En la olla del presupuesto del gobierno de Puerto Rico, secretamente, los líderes de los dos partidos políticos y sus agentes del sector público o privado meten la cuchara para saquear los fondos del Estado. Los periódicos publican que se acerca la recta final del juicio de la red poderosa de corrupción orquestada por el señor Anaudi Hernández y sus socios.
La gula de los que traman actos de corrupción siempre es insaciable y se extiende como una peste en las instituciones públicas y privadas del país. Son sujetos que se creen listos, audaces y adquieren rápidamente una psiquis de confianza pretenciosa creyéndose intocables e indelatables.
Los políticos fraudulentos electos por los ciudadanos nos dejan la impronta de una falsa ética, intachable reputación, corbatas y chalecos, andan en carros blindados, protegidos del partido, generosos en las diversiones, espectaculares en los negocios y se creen lejos de caer en la cárcel. La persona corrupta se hace. Por lo general, llega al poder de forma legítima cruzándose con el proceso electoral y otros, los no electos, llegan a las jefaturas enganchados de los políticos. Estos últimos son más peligrosos y más atrevidos.
Una vez instalados en el gobierno, los líderes insustanciales están ya preparados para maniobrar delictivamente con el mantra populista en el que lo legal e ilegal se toman de la mano. Estos comandos de segundotas y falsas intenciones carismáticas llegan al poder para enriquecerse a costa del proceso democrático y de engañar a los sufragistas. “Si lo han hecho otros yo puedo hacerlo, también”. Así se justifica el funcionario descarado con doble agenda legal e ilegal. Con este perfil delictivo, se montan en los cargos públicos sin menoscabo de otros saboteando los fondos del bien común.
Es típico que cuando se hace pública la canasta de la corrupción nadie quiere cargar con ella ni mirar lo que hay dentro porque lleva un contenido vergonzoso y censurable. La corrupción ha ocupado la atención de la ciudadanía puertorriqueña en la últimas décadas, ciertamente, el notorio pasatiempo siempre ha tenido niveles escandalosos en la isla.
Por otro lado, los medios de comunicación obsequian semanalmente el menú de la corrupción que no se limita a empleados públicos, sino también al sector privado. La oferta de negocios ilegales se extiende a los bancos, los municipios (subastas y ventas de influencia), el narcotráfico, a la malversación de fondos públicos, a las prácticas ilegítimas de desvíos de cuentas y servicios para favorecer a unos en perjuicio de otros, y todo ello, en conjunto, crea una maquinaria secreta para enriquecer a los dos partidos políticos, individuos, familiares y amigos.
¿Cuáles son los beneficios sociales y económicos que trae la corrupción al colectivo de ciudadanos? Pues cero o ningún beneficio. La corrupción a mogollón, como la conocemos en Puerto Rico, está hundiendo al ciudadano de a pie, agobia y destruye la clase media, empobrece la educación y los servicios sociales, elimina fuentes de trabajos legítimos, y afecta los progresos en el medio ambiente (crean legislaciones para privatización de las playas, zonas públicas, e históricas etc.).
Muchos ciudadanos decepcionados, quienes siguen las reglas desesperadamente buscan escapar del país, venden todo o lo regalan y optan finalmente por emigrar a la Florida. Una familia que se va es una expresión de malestar y ejemplo de que el factor corrupción, entre otros, distorsiona y empobrece la calidad de la vida. La corrupción sistemática ha logrado colarse en casi todas las instituciones públicas y, desde ahí, ha logrado una gestión capaz de dejarnos una geografía despoblada, una desnutrida economía y una escasez de profesionales (la clase médica está abandonando sus puestos) para enfrentar los desafíos del siglo 21.
Sabemos que los hechos ilícitos de la corrupción nunca actúan en solitario y es consabido que la corrupción y sus ramificaciones son crímenes que no pagan. Hoy día cada puertorriqueño es testigos de tantos crímenes burocráticos, políticos, testigos de sobornos, del nepotismo, del amiguismo y testigos del partidismo. Se denuncian, tienen un día o dos en la televisión, logran su momento en la radio, se destacan en los periódicos y nada pasa porque es de conocimiento público que muchos de los delincuentes andan sueltos como si la cultura de la corrupción fuera posible sin consecuencias criminales algunas.
Por el contrario, la corrupción es muy nociva y a parte de corromper las agencias públicas pone en desventaja a los ciudadanos que siguen las buenas normas sociales. La corrupción es peligrosa para todos, nos afecta a cualquier nivel económico o social. En el Puerto Rico corrupto de hoy, la conciencia social va cuesta abajo y la voz de alerta de buenos puertorriqueños no cuenta mucho.
En cambio, la perversidad y complejidad de la colonia perpetúa el fraude y está alargando la mordida mientras haya carne disponible que morder y mientras tengamos muchos presupuestos disponibles (federales, estatales, privados y el lavado de dinero, etc.) ¡Ojo a lo siguiente! Mientras no haya transparencia y mecanismos más eficientes para proteger la honestidad, la corrupción se anima a seguir existiendo de manera rampante y con impunidad.
Sin duda que se combaten las prácticas de corrupción con mejores y más efectivas formas de transparencia. Nuestra frágil transparencia requiere fortalecerla con nuevos modelos para mejorar el perfil de controles que mantenga los hábitos de la corrupción alejados de los dineros públicos. Se necesitan leyes y parámetros de fiscalización que prevenga las truculencias del secretismo, el amiguismo, el regalismo, de tal manera que del cabida a sancionar la osadía de los corruptos y sus colaboradores.
¿Por qué la corrupción en nuestra isla es muy difícil de sancionar? Mucho se debe a la complejidad de nuestro gobierno colonial que cuenta con diversas capas y contradictorias estructuras institucionales grandes y pequeñas que expanden el campo del casino de la corrupción. Por donde quiera en la isla, tenemos cientos de agencias federales, estatales, distritales municipales, más los lazos íntimos con la infraestructura privada y financiera, que han formado otro gobierno incluso más poderoso e influyente que el Estado.
Nuestro gobierno, el principal responsable de hacer una sana administración, no cuenta con los recursos ni tiene la capacidad de supervisar las relaciones económicas y jurídicas de todas estas unidas que forman una caótica estructura gubernamental. La elevada falta de conciencia social también fertiliza el terreno de la corrupción. Los salarios bajos, el endeudamiento personal y la escasa confianza a las instituciones políticas actuales, también, incrementan la ilegalidad en los funcionarios públicos. Recuerden, el que juega a ser corrupto no le teme a los tribunales porque sabe cómo salir ileso o con pocos moretones.
Las revelaciones inauditas en el caso del señor Anaudi Hernández, personero del Partido Popular Democrático, nos lleva a pensar que las prácticas de la corrupción son tan extensas que se hacen imposible de controlar. Sin embargo, sugiero que este caso —como tantísimos otros casos que salieron a la luz pública en las últimas décadas— nos sirva de modelo para estudiar y tejer mejores costumbres para robustecer la transparencia en toda la gestión gubernamental y privada.
Me entero estudiando un poco sobre la corrupción en Puerto Rico, que en la isla se ha examinado ampliamente este tema. El respetado periodista Antonio Quiñones Calderón publicó un grueso libro titulado Corrupción e Impunidad en Puerto Rico (2014). Los hallazgos son impresionantes, debido a que el texto documenta y analiza la historia de la corrupción hasta nuestros días. Es un libro didáctico, como señala su autor, y debería ser materia para el maestro del salón escolar y para el profesor universitario. Consulten este libro y otros buenos estudios para aprender cómo y quiénes han instalado la cultura de la corrupción en nuestra isla.
La educación es la clave que nos salva del laberinto del fraude. El hábito de la corrupción se ha entrado profundamente en el cuerpo público y privado de la sociedad colonial. Ciertamente, los medios de comunicación han dado muestras de que la amenaza de la corrupción palpita a cada segundo en el gobierno y deshacer planes de corrupción es parte de la jornada diaria de los periodistas y de los ciudadanos que se mantienen alerta. La conciencia social es un bien común cuando se ejecuta elevando la sociedad a una más saludable.
Un buen anfitrión no invita a su mesa a glotones y a tiranos para que le arruinen su hogar. El buen anfitrión invita a cenar a buenos amigos con un buen gusto por la ética y con conciencia social para colaborar por el bien común. El anfitrión espera invitados honestos con inquietudes elevadas por la educación, y sobre todo, que sean convidados comprometidos con una cultura de transparencia dinámica; que sean servidores del Estado capaces de disfrutar la honradez en las ocupaciones pública y privadas.
¡Salud!