Su muerte me pareció prematura. Ocurrió el viernes 15 de mayo de 2015 y él tenía 49 años. Cuando me enteré del fallecimiento del poeta Ángel Darío Carrero rebobiné la memoria y di con lo que creí era el momento en que lo conocí: cuando presentaba su segundo libro en el Museo de Arte de Puerto Rico.
Sin embargo, recientemente mi amiga bibliotecaria Wanda Cortés me recordó que mi relación con Darío había comenzado cinco años antes, cuando le encomendé a ella un reportaje para la revista CulturA del ICP acerca de un proyecto social y comunitario que a través del cine desarrollaba el fraile franciscano con niños y jóvenes en el barrio Sabana Seca de Toa Baja.
Ya después de rememorar tal ocasión comenzaron a surgir en la memoria otras escenas: cuando el poeta participó en el encuentro de escritores De-Generaciones en el 2003; una breve conversación en una librería; otra ocasión cuando me habló del teólogo Paul Tillich a la salida del Centro de Estudios Avanzados; su alocución durante la presentación de un poeta religioso argentino, esta vez en el Museo de Arte Contemporáneo; en la entrega de premios de un certamen de poesía en el que participé y en el cual había fungido como jurado… Y sabrá Dios cuántos momentos más tuve con Darío que ya se han ido depositando en remotos lugares de la memoria.
Eso sí, recuerdo muy bien las últimas dos ocasiones. En la primera, yo esperaba guagua en una parada frente a la Iupi y lo divisé a lo lejos con Eduardo Lalo. Cuando se acercaron pude conversar brevemente con ellos. Gracias a lo anterior asistí a lo que sería quizás su última aparición en eventos culturales: la presentación del libro Necrópolis del propio Lalo en la Librería Mágica. Allí hizo gala de su vasta cultura reflexionando acerca de la poesía y los versos de su amigo.
Mucho queda por decir de este humanista y religioso boricua, autor de los libros Llama del agua (2001), Perseguido por la luz (2008) e Inquietud de la huella (2012). Quedó pendiente con él alguna tertulia en la que habláramos exclusivamente de letras, arte y poesía. Lo más probable hubiéramos conversado acerca de su antología Lo que canta al otro lado, publicada hace unos meses. Pero tal como él mismo lo expresara cuando rememoraba su relación con el poeta Edwin Reyes puedo decir que: “Al pasar el tiempo descubro que el proyecto de la entrevista nunca fue en realidad abandonado: todo estaba dicho desde el principio. En cada palabra suya, llena de pureza y de dolor irredento, palpitaba la buena noticia franciscana que él había descubierto en los versos del poeta nicaragüense, Rubén Darío, es decir, que “el alma simple de la bestia es pura”.
Sirva esta crónica urbana dedicada a su memoria, a un año de su fallecimiento, como sencillo homenaje. Como cierre a la misma comparto varias reflexiones de Ángel Darío. Algunas provienen de propios escritos, otras de entrevistas que concedió a este servidor.
***
- Yo escribo como quien esculpe. Más que añadir, remuevo.
- La semilla fértil requiere cuidado. El bien en nosotros nos exige atención, cuidado, inspiración. Esta interioridad alumbrada permitirá que, progresivamente, integremos nuestras sombras, que seamos hombres y mujeres de luz, hombres y mujeres de paz y bien.
- El poeta surge como cultivador de grietas. El que es capaz – como dice bellamente Roberto Juarroz– de fracturar la realidad aparente para captar lo que está más allá del simulacro.
- Me alegra que mi poesía te sirva de eco seductor para el viaje que estás emprendiendo. Si algo poseen esos versos es una terrible honestidad conmigo mismo y con un proceso que abracé tempranamente con pasión desmedida. Yo mismo debo volver a esos poemas, porque todo lo vivido en el tiempo reciente me ha hecho sentir la necesidad de contemplarme frente al espejo de mi historia interior. Sospecho que allí están las huellas que me reconciliarán con el cauce inédito que ya me espera.
- No creo y nunca creeré en un Dios de sacrificios, sino de misericordia y de amor inclusivo. Porque solo el amor es digno de fe y de entrega. Ahora bien, que la felicidad implique una cota de sacrificio, no hace falta demostrarlo.
- El mal acontece, en gran medida, porque el ser humano es muy complejo. Habitan en él dos fuerzas contradictorias. El primer paso sería aceptar esa complejidad, pues lo que no es asumido, no puede ser redimido. Y, por otro lado, recuperar la espiritualidad, el camino silencioso que nos permite descubrir la fuerza de Dios en nosotros.
- (Sobre su libro Inquietud de la huella: Las monedas místicas de Angelus Silesius). Me tomo, por tanto, muchas libertades, desde cambiar el interlocutor de los versos de tercera a primera persona; transformar el poema rimado en uno de versificación libre; cambiar la plasmación estática yacente por un verso que se espacia libremente por la página; acortar o alargar cuando el poema me lo exigía, etcétera. Por tanto, quien busque una traducción tradicional no la encontrará.
- Una sociedad dedicada al ruido, a la prisa, al materialismo impide al ser humano entrar en contacto con su verdad. Tarde o temprano, este olvido del mundo interior en nosotros se traduce en victoria del mal sobre el bien. La cizaña crece sola.
- Un buen día, caminando por la playa, mi desierto favorito, descubrí que todo lo que me daba felicidad extrema no podía comprarse en tienda o mercado alguno. Era don. Movido por esa gozosa convicción nadé mar adentro con toda la fuerza de mis brazos. […] Descubrí que los instrumentos que necesitaba para acercarme a la felicidad añorada, tampoco estaban fuera de mí, sino dentro: mis propios talentos. Me hallaba de nuevo en el horizonte del don. Me detuve sorprendido por la lluvia repentina. El agua contra el agua unía el cielo con la tierra. A lo lejos veía a mi madre, con su mano diciéndome que no me alejara tanto. […] Volví a mirar hacia el horizonte abierto, con la mágica isla del Desecheo al fondo. Y supe en ese instante y para siempre que mi deseo era infinito y que solo lo Infinito podía colmarlo. He continuado nadando en esas misteriosas aguas hasta hoy. En ellas soy, me muevo y existo.