“Mira acá arriba, estoy en el cielo
Tengo cicatrices que no pueden ser vistas
Tengo drama, no puede ser robado
Todo el mundo me conoce
Mira acá arriba, mano, estoy en peligro
No me queda nada que perder…”,
Lazarus, David Bowie (2016)
¿Ha sido este su más definitivo performance?
El pasado viernes, el mismo día de su cumpleaños número 69, David Bowie lanzó lo que sería su último disco de estudio, Blackstar, un viaje lleno de poesía críptica, más experimental que cualquier otro álbum suyo de estas pasadas dos décadas, algo alucinante.
Dos días después murió.
Ok, recapitulemos más allá de este pasado fin de semana, porque es que todo esto luce muy bien orquestado por quien fue más genio que figura (y eso es muchísimo decir) hasta la sepultura. Pongámonos serios y consultemos expertos.
“Empecemos con que, al igual que su álbum anterior —The Next Day—, Blackstar fue anunciado justo antes de salir. En noviembre le dijeron al público: ‘La semana que viene sale el primer single, viene un disco de nuevo de Bowie, breguen con esa’. En diciembre salió el segundo corte, Lazarus, y en enero salió el disco… justo antes de su muerte”, señaló Ezequiel Rodríguez Andino, periodista y productor general del espacio Frecuencias Alternas, de Radio Universidad.
“Entonces, cuando uno escucha este disco último de Bowie, tú ves un trabajo experimental como hace tiempo no lo hacía. Él se había mantenido mezclando su viaje experimental con la música ‘popera’, pero con Blackstar, un disco que empieza con un tema de nueve minutos y con letras que tocan alguna fibra humana, desde la primera canción hasta la última, esto ha sido otra cosa, mucho más allá de un simple álbum concepto. La gente lo anda diciendo y quizás uno no lo quiera decir, pero yo estoy seguro que este disco fue hecho a propósito, casi un réquiem, como si Bowie dijera: ‘Quiero irme haciendo lo mejor que yo sé hacer’. Dejó eso y se fue, lo que hace del disco algo más mítico todavía”, explicó Rodríguez Andino.
El veterano estudioso de la música contemporánea señaló que “nadie sabía que Bowie tenía cáncer. Es cuando se muere que uno se entera que llevaba 18 meses luchando con la enfermedad. En un mundo en el que a una figura como él se le haría difícil escapar de los medios y de las redes sociales, de alguna forma logró mantener esto en secreto”.
Rodríguez Andino resaltó las letras del disco de Bowie, en especial la de Lazarus, “que de por sí, con el título, dice mucho de cómo Bowie puede que muera, pero revive y hay que bregar con él después de muerto” y con la última pieza del disco, titulada I can´t give anything away, “donde nos dice: ‘Yo me voy a llevar conmigo muchas cosas que tú no vas a saber’. Al fin y al cabo, así es la muerte para todo ser humano, pero desde su punto de vista de deidad del rock, es como reclamar su humanidad, a la vez que te dice: ‘Aquí está esto, sigan bregando conmigo’”.
David Bowie – Lazarus:
“¡Es un performance, es un bendito performance! Es que no me lo puedes pintar de otra manera que no sea eso. Más aún, el disco funciona de una manera cuando está vivo y cuando se muere te dice otras muchas cosas. Él siempre dejaba su trabajo para que nosotros lo decodificáramos. Aquí ha demostrado control en su propio proceso creativo hasta después de haber partido”, puntualizó.
Al fin y al cabo, Bowie siempre se encargó de mantener el control de su creatividad indómita. Su impacto fue mucho más allá de la música. Fue una bestia también como actor de cine, algo que se palpa a plenitud en filmes como The Hunger (1983), Labyrinth (1986), Last Tempation of Christ (1988) y Basquiat (1996), donde interpretó a Andy Wharhol. Varias piezas audiovisuales correspondientes a discos suyos son consideradas pilares del comienzo de la era del vídeo musical que impuso MTV tres décadas y media atrás. Dentro de todo, empero, la esencia de su performance fue lo que moldeó su desempeño artístico.
“Es muy difícil separar la música de su performance e incluso, pudiese decirse que hizo de su vida un performance”, indicó Sylvia Bofill, profesora del Departamento de Drama del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR).
Bofill exaltó el hecho de que Bowie “fue de los primeros en hacer del vídeo musical un acto performático, con una atención minuciosa en todos los artificios: vestuario, composición, escenografía y movimiento”.
“Bowie se preocupó por una estética personal en la cual el performance no era un adorno sino el eje principal de su arte. Escuchar su música sin ver sus vídeos musicales, sus vestuarios, la forma que se maquillaba sería como amputar un eslabón intrínseco de su arte. Fue influenciado y tuvo un diálogo constante con las vanguardias artísticas contemporáneas, tanto en el cine como en la danza, en la plástica y en el teatro. Su performance siempre fue un acto contestatario y político, hasta su video final, que él mismo narra y anuncia su muerte. Hoy día apenas estamos empezando a estudiar y entender la influencia que ha tenido en el pop culture, en los medios de masa y en las artes en general”, profundizó la profesora, a la vez que rememoraba a Bowie como participante, de distintas formas, en el teatro internacional.
Como referente del legado audiovisual del artista, Bofill instó a observar el vídeo de Bowie interpretando su clásico The Man Who Sold the World, junto al contratenor alemán Klaus Nomi, en el programa Saturday Night Live de NBC, en 1979. “En este video podemos ver que el vestuario es influencia del arte constructivista, un diseño de vestuario basado en la obra dadaista The Gas Heart de Tristan Tzara”, interpuso Bofill.
“Por ejemplo, en una entrevista dijo: Toda arte es inestable. Su significado no necesariamente es el impuesto por el autor. No hay voz autoritaria. Solo hay múltiples lecturas’”, recordó además Bofill, confesa seguidora del músico británico que creó a Ziggy Stardust. Con su arte, Bowie siempre ponía en acción estas palabras, indicó Bofill, pues “era un constante performance que rompía con lo ya establecido”.
El ejemplo de The Man Who Sold the World, tema publicado por Bowie en 1970, refleja también la longevidad de su obra. El tema ha sido regrabado por sobre una docena de artistas, más notablemente la cantante británica Lulu en 1974, el ‘sintepopero’ escocés Midge Ure en 1982 y los sicarios de Seattle, Nirvana, que le dan su peculiar toque en su disco MTV Unplugged de 1994. Dice Bowie en el libro dedicado a su figura y legado, The Complete David Bowie (2000), del británico Nicholas Pegg: “Los chicos que vienen luego (de cantar en vivo The Man Who Sold the World en alguna presentación) me dicen ‘qué cool que esté haciendo una canción de Nirvana. Y yo pienso: ¡Vete al diablo, pequeño escuincle!’”. Quizás Bowie y Kurt Cobain anden en el más allá vacilando con esto ahora mismo.
Draco y su cover de The Man Who Sold the World:
Ah, el tema también es tocado en presentaciones en vivo por el boricua Robi ‘Draco’ Rosa, como pueden ver arriba de estas líneas. De hecho, el destino se encargó de que Bowie y la cultura puertorriqueña tuvieron una particular relación, gracias al guitarrista boricua Carlos Alomar, con quién tocó durante gran parte de las pasadas tres décadas. Bowie le ha dado duro por el coco a varias generaciones de roqueros boricuas.
“Creo que es la pérdida más significativa en el mundo del rocanrol como lo conocimos en el Siglo XX”, dijo Fofé Abreu, líder de bandas insignes del rock nacional como Circo, Fofé y los Fetiches, y el Manjar de los Dioses. “Celebramos su maravilloso legado, su gusto inmejorable, su ingenio deslumbrante. Su persona, en total esplendor, es y será eternamente fuente de inspiración, sustancia mística y escape a otros portales de la imaginación en tiempos turbios”.
Abreu hizo hincapié en que “el nivel de creatividad, curiosidad y valentía a la hora de romper esquemas y la calidad inmejorable de su obra siempre será fuente de inspiración y libertad”.
“La industria de la música ha decaído tanto que un legado majestuoso como el de David Bowie es casi una rareza. Me inclino en reverencia ante semejante icono. Aun sabiendo su padecimiento, David Bowie se esmeró trabajando una nueva obra musical que marca su despedida. Eso es un gran ejemplo de misticismo artístico. Su importancia es tanta que no es fácil expresarlo. Aún estoy procesando tan triste noticia”, agregó el intérprete de clásicos contemporáneos boricuas como Accidente y La Mañana Blanca.
Eduardo Alegría, vocal presencia de proyectos musicales como Alegría Rampante y Superaquello, también se aturde cuando de hablar de Bowie se trata.
“Este tipo es muy épico. Yo no sé ni por dónde empezar, yo no lo subscribo a la música”, dijo Alegría, exponiendo de inmediato que con Alegría Rampante tiene un tema llamado Jirafa “que es un tributo a Let’s Dance, su sencillo que produjo Nile Rodgers, del grupo de música disco Chic, con el cual me identifico mucho”.
Jirafa, oscuro tema de Alegría Rampante inspirado en Bowie:
“Pero es que Bowie era mucho más que música. Antes de que hubiésemos artistas que trabajáremos la música y el arte con la perspectiva de las políticas queer, estaba Bowie, todo un megapionero a la hora de subvertir las nociones de lo que es un hombre y una mujer. ¡Fue todo un terrorista de género, cui-cui-cui! Bowie es una influencia tan ridículamente inmensa en mí que yo no sé ni qué decir”, añadió, antes de enviarnos este vídeo de Bowie que va a continuación, donde se explican audiovisualmente las palabras de Alegría.
David Bowie – Boys keep swinging:
Alegría, también un vicioso teatrero, no pudo evitar a mencionar las actuaciones cinematográficas de Bowie en filmes como Merry Christmas Mr. Lawrence (1983) y The Hunger, “donde presenta una maravillosa transformación, al interpretar a un vampiro que por culpa de un virus envejece durante el transcurso de un día”. En la música, le impresiona mucho el álbum Hunky Dory, pero “mi obsesión con Bowie es él, es verlo, escucharlo, cómo usaba su cuerpo en los videos musicales, sus actuaciones. Mi fanatismo hacia Bowie entró por los videos, es un asunto visual de performance”.
Y ahora, habrá una nueva generación que también se obsesionará con Bowie, especialmente cuando comiencen a ver la influencia que el actual movimiento de música electrónica tiene de aquel sonido primerizo de sintetizadores que ayudó a establecer a Bowie casi cuarenta años atrás.
“Bowie está entre los precursores de usar el sintetizador, entre los primeros en aprovechar la llegada en los ochenta del MIDI (Musical Instrument Digital Interface), que lo mezcla con ese sonido orgánico de guitarra y batería de los setenta para alcanzar un sonido electrónico único. Es de los primeros en usar sintetizadores Moog”, comenzó a discernir el DJ y productor de música electrónica Wilfre Carrasquillo, mejor conocido por su mote de Wolves Can Riot o WCRT.
“Creo que superó muchos retos musicales. Más allá, al morir Bowie le otorga otro reto a la música electrónica, que ya anda muy saturada. Y es que las nuevas generaciones busquen en este momento encajar elementos orgánicos a lo electrónico, justo como él hizo con su matrimonio entre el sonido de los sintetizadores, nuevos para la época, con el sonido orgánico de las guitarras y batería del rock de los setenta. Ahora los jóvenes pueden hacer lo mismo, pero al revés”, arguyó.
Pero, como con Bowie la cosa siempre va más allá de la música, Carrasquillo no pudo quedarse meramente dentro de las líneas musicales. “Es que creo que Bowie representa algo muy importante desde el mismo inicio de la música electrónica, que es la cuestión esta subterránea, la rebeldía y la depresión. Él era emo antes de ser emo, su sonido logra que uno se sienta normal en el ambiente que uno le gustara, a aceptarse uno como es. Hacía su música para eso. Escribía sus letras para eso”, articuló.
David Bowie – I can´t give anything away:
Y aquí volvemos a aquella canción que mencionamos anteriormente, titulada I can´t give anything away, la última pieza del disco Blackstar:
“Sé que algo está muy mal
El pulso regresa por hijos pródigos
Los corazones del apagón con noticias florecidas
Con diseños de calaveras en mis zapatos
No puedo regalarlo
No puedo regalarlo
Todo
No puedo regalarlo
Todo
Viendo más y sintiendo menos
Diciendo un sí que significa no
Eso es todo lo que signifiqué
Ese es el mensaje que envié…”
“Esa es su última canción. Luego se muere”, retoma la discusión el locutor y productor Rodríguez Andino.
“Siempre apostó a que nosotros decodificáramos lo que nos daba. Esa última canción es una pieza de su performance final, de su reflexión final, de la culminación de su vida y de su muerte también. Yo pienso que fue a propósito, que lo estamos digiriendo aún, porque en este último performance, con su muerte, él se llevó la última pieza de su propio rompecabezas. Y esto eleva este disco a un nivel bien, bien humano”, finalizó.
Más humano que la misma muerte. Se desaparece físicamente durante su más intenso y metódico performance. Despega sin retorno aquel misil símil –mitad carne y hueso, mitad mito– que nació británico y murió siendo universal y pico, con las distintas eras musicales de tres cuartos de siglo, desde el vinilo hasta YouTube, como testigos. Un total ser humano performance es ese Bowie. Es… en presente, porque ahí sigue en lo suyo.
Antes de irse, Bowie escribió el musical para teatro Lazarus, basado en el tema del mismo nombre que aparece en su último disco de estudio, Blackstar. Los dejamos con el actor Michael C. Hall interpretando el tema Bowie: