En el 1974 fui admitida a la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Arecibo (antes CUTA) casi sin proponérmelo. Fue la única alternativa que seleccioné de las instituciones postsecundarias por la cercanía del pueblo donde vivía.
Tan pronto me gradué de la escuela superior conseguí trabajo en una fábrica, pero esa experiencia me hizo entender que ese no era el trabajo que quería tener por el resto de mi vida. Aunque por poco rechazo la admisión a la universidad por la necesidad urgente de trabajar, fue una enorme y grata sorpresa recibir la carta de aceptación de la UPR en Arecibo.
Mi jefa en la fábrica me orientó y me dijo que era una oportunidad que no podía dejar pasar por alto. Así que mi madre hizo todo lo posible por conseguir que su padre me prestara un dinerito para cubrir los gastos hasta que me llegara la ayuda de la beca.
Para aquel entonces mi familia estaba compuesta por mi madre, un hermano discapacitado y yo. Mi madre no podía trabajar fuera de la casa por la condición de mi hermano, sin embargo, ella criaba gallinas y cerdos, vendía botellas de malta (a un centavo cada una), sembraba de todo en la parcela y, aunque comíamos carne algunas veces al mes y por las noches, lo único que nos aminoraba el hambre era el café con galletas “export sodas”. Hacíamos las comidas justas del día. Entre los tres recibíamos $1,500.00 dólares anuales (un cheque mensual de asistencia del gobierno) y los cupones de alimentos (PAN) que, para aquel entonces, se recogían en una oficina.
Confieso que no sabía lo pobre que era hasta que llegué a la universidad. Primero, por las obvias diferencias de clase que allí convergen y, segundo, porque el personal de la universidad me orientó e hizo viable por medio de los trámites que realizó que recibiera el máximo de las ayudas económicas para las que cualificaba.
Además de la beca completa (federal) de esa época, me asignaron una beca legislativa y empleo en el programa de estudio y trabajo. Esas tres fuentes hicieron posible los pagos correspondientes de matrícula, libros, materiales, la exigua comida diaria que consumía en la universidad y el transporte público (ida y vuelta) que tenía que tomar para llegar a ella.
Les aseguro que la Universidad de Puerto Rico me salvó de la miseria y, más que nada, de la ignorancia. Desarrolló en mí la capacidad de pensar críticamente, de aceptar y celebrar las diferencias y de ser ejemplo para mis hijos de la dedicación al trabajo digno, honrado y ético. Para mí fue la salvación.
Años después de completar mis estudios fui contratada por la UPR y laboré hasta acogerme a la jubilación por años de servicio en el 2015. Ocupé varias posiciones de liderazgo y alcancé el rango de catedrática. Fue un aprendizaje vital para mi existencia. Hoy no sería quien soy sin haber tenido la oportunidad de recibir una educación de primera.
Reconozco que la UPR no es perfecta, he visto su trayectoria como estudiante a nivel subgraduado y graduado, como empleada y como facultativo. Sé que la política partidista le ha infringido mucho daño y que existen áreas que pueden mejorarse si los nombramientos a puestos desde la alta gerencia hacia abajo, empezando con el de la presidencia, se hicieran por estricto mérito y no por elementos externos a la academia.
No obstante, es una gran universidad. Como yo, miles de exalumnos han recibido de esta amada institución las oportunidades que han hecho posible su desarrollo profesional y personal. A través de la excelencia académica de sus profesores, ha fomentado la capacitación académica, la ética, la sensibilidad y, el sentido del deber entre los que han pasado por sus aulas. La UPR me brindó la oportunidad, también, de darle a mis hijos una educación de excelencia (todos somos egresados del Recinto de Río Piedras) y el sustento digno de la familia.
Entiendo, que los recortes que se lleven a cabo no deben, bajo ningún concepto, eliminar las posibilidades de estudio de miles de jóvenes puertorriqueños marginados en la pobreza. Debe seguir siendo el puente de oportunidades capaz de seguir haciendo lo que la universidad hizo por mí.
Estoy en deuda con la Universidad de Puerto Rico, por tal razón procuraré insertarme en los comités de exalumnos para apoyarla en estos momentos que más nos necesita.