Gerardo tiene 48 años y desde que tiene 17 visita los baños públicos de las tiendas y centros comerciales en busca de una persona con la que pueda tener algún intercambio sexual.
Empezó visitando un sauna dirigido a la comunidad homosexual que se encontraba en Isla Verde. Allí había cuartos oscuros donde los visitantes podían entrar y tener todo tipo de prácticas sexuales. También frecuentaba otro sauna del mismo tipo en la calle Luna del Viejo San Juan, que era muy popular en la década de los 80.
Entrando el 1990 estos saunas cerraron, y Gerardo, en busca de satisfacer sus deseos carnales recurrió a los baños de las tiendas por departamento J.C. Penney y Sears de Plaza Carolina y Plaza Las Américas, respectivamente.
Lo hacía porque sabía que en esos lugares, de seguro encontraría a otro hombre (homosexual o heterosexual) con quien podría tener contacto sexual.
Este tipo de práctica conocido como el cruising, o la búsqueda y solicitación de parejas sexuales en lugares públicos, se suscita desde inicios del siglo XIX. En Estados Unidos y Europa surgieron durante la penalización y persecución de la homosexualidad. En aquel entonces la Policía hacía redadas en las barras gays y apresaba a la mayoría de los clientes que estaban en el lugar.
Esto provocó que los homosexuales recurrieran a lugares particulares que ya estaban señalados como sitios donde había otros hombres en busca de intercambios sexuales. Los parques públicos, los estacionamientos, y en especial, los baños públicos, fueron los principales cómplices de estos encuentros secretos.
Hoy con la despenalización de la homosexualidad y con la creación de redes sociales cibernéticas dirigidas a la comunidad LGBTT (Lésbica, Gay, Bisexual, Transgénero y Transexual) el cruising ha disminuido, dado a que muchos de los homosexuales ya no necesitan recurrir al clandestinaje para tener relaciones sexuales.
Sin embargo, sigue existiendo un gran número de homosexuales de clóset, y de hombres heterosexuales que van a los baños públicos en busca de una experiencia sexual con otros hombres, afirmó el profesor y sexólogo, Juan Carlos Malavé-Rexach. “A los baños también van heterosexuales en los cuales su conducta alterna puede incluir, dentro de su área sexual, tener relaciones con hombres aunque sean heterosexuales”, aseguró.
Malavé-Rexach explicó que en muchas ocasiones los hombres heterosexuales practican estos encuentros homosexuales en busca de saciar sus curiosidades sexuales.
Tanto los heterosexuales como los homosexuales del clóset prefieren los baños públicos porque el baño tiene la capacidad de revestir el acto y no dejar ninguna evidencia, en especial cuando este tipo de encuentros funcionan bajo un código de silencio, añadió el sexólogo.
El código de silencio consiste en no decir una sola palabra. Toda la comunicación se hace a través de las miradas. En ningún momento nadie se saluda, ni se presenta, ni se hacen ningún tipo de preguntas o comentarios. Incluso una vez terminada la experiencia sexual, los participantes, abruptamente, cortan la comunicación visual, se abrochan sus pantalones, se lavan las manos y sin decir adiós cada cual sale del baño y continúan sus vidas como si nada hubiese pasado.
Existe muy poca documentación y testimonios de que ocurran intercambios sexuales en los baños para mujeres. Expertos en el tema, afirman que el hecho de que el cruising sea más común entre los hombres que entre las mujeres, está estrechamente vinculado al consentimiento cultural que tienen los hombres para actuar sexualmente en mayor abundancia.
Además en los baños para hombres existe un acceso visual que no existe en los baños para mujeres. En los baños para hombres hay filas de urinales que con frecuencia no tienen divisiones. Esto facilita la exposición de los genitales entre los usuarios que utilizan los urinales.
Para la sexóloga Carmen Valcárcel, este acceso visual es uno de los principales elementos que promueven la práctica del cruising en los baños públicos. Valcárcel señaló que la primera experiencia de muchos de los hombres que tienen intercambios sexuales en los baños, se da de manera fortuita tras suscitarse un vistazo inesperado y casual al pene de quien orina al lado. Si la otra persona se entera que su miembro fue visto puede que reaccione tapándose y huya de la situación, o puede que él también mire hacia al lado y empiece a interactuar con la otra persona. Si ambos consienten, es posible que luego de varios minutos los sujetos hayan experimentado su primera práctica sexual en un baño público. Si quedan satisfechos con la experiencia, es probable que recurran al mismo baño en busca de que surja otro encuentro sexual similar.
“Es más fortuito que buscado. Lo que pasa es que cuando pasa algo que te facilita una actividad, tú la repites”, aseguró la sexóloga.
Practicar una actividad sexual en un lugar público es ilegal. En muchas ocasiones la Policía ha realizado redadas para penalizar a quienes se recrean sexualmente en espacios públicos. Por ende, es común que quienes van a los baños en busca de un encuentro sexual, se encuentren nerviosos y asustados.
El peligro de caer en una compulsión sexual viciosa
Por su parte, el experto Malavé-Rexach profirió que el morbo del sexo rápido y prohibido “le añade una sazón” que pudiera desarrollar dependencia.
Malavé relató cómo uno de sus pacientes, a quien nombraremos Augusto, desarrolló una compulsión hacia el acto de sostener intercambios sexuales en los baños públicos.
Todo comenzó cuando tenía 16 años. En aquel entonces, Augusto visitaba esporádicamente el baño de un centro comercial en busca de experiencias sexuales con otros hombres. Él era un homosexual del clóset, y el baño era la única alternativa donde podía sostener prácticas sexuales en anonimato.
Con el tiempo, Augusto desarrolló dependencia o compulsión sexual hacia la práctica del cruising en baños. Tanto fue así, que las visitas al baño público se convirtieron en la única manera en la que él podía canalizar su sexualidad. Augusto acabó yendo al mismo baño todos los fines de semana y días feriados. También iba cuando recibía una buena noticia, puesto que ir al baño era su manera de celebrar. Hoy Augusto tiene 35 años, y continúa con el mismo hábito.
La adicción a una actividad sexual como el cruising tiene el potencial de desarrollar problemas emocionales y sociales en las personas. La doctora Varcárcel aseguró que este tipo de actividades pueden llevar a los participantes a distanciarse de sus amigos y familiares. Podrían incluso terminar solos.
Decenas de investigaciones recientes han establecido una correlación entre los practicantes de sexo en espacios públicos, y la preponderancia de conductas de alto riesgo para el contagio de enfermedades de transmisión sexual.
Como resultado de uno de estos encuentros sexuales, puede ocurrir el contagio del VIH, herpes genital, cáncer cervical o cualquier otra infección de trasmisión sexual. Sin embargo, los riegos físicos no son las únicas repercusiones que podrían enfrentar quienes practican del cruising. Valcárcel aseguró que también existe la posibilidad de atravesar crisis emocionales y sociales.
La práctica del voyerismo
Omar tiene 22 años. Cuando tenía 20 empezó a tener intercambios sexuales en dos baños de su universidad. Lo hizo en busca de satisfacerse sexualmente y no tener con quien.
Su primera vez fue con otro estudiante. Había ido un sábado a la universidad exclusivamente para encontrar una pareja sexual en algún baño, según comentó, no tuvo que esperar mucho para que el otro joven se parara en el urinal que estaba al lado suyo. Comenzaron un intercambio de miradas, y ya ambos sabían lo que venía después.
Otras de sus experiencias fue con un bibliotecario de una escuela cercana a su campus universitario. Luego de algunas miradas, ambos salieron del baño y rompieron el código de silencio cuando entablaron una conversación. Al final fueron a la casa del bibliotecario y se quedaron varias horas viendo películas. No tuvieron ningún tipo de intercambio sexual.
Aparte de estas experiencias, Omar no interactuó con ningún otro sujeto, sin embargo, continuó visitando los baños para observar a otros hombres mientras tenían prácticas sexuales.
Esta práctica, de observar a otros en plena actividad sexual, se conoce como voyerismo. En el cruising entre los homosexuales el voyerismo es muy común. En muchas ocasiones las particiones de los cubículos de los inodoros cuentan con agujeros del tamaño de un centavo. A través de estos orificios, conocidos como peeping holes, se puede observar todo lo que sucede en el cubículo contiguo.
Este agujero, no debe ser confundido con el glory hole el cual es lo suficientemente grande para permitir el paso de un pene. Una vez el genital se introduce por el hueco, uno o varios sujetos al otro lado de la pared podrían masturbarlo o practicarle sexo oral.
El sexo anal, por su parte, no es común en la práctica del cruising. Aunque en Puerto Rico, no se han realizado investigaciones al respecto, estudios realizados por la Universidad Caledonia de Glasgow en Escocia, reportaron que solo uno de 12 cruisers, sostiene sexo anal en lugares públicos.
En el Reino Unido, le han hecho frente a la situación del cruising. Se trata de una organización no gubernamental llamada Street Outreach Service (SOS). La entidad opera en los espacios donde más se practica el cruising. SOS ofrece servicios de orientación y educación en salud sexual. Actualmente, la organización trabaja para que hayan máquinas automáticas de venta de condones en todos los baños y parques públicos donde el cruising es habitual.
En contraste, el gobierno puertorriqueño se ha limitado a enfrentar la situación haciendo redadas secretas con agentes encubiertos de la Policía.
Mientras tanto, Gerardo seguirá visitando los baños con sigilo, esperando que nunca lo descubran.
Nota: Los nombres en itálicos son seudónimos para proteger la identidad de los entrevistados.