“¿Quieres agua, jugo, papaya?”, le pregunta Augusto a la pequeña Oliva, poco antes de comenzar la entrevista. “No, papi”, responde la niña.
Comida saludable, hacia ello se inclina el proyecto, eso es lo que se produce y se consume en la finca de Gema Adrover Ruiz y Augusto Feliciano Alvarado, padres de Oliva, de dos años, y Ubec, de cinco.
El Proyecto Guayabacherry –nombre de la finca-, localizada en el sector El Caballito del Barrio Espino en Lares, comenzó en el 2010 y se caracteriza por trabajar la agricultura sin utilizar ningún tipo de químicos, rescatando las prácticas de los campesinos puertorriqueños.
-¿Con qué propósito ustedes siembran?
-“Lo que se produce aquí es para el consumo, para compartir y para vender”, dijo Feliciano Alvarado y añadió que es en ese orden de prioridad.
“Apoyar la agricultura hoy día es un acto político”, sostuvo Feliciano Alvarado, quien se identifica a sí mismo como un campesino, más que agricultor. Ya que en Puerto Rico el 85% de lo que se consume es importado, cuando una persona decide comprarle alimentos a un agricultor local, en vez de ir a un supermercado, apoya un mercado más justo y solidario, explicó.
Precisamente en búsqueda de rescatar esa solidaridad que había en el tiempo del jíbaro en la isla, practican la agroecología, cuyo fin es acortar las cadenas de distribución entre el productor y el consumidor.
Según Feliciano Alvarado, uno de los problemas más comunes que tiene el agricultor es que produce frutos, pero le cuesta mucho hacer el mercadeo, por tanto, siempre necesita emplear a un intermediario.
La agroecología, señaló, trabaja en crear unos vínculos entre los consumidores y los productores para que la distribución sea una autogestión. De igual forma, busca que los productos sean accesibles y a un precio justo.
Además, esta tiene un componente social y político importante porque promueve la justicia social y el empoderamiento de las comunidades. “Si no estamos tratando de transformar la sociedad no es agroecología”, aseguró el agricultor.
Otra de las particularidades de la agroecología es que se trabaja de acuerdo a las características del terreno y sus espacios. Es por esto que actualmente tienen sembrada una variedad de productos: habichuelas, tomate, repollo, berenjena, ajíes dulces, especias, lechuga, rábanos, plátanos, yautía, guineo, batata, malanga, ñame, árboles frutales, entre otros. La ventaja, explicó, es que todo el año se cosecha algo diferente.
El excedente de la cosecha es anunciado semanalmente a través de la red social Facebook y las personas ordenan sus cajas surtidas con los productos que les interesan. Luego se coordina un punto de encuentro y se hace la entrega.
“Es bien importante recalcar que el tú decidir producir lo que tú consumes, es equivalente a un sueldo”, dijo Feliciano Alvarado, ya que suples la necesidad alimentaria de la familia con el producto del mismo trabajo.
La raíz del Proyecto Guayabacherry
Esta finca consta de siete cuerdas de terreno, de las cuales solo dos están en uso actualmente, y el trabajo que se realiza es comunitario. Semanalmente la pareja convoca una brigada de trabajo a través de las redes sociales, y voluntarios llegan a la propiedad para ayudarles en las tareas.
Una de esas voluntarias es Alana Toro Ramos, bióloga de profesión, que reside en Cabo Rojo y va todas las semanas a Lares a trabajar en el Proyecto Guayabacherry. Para ella, la ecuación es simple: “si no sembramos, no comemos”. Por tanto, en su interés por comer mejor, hace aproximadamente un año decidió unirse a la comunidad de trabajo.
Para Omar Iloy Colón, otro de los voluntarios, la agroecología era la musa de su arte y creación literaria; por eso decidió comenzar a sembrar. Pero, más allá de una musa, para este joven la agricultura es sinónimo de “vida, es vida”.
Aunque Feliciano Alvarado estudió química en el Recinto Universitario de Mayagüez (RUM) y Adrover Ruíz estudió literatura comparada en el mismo recinto, ambos militaban en organizaciones ambientales.
A raíz de su inclinación por los temas ambientales, Feliciano Alvarado se dedicó a investigar acerca de la agricultura y se identificó con aquella que busca rescatar la labor del campesino y la campesina, honrando sus técnicas de trabajo libres de contaminación y el rescate de las semillas autóctonas.
Durante algún tiempo trabajó como voluntario en varias fincas de sus amistades y, posteriormente, decidió regresar a Lares, su pueblo natal, para fundar su propia finca. Allí se dedicó a poner en práctica todo lo aprendido porque “la agricultura, para aprenderla, hay que meter las manos en la tierra”, expresó.
-¿Ha recibido alguna ayuda del Departamento de Agricultura?
-“Nosotros en un principio intentamos solicitar ayuda, pero se nos denegó por parte del Departamento de Agricultura porque precisamente ellos tienen unas políticas para no ayudar al pequeño agricultor… solamente ayudar a grandes terratenientes que no son agricultores”.
Justo en la entrada de la finca está doblemente plasmada en el cemento la frase “no nos fumiguen”, en letras mayúsculas. Y es que uno de los principales problemas que tienen es su constante lucha con el municipio porque cada cierto tiempo rocían herbicidas en las orillas de las carreteras.
“La raíz de todo esto es el mismo Departamento de Agricultura, que de agricultura no tiene mucho, es más bien una distribuidora de agroquímicos a nivel nacional”, aseguró Feliciano Alvarado.
La dimensión educativa de la agroecología
Otra característica del Proyecto Guayabacherry y de la agroecología es que promueven la educación a la comunidad. Por esto forman parte del Centro de Estudios Transdisciplinarios en Agroecología (CETA), localizado en el pueblo de Lares.
De entrada, aclaró que CETA se creó por la autogestión de los mismos agricultores y no tiene nada que ver con el municipio y su fin es crear un mercado entre los agricultores y la comunidad para que el producto sea más accesible a las personas.
“La agroecología es el futuro y está ya aquí organizándose”, sostuvo Adrover Ruíz.
En el CETA también tienen un pequeño huerto para que los niños que residen en zonas urbanas experimenten la agricultura. De igual forma, ofrecen talleres de siembra y de arte.
“Si quiero esto [comer saludable] necesito trabajarlo y si lo quiero trabajar, quiero después transmitir esta información; es un proceso que se convierte en educativo”, sostuvo, por su parte, Toro Ramos.
Además, el proceso educativo también comienza en su hogar, entre su familia. Aunque Feliciano Alvarado explicó que la decisión de criar a sus hijos en el campo es un reto, aseguró que “es una experiencia bien emancipadora. En cualquier lugar que una persona se pare y sepa producir su propia comida y [a su vez] cuidar la tierra, va a ser una persona que va a tener liderato”.
Minutos más tarde, en el llano donde siembran las hortalizas, la pequeña Oliva se acercó a una mata de ajíes dulces y, tras señalarle los frutos maduros a su mamá, los arrancó de la mata con la mayor sutileza que puede tener una niña de dos años y se los entregó.
-Por último, ¿qué significa vivir en el campo para usted?
-“Vivir en el campo es resistencia y trabajar por la liberación, trabajar por las comunidades campesinas”.