“No había considerado el suicidio nunca antes en mi vida. Pero en ese momento recordé que tenía un pote de Xanax en el cuarto. No lo pensé dos veces. Fui, y me tomé todas las pastillas”.
Antes de intoxicarse, Laura –estudiante de psicología, 24 años en ese entonces– había intentado cortarse las venas. Descartó esa opción, porque no quería añadir el dolor físico al emocional. Ahí recordó las pastillas.
Lo que vivió Laura fue el clímax de un aislamiento gradual, del deterioro de sus relaciones personales, de haberse volcado al alcohol y la cocaína, y de ver, para su pánico, cómo lo único que la mantuvo a flote durante los tres años que lidió con el abandono de sí misma –sus estudios– naufragaban.
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“Si me iba bien en la universidad, lo demás podía pasar a un segundo plano. Aunque mi vida estuviera fucked up, eso no importaba si me iba bien en las clases”.
Desde pequeña Laura fue exigente con sus estudios. Con esa mentalidad se graduó de bachillerato. En agosto de 2013 comenzó estudios graduados en psicología, pensando que no había mucha diferencia en las exigencias académicas. Conoció a Ivana, y confirmó que le atraían las mujeres. Antes solo lo intuía.
Con Ivana, en cierto sentido, es que comienza todo.
“Nuestros estilos de vida eran opuestos. Ella tenía una forma de vivir y yo otra. Yo iba a la universidad, salía solo los fines de semana o cuando tenía tiempo, y compartía con mi familia. Lo único que teníamos en común era que nos gustaba la vida social”, reconoció Laura.
Aunque comenzó a janguear más de lo usual, salió bien en los midterms. De ahí que se confiara.
Y con la confianza inició el círculo vicioso.
“Era un sentimiento de culpa terrible, pero pude cogerle el ritmo. Decía ‘aunque estoy tarde en las clases, voy a ver cómo estructuro mi agenda para que no se me fastidien’. Y aun dejando las cosas para lo último, siempre lograba salirme con la mía”, narró Laura.
Así pasó su primer semestre. Su segundo. El primer año. Con el tiempo, acogió un estilo de vida que nunca fue suyo.
“Podía pasar una semana desconectá, pero eventualmente volvía a caer en lo mismo, al nivel de que usaba cocaína todas las semanas para janguear 24 horas non-stop. Me levantaba al día después con una temblequera nasty. Esto no se lo decía a nadie, porque como lograba tener un balance entre la universidad y mi vida social, pensaba que estaba bien”, soltó.
La realidad era que no. Poco antes de comenzar su segundo año de estudios graduados, en agosto de 2014, Laura habló con su madre.
Y en medio de una crisis nerviosa, en retirada de cocaína, maníaca, en llanto, se lo dijo.
Que estaba perdiendo el control de su vida. Que “estaba usando esto, aquello y lo otro”. Que “pasé mi primer año, pero pude haber salido mejor”. Que “si no trabajo esto ahora no sé qué va a pasar conmigo”.
La hospitalizaron. Obtuvo el alta justo al principio del semestre, “anhelando un cambio en mi vida”.
Los círculos, empero, se definen por no tener principio ni final. Y más temprano que tarde, Laura se encontró de nuevo dándole vueltas al abismo.
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“No había hecho nada: ni los informes, ni estudiado para los exámenes, y eso a mí me daba estrés y ansiedad, porque sabía que estaba perdiendo el enfoque. Pero después de varios tragos, se me olvidaba todo”.
En agosto de 2015, Laura cursaba el tercer año de psicología graduada. Como había hecho hasta entonces, salió bien en los midterms.
Laura ejecutaba la repetición del círculo que había iniciado dos años antes: pasaba los exámenes, se olvidaba de las clases, salía con Ivana, se daba dos o tres líneas, cuatro o cinco tragos, hasta tener solo una semana –quizás dos– para “salvar” el semestre.
Esta vez no lo salvaría.
“Cada vez que estructuraba mi agenda, buscaba la forma de romperla. Ahí fue que dije ‘estoy tocando fondo, porque estoy fallando en lo único que me importa, que son las clases’”, rememoró.
Quedaban dos semanas para el fin del semestre. La primera de esas era la última de noviembre.
La misma donde Laura, un día después de Acción de Gracias, intentó, hace un año ya, quitarse la vida.
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“El mundo se me vino encima cuando me di cuenta que prefería meterme droga con una persona que no me ayudaba a crecer en vez de estar con mi familia”.
El día de Acción de Gracias, Laura recibió la visita de su padre. Habían acordado salir, pero él prefirió quedarse en su apartamento. Unas amigas también le cancelaron. Laura terminó saliendo solo con Ivana.
A las 9:00 a.m. todavía estaban en la discoteca, bebidas, drogadas. Se fueron. Se olvidó de su padre, que estaba en su apartamento, solo.
“Desperté a las 2:00 p.m., aturdida, temblorosa y agitada por los efectos de retirada de la cocaína, con una crisis nerviosa, con estrés de la universidad y de haber dejado a papi solo, encerrado. Tenía mil llamadas y mensajes”, recontó Laura.
Uno de esos era de su madre.
“Ella mi insultó y más cuando supo que estaba con Ivana, porque no estaba de acuerdo –y no está todavía– con que me gusten las mujeres. De todo lo que me escribió, lo que recuerdo es ‘me das asco. No quiero volver a saber de ti. Quédate con tus amistades, porque para ti yo no existo’”, sumó.
Llamó a su padre, quien fue más condescendiente. “Que qué bueno que estás bien, que solo te estaba llamando porque me dejaste encerrado, que no importa, que cuando llegues pues nada, me abres”, repitió Laura.
“A mí se me cayó el mundo. Yo dejé a mi papá encerrado, en un tercer piso, y si se formaba algo, un incendio, él no iba a poder salir de ahí. Mi mamá enfogoná conmigo. La semana que viene tenía los finales y no había hecho nada”, mencionó.
“Pensaba ‘mira lo que hacía, drogándome, en una fecha tan importante donde antes compartía con mi familia. Si no voy a estar bien en los estudios, que es lo único que me mantiene a flote, ya no hay manera. Mi vida está hecha una mierda y nadie se está dando cuenta, ni yo misma, porque estoy tan sumergida en esto, que no veo cómo salir’”, agregó.
Cuando iba de camino a su apartamento, Laura se le dijo a Ivana.
“Voy a llegar y me voy a quitar la vida, porque ya no tengo arreglo”.
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“Mami, ya te solucioné tus problemas, no tienes una hija de la que avergonzarte. Si el problema soy yo, pues me muevo del medio”.
Eso fue por mensaje de texto.
A su padre se lo dijo allí, en el apartamento, luego de un abrazo: “Papi, te digo esto porque me estoy despidiendo de ti y me arrepiento mucho. No tenía la intención de que el día terminara así, pero no sabía lo mal que estaba. Perdón”.
—¿Pero él no se dio cuenta? ¿Simplemente lo tomó como una disculpa?
“Mi papá no supo cómo manejarlo. Yo le digo que me voy a quitar la vida, pero él no creía que lo iba a hacer. Y no es hasta que yo salgo de mi cuarto diciéndole que me tomé un pote de Xanax que se bloqueó. Solo me dijo ‘¿qué voy a hacer estas Navidades sin ti?’”.
Laura se tiró en un mueble, a morir. Le texteó a varias amistades, despidiéndose. A los minutos, perdió la consciencia. Un día después, despertó en el hospital.
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“Según me cuentan, salgo del psiquiátrico sumamente descompensada, diciendo que yo lo iba a volver a hacer, pero que esta vez no iba a fallar”.
Porque eventualmente Laura pasa del hospital al psiquiátrico. Allí le recetaron sobre 13 pastillas diarias –antisicóticos, ansiolíticos, antidepresivos–, aun cuando fue precisamente con pastillas que se había intoxicado. Uno de los efectos secundarios de ese cóctel era la pérdida de memoria.
Cuando la dieron de alta –y como tenía coraje con su madre– le dijo a Ivana que la buscara, y que la llevara a cualquier barra.
“La mezcla de bebidas y medicamentos me provocó una crisis emocional. Allí, ebria, intoxicada, por alguna razón, llamo a una profesora. No recuerdo qué fue lo que le dije, pero le expresé que había estado hospitalizada, que había perdido la semana de finales, que no llegué nunca a las evaluaciones ni a las clases”, contó Laura.
“Ahora entiendo el porqué de tus ausencias”, fue la respuesta al otro lado de la línea.
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“Lo más que le impactó a mi profesora era cómo, estando rodeada de profesionales de la salud mental, no hubo nadie que se diera cuenta de lo que estaba pasando conmigo”.
Lo que vivió Laura, lo vivió sola. Frente a todos, pudo disimular su angustia. No escribía mensajes tristes. Cuando salía con sus amistades –los que no perdió en el proceso–, sonreía. Le decía a su psicólogo que todo estaba bien. Pasaba los semestres. Así estuvo tres años.
Ya pasó uno desde el intento. Después de llamar a su profesora, personal universitario intervino para ayudarla. La prioridad era que no perdiera el semestre y que continuara estudiando, y en el proceso, darle una red de apoyo.
“Entendí que soy humana y que puedo cometer errores. Me perdoné. Me di la oportunidad de empezar de nuevo. Comencé a tomar decisiones firmes. No fue fácil, pues me alejé de muchas personas que amo”, aceptó.
Laura no culpa a Ivana. Todavía hoy habla con ella, aunque ya no salen.
“Hace un año me sentía perdida. No me amaba. Hoy puedo decir que me siento llena de vida. He recuperado las relaciones con mi familia. El número de amistades se redujo, porque ahora valoro la calidad por la cantidad. Mi visión de mundo ha cambiado. Voy a clases con la mentalidad de aprender, y de no ser tan exigente conmigo misma”, celebró.
Suena fácil, hasta elemental, pero “la puerta de la tentación siempre estará abierta. La clave está en aceptar el dolor y tener la determinación para transformarlo en crecimiento”, afirmó Laura.
Aparte de superar el tabú que representa la conversación del suicidio y el estereotipo de las personas con problemas de salud mental como ‘locas’, Laura considera que las campañas de educación sobre el tema deben ir más allá de exponer los números o factores de riesgo.
“¿Qué ocurre cuando estas señales no son tan visibles, donde todo parece que está bien? ¿Cuándo no hay cambios en el desempeño académico, profesional o interpersonal? ¿Qué hacer cuando las personas pueden disimular su angustia? ¿Cuán preparados estamos para identificar señales más sutiles? Yo me aislé, y nadie se dio cuenta de lo que pasaba”, sostuvo.
“Nunca pensé que consideraría el suicidio como solución a mis problemas”, dijo la futura psicóloga. “Pero hoy puedo decir que para que un problema exista debe tener una solución, porque de lo contrario no podría llamarse problema”.
En esta historia se utilizaron seudónimos para proteger la identidad de las personas.
El bienestar de su salud mental es importante. Si entiende que necesita ayuda profesional para manejar su situación personal, aquí le dejamos líneas telefónicas disponibles: Línea PAS, 1 (800) 981-0023; y DCODE, (787) 764-0000 extensiones 86500 y 86501. También puede llamar al 911 o visitar la sala de emergencias de su hospital más cercano.
Esta es la tercera historia de una serie sobre el suicidio en universitarios. Aquí la primera, y acá la segunda.