cómo los conflictos operan cuando incluimos el factor de género.
Las acciones de Estado Islámico hacia los yazidí y los kurdos tienen un componente de género fundamental. La comunidad internacional ha acusado al Estado Islámico de estar cometiendo un genocidio, pero muy pocos han señalado que también las acciones de este grupo se caracteriza por ser un generocidio. Este término se refiere al asesinato masivo basado en consideraciones de género, entiéndase masculino y/o femenino. Generocidio se diferencia de feminicidio en el sentido que también analiza los asesinatos de hombres.
En el caso del Estado Islámico, estos se han embarcado en ataques sistemáticos a las regiones de grupos minoritarios étnicos, especialmente en Iraq, donde en la mayoría de los casos las víctimas han sido los kurdos y yazidí. Su modus operandi implica capturar la población y dividirla en dos grupos. Por un lado, toman a los hombres especialmente a los jóvenes que se encuentran en edades capaces de pelear y los matan al instante. Esta estrategia se basa en cálculo de debilitamiento y la remoción de la posibilidad de que estos grupos se puedan “defender”. El matar sistemáticamente a los hombres proviene de las convenciones sociales donde el hombre es “el guerrero”.
Por otro lado, las mujeres y niños son secuestrados y llevados a los enclaves de Estado Islámico. La mayoría de las mujeres son vendidas como esclavas, en la mayoría de las ocasiones para trabajos ¨domésticos¨. Sin embargo, las más jóvenes y más atractivas son vendidas al mejor postor. Muchas tienen la suerte, irónicamente, de casarse con su comprador. Pero otras, son usadas para ser atacadas sexualmente. Muchas tienen que sufrir violaciones de los soldados del Estado Islámico, soportando docenas de hombres en un solo día. En el caso de las mujeres yazidí, son obligadas a convertirse al Islam y si se niegan, son asesinadas.
Muchos obvian las consecuencias a largo plazo del uso de violencia sexual como método de guerra. Imaginemos que el conflicto cese y se logre la paz, estás mujeres nunca podrán tener una vida normal. Aparte del daño emocional y psicológico que incluye sufrir del trastorno por estrés postraumático, que afecta al hombre y a la mujer por igual, es bien probable que estas mujeres sean marginalizadas por considerarlas “impuras”. Precisamente su impureza presenta un obstáculo en la búsqueda de un esposo. En una sociedad donde la mujer no puede tener propiedad, educación, o trabajos remunerados, aquellas que no tienen familia que las acojan serán condenadas a morir en las calles, abandonadas, marginalizadas y despreciadas.
Es precisamente las estructuras patriarcales de discriminación y explotación de la mujer, lo que ha cambiado la configuración del conflicto en Iraq y Siria. Hasta ahora, los únicos capaces de parar los avances del Estado Islámico han sido las milicias Kurdas, como Las Unidades de Protección del Pueblo (YPG) y el Partido de Trabajadores kurdos (PKK) de Turquía. Estas milicias kurdas han recuperado mucho terreno que una vez estuvo en control del Estado Islámico. Pero lo interesante es que la lucha ha caído en los hombros de las mujeres. En el PKK,por ejemplo, 40% de los combatientes son mujeres. De igual forma, se han formado grupos militares de yazidí compuestos únicamente por mujeres. En una sociedad donde la mujer es considerada como una propiedad, donde es, o por lo menos era impensable que la mujer pudiera pelear junto a un hombre, el generocidio ha puesto a los hombres en una posición vulnerable: aceptan a la mujer como igual en su lucha, u optan por el exterminio de su pueblo.
Para entender las dinámicas de conflicto, es necesario incluir un análisis de género. Este conflicto no tiene efectos que son “género-neutrales”, sino que el sufrimiento y las consecuencias discriminan a base de género. No es que la mujer sufra más o menos que los hombres, es que sufren distinto, y en muchas ocasiones este sufrimiento es insensibilizado y marginalizado en nuestra cotidianidad. Las consecuencias nunca son neutrales, sino que son consecuencias de la violencia y las estructuras patriarcales.
Pero es importante entender que el Estado Islámico no sólo está cambiando el panorama político y económico de la región, sino que en su afán por acuñar el poder bajo una lectura fundamentalista y fundamentalmente equivocada del Islam, está creando una revolución. El Estado Islámico está forzando un cambio radical en las estructuras sociales y patriarcales dentro de las sociedades kurdas y yazidí. Si un día este conflicto cesa, es imposible imaginarse el retorno hacia una sociedad igual a la que existía pre-conflicto, donde la mujer no tenga voz ni poder. Este conflicto no es otro más en la historia de las guerras, es uno de la historia de las guerreras.