En el último debate de los candidatos a la gobernación de Puerto Rico se recrudeció la conflictividad a nivel personal entre los aspirantes, principalmente entre Ricardo Rosselló, aspirante por el Partido Nuevo Progresista, y David Bernier del Partido Popular Democrático.
Vida privada y familia se convirtieron en el centro de un evento mediático pobremente organizado y conducido. Olvidados en el cuarto de maquillaje o en el podio del moderador, como la barra de Snicker’s, quedaron propuestas sobre el país y los ciudadanos que merecían ponderarse.
Como se ha evidenciado en las últimas semanas en las redes sociales y en la vocinglera radio, el bochinche crea más opinión que lo que los candidatos piensan sobre la deuda pública. El escándalo aparece siempre en las contiendas electorales modernas de la mano de coberturas que apuestan a la rentabilidad del chisme frente al análisis de las ideas, menos jugoso y que exige más disciplina y seriedad.
Por supuesto que las vidas personales de los candidatos deben ser escudriñadas. Queremos saber en lo posible si él o ella tiene la probidad y el récord cívico para ejercer la responsabilidad del cargo al que aspira. Pero, ¿cuáles son las fronteras de ese escrutinio? No es fácil de dilucidar. Las interioridades de un divorcio pueden arrojar algunas claves sobre el temperamento de un político pero, ¿a qué costo personal y público?
Desde el Observatorio de Medios de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico, el giro telenovelero exhibido en el debate parece confirmar los resultados preliminares de nuestra investigación sobre la cobertura periodística de la contienda.
Al parecer, iremos a las urnas con sobredosis de personalismos y hambre de una discusión realista y fundamentada de los asuntos que afectan nuestra cotidianidad y los rumbos del país.
Para llevar a cabo nuestra investigación, hemos diseñado un instrumento de análisis, basándonos en proyectos similares realizados en España y México. Las conclusiones alcanzadas en esas investigaciones coinciden con nuestras apreciaciones preliminares sobre el predominio de las coberturas personalistas. Esto no quiere decir que solo sean sobre escándalos, sino que prefieren centrarse en el perfil del candidato y no en sus propuestas programáticas.
En la investigación hemos encontrado una dificultad adicional que no aparece tanto en investigaciones similares a la nuestra. A menudo se nos hace difícil separar el tratamiento del periódico del evento reportado en las noticias y reportajes. En el relato de la noticia se entremezclan ambos renglones. La información queda sepultada por las impresiones y la editorialización.
Nos preocupa la calidad de la comunicación electoral. Sobre todo si a pocos días de depositar el voto, un divorcio parece importar más que una agenda de atención al país.