—Yo soy de Río Piedras. Yo soy de Capetillo. La Iupi está en Capetillo, y en donde yo vivía, el norte a mirar era la Torre de la universidad.
Habla Marta, Marta Nydia Torres Rosa, pero Marta para los efectos de esta historia que nace de la amistad y de cómo una persona puede tener la misma dicha por partida doble.
Por esa dicha nos referimos a poder estudiar dos veces –con medio siglo de diferencia– en el mismo lugar, el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR), pero la Iupi para los efectos de esta historia que, como dijimos, nace de la amistad.
Cabría decir que este no es un texto periodístico común. Quizás ni siquiera lo es. Es más bien la historia de Marta, que tiene por común ser extraordinaria. La conocí en agosto de 2013, y desde entonces, siempre tomamos clases juntos. Con ella comparto mucho, además de los salones: conversaciones, afinidades políticas, cafés, lecturas, tiempo. En cierto sentido, Marta es como la abuela que perdí a los 17 años. O dicho de otro modo, soy el nieto que la ayudó con powerpoints.
Quizás lo correcto sería decir que esta es la historia de una amistad forjada por la Iupi. Gracias, Marta, por enseñarnos que nunca es tarde para luchar por lo justo.
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Marta ingresó a la Iupi en el 1961.
Para entonces, el Estado Libre Asociado no había alcanzado los dos dígitos de edad. Eran los tiempos de la hegemonía del Partido Popular Democrático (PPD) y del último cuatrienio de Luis Muñoz Marín (1949-1964), primer gobernador no impuesto por Estados Unidos, o visto de otra forma, electo por los puertorriqueños. Es la década que verá nacer el bipartidismo en 1968.
“Era la época en que el PPD controlaba al vecino. Aquí nos pasamos hablando de la Cuba de Fidel Castro, pero los populares en esa época tenían un control total, a nivel de barrio. Había un líder de barrio que velaba y que sabía todo”, recordó Marta.
Y aunque la Ley 53 de 1948, la Ley de la Mordaza, se declaró inconstitucional en agosto de 1957, todavía en los sesenta –y de hecho, hasta tarde en los ochenta— “tener una bandera de Puerto Rico en algún lado era suficiente para que te carpetearan”.
La UPR apenas era el Recinto de Río Piedras (1903), el Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas en Mayagüez (1911), y la Escuela de Medicina (1950). La Ley 2, que viabilizaría la creación de un sistema universitario estatal con tres recintos y la Administración de Colegios Regionales, llegaría en el 1966. Eran, también, los últimos años de Jaime Benítez Rexach en la rectoría del campus riopedrense (1942-1996), pues con la aprobación de la Ley 2, pasaría a presidir el sistema universitario.
En agosto de 1961, Marta comenzó estudios en biología en la Iupi, con la idea de cursar medicina después. “En esa época no hay manifestaciones. Era la época de la paz de Jaime Benítez”, recontó.
Habría que entender por qué lo dice.
“Entre 1949 y 1964 ocurren reclamos por reformas universitarias y se incrementa la militancia independentista luego de la fundación de la Federación de Universitarios Pro Independencia (FUPI) [en 1956]. No obstante, el periodo fue uno de relativa calma, sin grandes enfrentamientos que resultaran en motines o situaciones graves de violencia o paralización de las labores docentes”, reseña el libro Huelga y sociedad.
Y es que Marta conoció la Iupi después del 1948, cuando ocurrió la primera huelga universitaria con repercusiones nacionales.
Pedro Albizu Campos regresó a la isla el 15 de diciembre de 1947, tras cumplir su primera sentencia de once años entre Atlanta y Nueva York. Ese día, cinco universitarios –entre ellos, Juan Mari Brás– quitaron la bandera estadounidense de la Torre del recinto riopedrense e izaron la monoestrellada puertorriqueña como saludo al líder nacionalista. Al día siguiente, los expulsaron. Benítez Rexach, además, prohibió la entrada de Albizu Campos al teatro del campus.
El 14 de abril de 1948, con esos dos asuntos de trasfondo y mientras los estudiantes deliberaban en el Teatro si el paro de 24 horas que habían decretado para ese día se volvería uno indefinido, Benítez Rexach cerró el campus.
Aunque, en palabras de Mari Brás, “declarar la huelga se tornó un asunto académico”, lo cierto es que el cierre del recinto hasta agosto y la suspensión de sobre 400 estudiantes –junto a la revitalización que trajo Albizu Campos al discurso nacionalista– abonaron a la aprobación de la Ley de la Mordaza.
“Yo me voy de la Iupi en el 1964 y no había actividad. Estábamos de camino al 1970, que es cuando explota todo”, relató Marta, refiriéndose al año que vería la quema del edificio del ROTC y la muerte de Antonia Martínez Lagares.
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Marta (re)ingresó a la Iupi en el 2010.
Para entonces el Estado Libre Asociado tenía 58 años de edad. Eran los tiempos del bipartidismo. El PPD copó los primeros ocho años de la década, y cuando Marta vuelve a la Iupi, Luis Fortuño Burset (2009-2012) y el Partido Nuevo Progresista gobernaban por primera vez en el siglo XXI. La UPR era –como hasta hoy– un sistema universitario con 11 unidades y una Junta de Síndicos.
En agosto de 2010, luego de irse a España a estudiar medicina y ejercer como doctora entre Fajardo, San Juan y Bayamón por casi 30 años, Marta comenzó estudios en la Iupi.
Hay quienes, para ejercitar la memoria, comienzan a hacer sudokus. Otros optan por los crucigramas o las sopas de letras. Pero Marta prefirió las lenguas extranjeras.
“Yo regreso un poco para reinventarme, para mantener la salud mental y porque pues, me gusta estudiar. Cuando regresé no estaba segura dónde entrar, porque a mí me gustaban las humanidades y me gustaban las ciencias sociales. Escojo las lenguas extranjeras porque pienso que me van a ayudar a fortalecer la memoria”, explicó.
Está de más decir que ella misma, médico al fin, se lo recomendó.
“Repetí el bachillerato completo porque era la condición para que me readmitieran. El director del Departamento de Lenguas Extranjeras me dijo ‘yo la acepto si repite el bachillerato, y todo lo que tenga más de diez años’ y yo le dije ‘olvídese de contar’”, rememoró, riendo.
Pero a diferencia de su primer paso por la Iupi, donde no hubo manifestaciones estudiantiles multitudinarias, en agosto de 2010 la UPR salía de una huelga para entrar en otra.
El 13 de abril de ese año los estudiantes del recinto riopedrense aprobaron una moción de paro en protesta de la Certificación 98 aprobada por la Junta de Síndicos el 20 de febrero, que buscaba atender la crisis presupuestaria del sistema universitario mediante la eliminación de las exenciones de matrícula.
El 21 de abril, luego que la autoridades universitarias no se reunieran con el Comité Negociador estudiantil conformado en la asamblea, comenzó la huelga. Ese mismo día la rectora del recinto, Ana Guadalupe, cerró el campus y autorizó la entrada de la policía estatal. A medida que pasaron los meses, más unidades se integraron a la huelga, que duraría hasta el 21 de junio, o seis meses.
Ocho días después, el 29 de ese mes, en una reunión extraordinaria y sin acuerdos entre los estudiantes y las autoridades universitarias, la Junta de Síndicos aprobó la Certificación 146, que impuso una cuota de $800 efectiva en enero de 2011. En agosto, apenas un mes después, Marta regresa a su alma mater.
“No todo el mundo estaba a favor de la huelga. Yo recuerdo una clase que me di de baja porque el profesor de filosofía me dijo ‘si usted participa en la huelga o no viene se asegura una F’. Y yo le dije, ‘no se preocupe, yo me doy de baja, yo no voy a venir’”, relató.
Porque en ese entonces, con 65 años, Marta participó de la segunda huelga –o de la segunda parte de una misma huelga–, esa que se extendió del 14 de diciembre de 2010 al 28 de enero del 2011. Y de todas las asambleas, protestas, piquetes y paros que han sucedido hasta hoy.
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Le pregunto a Marta sobre la diferencia entre la Iupi de los sesenta y la Iupi de los dosmiles.
—En mi época la Torre de la universidad era el norte al que mirabas, y la comunidad participaba. Veníamos a los juegos de pelota, habían actividades y bailes los fines de semana. Te hablo de cuando mi familia venía, cuando yo era pequeña. Es más, un paseo de domingo podía ser simplemente venir a la universidad y sentarte en la grama frente a la Torre, donde pusieron las casetas durante la huelga.
Como estudiante lo que tenías era un peso que te tenía que dar para la guagua, para la comida y para comprar los libros o si querías ir al cine. Y pues, no te daba para nada: o te ibas a pie, o no comías, para a lo mejor ir una vez al cine o comprarte más de un libro. Pero no trabajabas afuera: vivías en la universidad.
La paz de Jaime Benítez tenía lo malo pero tenía lo bueno. Lo malo era que tú no podías protestar a nivel político, pero sí había un programa de actividades culturales. Yo prácticamente no recuerdo haber ido al cine nunca antes de entrar a la Iupi, pero vi todo el cine europeo en el teatro Julia de Burgos, que todos los lunes, miércoles y viernes daba tres tandas –a las cinco, a las siete y a las nueve de la noche– y la comunidad iba. El Centro de Estudiantes tenía una vida activa. Eso ya no existe.
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Le pregunto a Marta si ha visto cambios en el profesorado o en la calidad de la enseñanza.
—La calidad de antes y la de ahora está pareada, yo no creo que ha bajado. Y pues, yo los trato a ellos de usted y ellos me tratan a mí de usted. Yo soy vocal, no me quedo quieta, así que cuando paso por un salón el profesor se acuerda que me tuvo de estudiante.
También sobre los estudiantes.
—Ahora hay más y hay menos participación. Ahora hay más participación política, están las huelgas, confrontan la presencia de la policía, todo ese tipo de cosas, pero la mayoría no se atreve a pararse y cuestionar a un profesor.
—Marta, pero tú te pasas cuestionándolos.
—Porque eso era lo normal en la época nuestra. A eso se te entrenaba, a cuestionar, a no aceptar por dado aquello que se te daba. A eso venías a la universidad, a aprender a pensar y aprender a cuestionar.
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Le pregunto sobre cómo ve las cosas en la universidad y en Puerto Rico.
—En este momento la gente está como que tratando de volver a las luchas y de empezar otra vez a aunar fuerzas. Obviamente en la universidad tú ves un activismo que no se veía en mi época, pero fuera de la universidad, casi ves un silencio. Hay mucho silencio en este país. Es como si todos pensáramos que lo que viene no viene.
Y aún dentro de la universidad hay más silencio en este instante que el que veías en el 2010 y el 2011. En ese entonces había un activismo por todos lados, reuniones donde quiera, que no es que ahora no lo hay, pero no se ha sentido por toda la universidad. Uno no sabe si es un desánimo, si es un cansancio.
Quizás ahora tú dirías que los estudiantes empiezan una cosa y la administración los complace un poco, los conforman con algo y los callan. Antes, al denegarlo todo y haber más represión en la universidad, que entraran los guardias y toda la cuestión que conocimos con Ana Guadalupe, pues eso fomentaba el activismo.
Pero tú te preguntas ahora qué falla, porque motivos en este instante para militar y para pelear hay un montón. Quizás la gente siente que es demasiado y no puede. Es como que difícil leer por qué no nos rebelamos, por qué no protestamos, por qué no hay más lucha en contra de la junta fiscal.
—¿Y qué piensas de nosotros, de los jóvenes?
—Pienso que hay mucha gente comprometida con el país. El problema es que mi generación se la dejamos difícil. Pero hay gente comprometida.