En un mundo en donde se transita con tanta velocidad, algunos han olvidado los métodos más antiguos para expresar el amor. Sin embargo, un grupo de estudiantes de la Universidad de Puerto Rico en Cayey ha demostrado que pertenecer a la generación de los mensajes de texto, abreviaturas y emojis no es sinónimo de no ser hábil con la palabra.
El pasado 11 de febrero, el Departamento de Estudios Hispánicos de dicha institución llevó a cabo la premiación del Cuarto Certamen de Cartas de Amor. A continuación, reproducimos las tres cartas ganadoras:
Primer lugar
Billy M. Colón Santiago- Facultad de Administración de Empresas
“Hola, mi Jasmine:
Ya casi un año juntos. Cómo pasa el tiempo, ¿no? Parece que fue ayer cuando te vi allí entre tantas. Tenía el privilegio de poder escoger entre muchas, pero te elegí a ti. Llevaba años deseándote, pero no podía tenerte. Fue fácil elegirla a usted al momento que se asomó a mis ojos. Tanta belleza y, al mismo tiempo, sencillez llenaban de emoción hasta al hombre más vacío e indiferente.
El día que la tuve a usted en mis brazos fue una locura. Me sentía como un niño con un dulce, como un perro con su juguete nuevo. Rápidamente causaste en mí esa sensación de vida que me faltaba, ese empuje necesario para mirar la vida de otro ángulo, un ángulo de color, disfrute y pasión. Podía pasar horas mirándote, admirándola en cada detalle, y el cansancio nunca llegaba a mi pensamiento. Pasaba horas eternas de gozo con usted, y cada minuto que pasaba me hacías sentir que valía la pena el tiempo que esperé para tener tu compañía.
¿Sabes?, cada cosa de usted me vuela la cabeza. Son tus curvas tan perfectas, tu cuello largo y mágico y tus susurros cuando te toco lentamente los que me hacen sentir la pasión tan fuerte por ti. Como te toco yo no te toca nadie. Tus vibraciones cuando rozo mis dedos sobre tus largos cabellos metálicos, estremecen todo mi ser y me hacen sentir en otro cielo. Tu color de piel azabache que deja reflejado mi rostro como un inocente niño que busca la bonanza en un mundo incierto.
Los momentos vividos juntos, ¿cómo olvidarlos? Siempre estuviste ahí para subirme cuando me caía, cuando sentía que ya no podía más. Estabas ahí cuando parecía que no había nadie, cuando necesitaba una mano amiga. En los momentos importantes en mi vida tú estuviste ahí, alegrando a todos en el lugar, incluyéndome a mí. Cantando juntos, o tú sola, me hacías sentir un hombre diferente, un hombre sin problemas ni preocupaciones. Me hacías olvidar tiempo y lugar, quien soy y de dónde vengo. Los incidentes del día pasaban a segundo plano cuando hacías acto de presencia.
Llegó al fin de esta carta, y no es porque no tenga nada más que decir de usted, es que ya no encuentro las palabras perfectas que puedan expresar de una manera justa y hacerle entender lo importante que es para mí. Está de más decir, que eres y serás parte esencial de mi vida, y te hablo a ti y solo a ti, mi guitarra querida, que te seguiré cuidando y llevando conmigo siempre, sin importar cuantos años y daños tengas”.
Segundo lugar
Paloma Martínez Estrada- Facultad de Pedagogía
“Verbatim sin cuerpo:
Verbatim, sus palabras retumbaban entre las paredes, sin condición. Caminaba hacia la barra esperando a que el miedo se espantase en caso de volver a encontrar su rostro entre la multitud usurpadora en las colinas del Sur. Contando mis penas a ración de copas cristalinas, mantuve la compostura cuando apareció por la entrada arraigado de aquella palma. Me había dejado de concernir quién le fuese a prometer mejor amorío que el que compartió conmigo, pero aquella noche no parecía tener un desenlace conmovedor. El camarero de la barra ya conocía mis vinos de preferencia y yo me había percatado dónde alojaba su navaja favorita. Los cortes que rasgaba me tentaban la curiosidad de la posible sensación del desgarrar piel y espíritu ambos. Tras la tercera copa, el espejo del tocador asomó un vistazo a lo desgastado de mis párpados de tanto estrujarlos, pero noté aún más el estrecho espacio entre mis pulmones y mi garganta. Vi cómo persistía en disminuir, provocando un flujo libre para las lágrimas nombradas y abreviadas. La salinidad rozaba las esquinas de mis labios, arruinando mi lápiz labial en el proceso. La bruma mental se hizo presente frente a mis ojos y la navaja una vez identificada parecía ser un buen objeto para poseer.
Sus intercambios eran encantadores. Las parejas con chispas genuinas inevitablemente resaltan dentro de toda una muchedumbre. Ineludiblemente, imaginaba cómo sus paladares se deleitaban uno del otro en la ausencia de seres espectadores. La pereza no existía en su suplencia de caricias y ternura. Le daban diez nuevos significados a la palabra ósculo. Ambos porfiaban la discreción y desgarraban las verdades de sus labios en cuanto les placía. Y yo, manejando la logística de cómo conseguir la navaja. Con certeza, era una noche penosa y no esperaba llegar a la sobriedad. La poca prudencia que irradiaba continuaba desapareciendo en el camino al lado derecho de la barra. La navaja relucía la tenue luz de las bombillas rojas y mi mano dejó de temblar a los segundos de decidir adquirirla para mi nueva aventura sigilosa. Apasionada, el llanto dejó de ser visible y lo volví a escuchar: “Déjame vivir de mí, que ya de ti no se subsistir. Sabes que estás alojada bajo mi piel y que no habría forma de eliminar un tatuaje tan profundo”. Antes de recuperar la conciencia entera, mi mano guardaba el filo de la tan codiciada navaja con intenciones de que otros sabores corporales se viertan en aquel salón de lucro.
Horas después, recuento los pasos para defenderme ante los policías de la comandancia. Vestida de rojo sobre rojo, temí haber perdido la cordura. El delirio me arropó, la vehemencia se apoderó. No tuve más remedio que aceptar mi crimen lleno de frenesí. Hoy, mis letras te suplican compañía y ayudas jurídicas para perdonar mi deseoso acto con su base llena de agonía. Espero tu respuesta a esta ceremonia literaria hecha carne, sufriendo más allá del pellejo sin vergüenza de aquellas noches largas en la peripecia del amor enloquecido”.
Tercer lugar
La estudiante prefirió mantenerse en el anonimato y utilizar el seudónimo Estefanía
“A mis padres:
Nunca había visto tanto amor manifestado de tan diversas formas, me sentía en un estado de éxtasis, algo inexplicable. Luego los vi a ustedes, mis progenitores, y sentí como si todo a mi alrededor se paralizara y no existiera nadie más. Traté de hablarles, y sacudirlos para que se levantaran y dejaran de hacer tantos sacrificios por mí, pero parecían estar en un trance. Yo no merecía que ustedes hubieran dado tanto y no entendía por qué lo hacían. En ese momento fue cuando mi mundo se derrumbó y lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, porque al mirar hacia adelante, lo entendí todo, claramente. Ahí estaba la cruz, la prueba de amor más grande que ha existido en la historia de la humanidad. Él me invitaba a dejarle todas mis cargas, culpas y frustraciones, porque me amaba y me seguía amando aun cuando le había fallado tantas veces. Así mismo ustedes me perdonaron y me demostraron que me amaban más que en el primer día al tenerme en sus brazos.
Ahora quiero decirles que han sido los mejores padres y que les agradezco todo lo que han hecho por mí, por eso también les quiero pedir perdón, por no haberme dado cuenta de todo el esfuerzo que realizaban para que no me faltara nada, quizás por mi orgullo, mi inmadurez o egoísmo. Gracias por su paciencia, por los numerosos consejos que me han dado, por su atención y comprensión. También quiero decirles que los amo y me arrepiento no haberlo expresado hasta ahora…”