Los comediantes suelen hablar sobre el trabajo de otros compañeros, de sus influencias e inspiraciones. Por esto, es fácil esbozar una historiografía de cientos de hombres y mujeres que le dieron forma a un arte, partiendo de Chaplin y Keaton hasta llegar a Richard Pryor, George Carlin e incluso más allá. Hablamos de carreras y vidas dedicadas a hacer de la nada un todo, de provocar la risa utilizando la imaginación, el amor y la sabiduría.
Robin Williams está ahí, en los principios de un arte que fue joven en una época, dándole forma con su talento, haciéndonos reír o pensar de igual manera, con la misma gracia.
Robin McLaurin Williams nació el 21 de julio del 1951 en Chicago y falleció el martes en su hogar en California. Será recordado por muchas cosas, pero hago ahínco en una de sus más bellas cualidades: Williams era agraciado.
Una voz única, imitado pero inigualado
Desde antes de la década del setenta, los comediantes de stand-up de la costa este estadounidense se trasladaban a San Francisco en aras de hacer comedia única o weird o a Los Ángeles si querían tener carreras económicamente viables. Robin Williams dejó sus estudios de teatro en Julliard en el 1976 para lograr ambas cosas.
Fue parte de una generación de comediantes de stand up en San Francisco que buscaban crear un estilo que los distinguiera. Williams no tardó en encontrar el suyo y, en el 1978, ya trabajaba en la ciudad de las luces. En esta misma época, debutó una de sus personificaciones más famosas, Mork el extraterrestre, en la serie Happy Days, que hizo de Robin Williams una estrella.
Cuando los comediantes dialogan sobre su arte, ya sea en presentaciones, entrevistas o podcasts, a veces profieren chistes en voces particulares que se parecen tanto al estilo de otro colega que consideran necesario hacer una nota al calce: “eso suena a un chiste de Mitch Hedberg” o “eso fue puro Carol Burnett”. Imitar la cadencia y energía del estilo que Williams creó es frecuente por lo icónica que era su comedia. Al imitarlo, otros comediantes hablaban de manera mánica, haciendo los acentos que recurrían en el repertorio de Williams. Podría parecer una mofa, pero la imitación casi siempre lleva un cumplido en su fondo. Lo imitaban porque era único, porque cualquier cosa que sonara a Williams era una extensión del mismo comediante. Hacía voces y chistes clásicos, podía actuar las dos partes de un diálogo entre personajes, imitaba acentos y a personas famosas con tanta fluidez y agilidad que parecía un stream of conciousness tangible, un río verboso tan acertado como disparatado.
Robin Williams tenía las piezas necesarias del comediante natural por la agudeza de sus observaciones y el magnetismo de su presencia en tarima, que podemos apreciar en especiales tan recientes como Robin Williams LIVE on Broadway (2002) y Weapons of Self Destruction (2008).
Para la generación baby boomer, esa energía pícara la encarnó en Mork pero para la generación millennial, fue su trabajo de voz en Aladdin (1992) la que dio a conocer ese pozo inacabable de comedia y calor humano que era Williams.
De igual modo, sus actuaciones en Dead Poets Society (1989), Hook (1991), Good Will Hunting (1997), What Dreams May Come (1998) y muchos otros largometrajes son memorables. Y es porque desde Good Morning Vietnam (1987), Williams reveló que su talento era vasto y se prestaba para actuaciones tan eléctricas como eclécticas. Siempre era juguetón en pantalla como en tarima, pero podía modular su expresión para transmitir melancolías tan profundas como sus hilaridades más altas. The man had funny in the bones pero mucho más que eso también: míralo en cualquiera de sus mejores actuaciones y notarás que en algún lugar, entre sus ojos y su paso liviano, vive la evidencia de que Williams daba gracia y también la tenía.
Una despedida
En abril de 2010, no mucho después de que Williams hiciera primera plana en los medios de comunicación por haber tenido una recaída con el alcohol después de veinte años de sobriedad, el comediante Marc Maron lo entrevistó para su serie WTF with Marc Maron. En esa instancia, Williams conversó abiertamente de su más reciente y difícil divorcio, sus hijos, sus pasadas adicciones, las razones por las que volvió a beber, su lucha con la depresión y una reflexión profundamente dolorosa sobre la posibilidad de quitarse la vida. Es una conversación tan amena como oscura entre dos colegas de una profesión que tiene mucho que enseñar sobre el poder de la honestidad y la auto reflexión.
En ella podemos aprender de primera mano sobre lo perniciosa que es la depresión y la prevalencia de la auto medicación de aquellos que la padecen, pues no es sencillo lidiar con el dolor que causa. La depresión es una enfermedad tan real como la felicidad, y afecta tanto a los mejores como a los peores de nuestra especie. Williams lo sabía; en la entrevista habla calmadamente sobre lo que había aprendido después una vida como artista y como humano. Sonaba cansado pero contento, consciente de sus imperfecciones pero apreciativo de haber sobrevivido para llegar a conocerse mejor. Ahora Robin Williams podrá descansar y nosotros podemos reconocer y celebrar su legado en y fuera de la pantalla.