El primer disco que yo me compré fue “Sublime” de la banda del mismo nombre. Es un dato de mi vida del cual siempre he estado orgulloso. ¿Un dato del cual no estoy tan orgulloso? Mi segundo disco: “Spiceworld” de las Spice Girls. El año era 1997 y ambas bandas estaban a la altura de su poder (que en aquel entonces se podía medir con la cantidad de veces que aparecían sus videos en “The Box.”).
Muchísimas cosas han cambiado desde el 1997: la moda (se acuerdan de los zubaz?); el advenimiento de los celulares, que ha sido responsable tanto por la revolución de la comunicación como la muerte de un sin número de carreras políticas (ver Weiner, Anthony); y hasta el matrimonio gay era ilegal (oh wait…). Sin embargo, uno de los cambios más notables se ha visto en la cultura del consumo de la música. Tecnologías nuevas han cambiado los paradigmas de producción, distribución, y consumo de la música. La idea de ir a una tienda a comprar un disco ya es tan ajena a nosotros como la música lo es a MTV hoy día, objeto de gran felicidad para la mayoría de la población (aunque un poco de nostalgia) y de gran estrés a las compañías disqueras.
Repasemos un poco de historia. Durante casi todo el siglo XX, prácticamente toda la música la producían tres tipos de compañías: los “majors”, los ‘labels’ (subsidiarias de los ‘majors’), y las compañías independientes, mejor conocidas como ‘indies’ (muchas de estas también eran propiedad de los ‘majors’). El vínculo entre estos tres tipos de compañías y la obvia influencia que tienen los ‘majors’ en todas las empresas y los procesos de producción nos llevan a la conclusión de que los ‘majors’ han controlado una gran parte de la industria musical.
Estas mega-compañías transnacionales son responsables por 90% del mercado en los Estados Unidos (el más grande de todos los mercados), y hasta un 80% del mercado mundial (Brown 1997, 80). En el 2004, este club exclusivo de control y dominio de la escena musical consistía de cuatro conglomerados: Universal Music Group (que controlaba aproximadamente 31.5% del mercado), Sony/BMG (25.3%), Warner Music Group (21.4%), y EMI (9%). El 12.8% restante le pertenecía a compañías disqueras independientes.
El poder de estos grandes conglomerados no se limita a la producción de música. Los ‘majors’ trabajan con otras firmas grandes en otros aspectos de la media – como industrias de radio y de televisión – para manufacturar artistas populares que pueden ser consumidos a través de diferentes medios y plataformas (Kuehn, 2013). Sin embargo, los chances de tener una banda o un producto musical exitoso son bajitos por el mero hecho de que las canciones y los artistas “pegan” por razones culturales que son difíciles de predecir.
No obstante, a través de procesos de identificación, control, y organización de la información en la industria, los ‘majors’ logran organizar y vender la música como un producto de manera eficiente y prácticamente sin riesgos. El público pedía “pop stars” y los medios se volvieron espectacularmente eficientes en la creación de los mismos.
Durante el último siglo, la industria de la música ha sido caracterizada por tres factores importantes: la concentración masiva, la integración de las organizaciones grandes, y el monopolio de las tecnologías para fortalecer el control sobre la producción de la misma (Cvetkovski, 2004).
Es interesante notar como las tecnologías siempre han servido como un aliado a las compañías disqueras: la radio trajo a los artistas a las casas de toda la población, los casettes y los CDs hicieron más conveniente la compra del producto, hasta los “walkman” ayudaron a sacar la música del carro, de la casa a la calle y efectivamente acabó con las conversaciones incómodas en viajes largos con la familia. Las tecnologías y la industria de la música iban tan bien juntos como el arroz y las habichuelas. Entonces, nació “Napster.”
Con la llegada de programas de “file-sharing” como “Napster” en el 1999, aparejado con un mayor acceso a internet para el público, vimos una transformación en los hábitos de los consumidores a través del mundo. Se estima que 18-30% de todo el tráfico que existe en la red cibernética proviene del “file-sharing.” Los esfuerzos de las instituciones de tumbar estos websites han sido en vano, pues cuando cae uno, otros siempre logran tomar su espacio para proveerle más programas y música a cada vez más gente.
Con el éxito que han tenido compañías como Apple y su modelo de descargar música, los ‘majors’ han tenido que buscar formas para mantenerse a flote en esta época, ya sea buscando formas nuevas de generar ingreso o por medio de acción legal. Mientras los ‘majors’ batallaban por su viejo puesto en los tribunales, los artistas poco a poco se dieron cuenta que el internet les ofrecía una plataforma en la cual ellos mismos pueden producir sus discos. Las consecuencias fueron nefastas para las compañías disqueras.
Este año se cumplen seis años desde que Radiohead decidió separarse de EMI para auto-producir y lanzar su disco ‘In Rainbows’ a través de la web. A pesar de no haber sido la primera banda en desafiar el sistema (“Greatful Dead” dejaba que los fanáticos distribuyen todos sus discos grabados en vivo y tenían un sistema en el cual los fanáticos podían mandarles un disco en blanco por correo y ellos te lo devolvían con música), fueron el ejemplo de más alto perfil y al que más publicidad se les dio, engendrando reacciones departe de los medios que incluían tanto halagos a la banda como obituarios a los ‘majors’ y las formas viejas de producción.
Ciertamente lo que The Economist le llamó “El día que murió la industria de la música” marcó un cambio oficial en el sistema de producción y consumo de la música, y aunque no hemos llegado a la supuesta utopía musical donde los ‘majors’ no existen y los artistas y sus méritos son los únicos factores que influyen en su popularidad (ver Bieber, Justin), vivimos en un mundo donde las compañías se han tenido que adaptar a nuestras tendencias y necesidades, no viceversa.
En cuanto a la música que escucho, es difícil decir si mis gustos y mi relación con ella han cambiado a causa de la transformación de la industria. “Sublime” todavía ocupa un espacio en la memoria de mi Ipod; lamentablemente, “Spiceworld” no (dato interesante: la compañía disquera responsable por las “Spice Girls” y por “Radiohead,” ‘EMI Records’, ya no existe). Aunque ciertamente tengo más acceso a diferentes tipos de música, es difícil decir si mi relación con mis artistas favoritos es igual de íntima.
No sé si los niños de ahora recordarán a sus artistas favoritos de la misma forma en que yo recuerdo a mis artistas preferidos durante mis años formativos. Tal vez exista un cierto romanticismo en la idea de salir de la casa a invertir mi dinero en mi artista favorito, que a lo mejor no exista en la generación de ahora. ¿Volvería a aquellos tiempos si tuviera la opción? Probablemente no. Pero al menos siempre tendré “mi primer disco.”
Este texto forma parte de nuestra republicación del blog del curso COPU 6515 Economía política de la información, parte del Programa Graduado en Comunicación de la UPR Río Piedras