Llega un plato a una mesa rodeada por cuatro esposas de iraníes. Sobre el redondo pedazo de papelería desechable descansan pedazos de tres leches, cheese cake y Halva, bizcocho iraní de textura engranada capaz de volver la boca un sumidero de arena tibia con un solo bocado, una manta amarronada capaz de arropar cada papila gustativa con sutileza endulzada.
Para confeccionarlo, se derrite mantequilla, se suma harina, azúcar morena, zafrán. Se hierve, se bate rápido, muy rápido, como si se hiciera merengue, me narra Samaneh, única esposa iraní en la cena -el resto son puertorriqueñas-. Me cuenta que es difícil prepararlo, pero Saeed, su esposo, lo trajo hoy al encuentro para compartirlo con su familia cultural.
El postre se deshace en la humedad de la boca de a poco, paciente, cual receta gustativa de templanza. Quizá cada pedazo lleva consigo las cualidades necesarias para confeccionarlo. Ese mismo filo de serenidad en el paladar desciende por la garganta cuando se bebe té iraní. Mina, universitaria puertorriqueña-iraní, se me acerca con un recipiente de cristal cargado del líquido persa, un plato con dulces y varias voluntades de brújula cultural. Que pruebe, me dice, y obedezco.
“Nuestro té se toma caliente”, explica. Se le añade endulzante, o no, para crear un balance con los postres, que suelen llevar onzas y onzas de azúcar. Tomo un sorbo, cierro los ojos un poco. Por segundos me desprendo de la mirada, confío más en el gusto. Asiento un poco. Mina lo nota. Sonríe. Me ofrece más.
A mi izquierda, Samaneh sigue ante el Halva. Cuando la mujer de algunos treinta años se sentó a la mesa, el código del lenguaje que utilizaban las demás esposas cambió en un salto inmediato del español al inglés. Acá, el idioma anglosajón, mucho más que el hispano, es el puente. Lo saben, lo entienden. Hablan para que todas se entiendan.
Van tertuliando, y los temas van desenvolviéndose cual tela persa sobre el suelo. Sostienen en palabras las ambivalencias del farsi, giran hacia las políticas del lenguaje, se detienen un rato en las problemáticas regionales en Irán y Puerto Rico, desenrollan memoria común, andan sobre anécdotas familiares.
A mi derecha, María Soto, esposa puertorriqueña recién casada con Shopur Firouzdehghan, diseñador gráfico iraní, me cuenta que hoy, por primera vez, se integra a la cultura de cenas junto a su hijo puertorriqueño. Dice transitar el espacio a gusto, pues siente en cada fila de palabras enunciadas en el aire de la casa de Mina, la voluntad de parentesco que permea a quienes le visitan.
Al fondo vuelven a oírse melodías persas, y María queda en pie.
Esta vez, la sucesión de sonidos llega al oído con entonaciones alargadas y vocales sostenidas en el aire durante seis, siete segundos. A esta hora, casi a la media noche, los estómagos quedan ya repletos de comida. Cuando cesa la voz que colma el ambiente de trazos sonoros, quedan melodías. La musicalidad, siempre presente.
A unos ocho pasos de la mesa en donde ya no estoy sentada, queda abierta una puerta de cristal, hojuela transparente, ente divisor entre la terraza en donde cenaron las mujeres y la sala en la cual platicaron los esposos. Entonces llegó la música, y los cuerpos se unificaron en el espacio. Poderes del sonido.
Dos sofás alargados bordean los laterales de la alfombra a la que comienzan a llegar pisadas puertorriqueñas e iraníes. Sobre el retazo de tela persa de mandalas cremas, ramas y flores rojas, verdes y negras, desplazamientos, encuentros. ¿Será que las telas son siempre eso: un lugar común a donde llegar?
Cada cultura tiene sus formas de hacerse eco musical con el cuerpo. Recovecos a los cuales recurrir para apalabrar intensidades, alegrías y sentires desde la corporalidad. Ya lo había pensado antes, pero la imagen que comienza a fraguarse me lo reivindica.
Mina le extiende la mano a su padre. Lo invita al baile. Se miran. La joven tiene ojos grandes y ahí, justo en el centro del verse, su papá pareciera poder escuchar el pensamiento que lleva en cada pestañeo. Las parejas se agarran de manos. Danzan. De lado a lado, espalda a espalda y frente a frente, el aire sonoro de por medio. María también llega al pedazo de terciopelo rectangular. Extiende sus manos, redondea sus muñecas.
En este preciso instante este espacio no solo es espacio. Es sala. Punto de encuentro familiar. Hay vocabularios y rutas que se forjan desde el movimiento, y en las salas no solo se cruzan pensares, también pasos en común. A velocidades distintas, o no. Al mismo ritmo, o no. Pero en comunidad. De eso dan cuenta los cuerpos que desde acá miro, escucho, y percibo cómo van exhalándose cariños. En el aire danzan nostalgias, lo siento. También formas de la felicidad, quizás, la alegría de, a kilómetros de Irán, encontrarse en familia.
Mientras casi todos bailan, el hijastro de María se esconde. A veces, cuando visita a su madre en Irán, danza. Pero no le gusta. Por eso se hace chico en un recoveco de la casa, y le funciona la gesta. Solo cuando disminuya el volumen de la música regresará.
Van unas cuatro horas desde que llegué al hogar de Mina y un cuerpo adulto de tez acaramelada pensara ver en mí a una nueva integrante de la comunidad iraní en Puerto Rico. Nací en San Juan, pero al Caribe han llegado cientos y cientos de influencias culturales que llevamos en el cuerpo sin conciencia plena. Importa recordarlo. El recibimiento del cuerpo iraní -y cada minuto de este encuentro- eso hizo.
Colocó sus manos sobre mis hombros y, emocionado, me dio la bienvenida. El cabello oscuro, los ojos almendrados, las pestañas ennegrecidas y alargadas le sirvieron como señas, me dijo.
La emoción con la que me miraron sus ojos justo ahora, que casi culmina la cena, la entiendo mejor. Hay formas de la parentela que trascienden la genética, lazos culturales que también son familiares y cuya sola posibilidad de estrechar, en efecto, conmueve. Y eso, precisamente, es la comunidad iraní en Puerto Rico: una hilvanada familia cultural.
El reloj marca la 1:03 a.m.
Familias iraníes andan de regreso a sus hogares.
Mina se despide.
El próximo mes volverán a ser familia.
Ya lo son.
Tercer texto de serie sobre la cultura iraní en Puerto Rico.
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