BUENOS AIRES, Argentina.-Aunque un porcentaje de jóvenes opina con firmeza que los prostíbulos no son un ámbito donde se sentirían cómodos, la otra gran parte ha pisado las baldosas de un quilombo en alguna ocasión. La novedad, la falta de información, la búsqueda de nuevas experiencias o simplemente las ganas de pasar una noche diferente con amigos son algunas de las causas de que los adolescentes debuten con prostitutas o simplemente visiten burdeles. La presión social, el desconcierto o el afán de descubrir cosas nuevas condicionan a muchos chicos a la hora de colocarse frente a frente con el acto sexual. “No sabíamos lo que era el sexo, las chicas de nuestra edad no querían saber nada con nosotros y no nos quedó otra que iniciarnos mediante una prostituta”, comentó un joven de 25 años que debutó sexualmente a los 16, tras haber organizado el encuentro con un grupo de amigos.”Queríamos saber que era estar con una mujer, la incertidumbre nos mataba”, continuó. La ansiedad por saber lo que es una experiencia sexual para saciar una búsqueda interna, o para compartir cada una de ellas con el grupo de amigos más íntimos es uno de los orígenes del sexo pago en la vida de los adolescentes. Los conocimientos recatados de aquellas situaciones suponen en los jóvenes aires de superioridad y un mayor grado de viveza y adultez en relación a sus pares, inexpertos en el tema. Además de la celeridad, existen otras causas que conllevan a visitar prostíbulos. Diego, 19 años, afirma que “irse de putas” es una buena alternativa para una noche de diversión con amigos, “No vamos dispuestos a acostarnos con prostitutas, sino a ver uno de los espectáculos más bizarros de nuestra vida. La oferta que hay en los prostíbulos a los que podemos acceder económicamente, en general, no es de la mejor”, señaló. También explicó que otras de las cosas que más rescata, de una noche en esos sitios, son las impagables anécdotas, “La segunda vez que fui a un prostíbulo, ingresé y me dieron una rifa, al finalizar la noche, el beneficiado accedería a pasar al apartado con una de las señoritas. Al enterarnos de esto no nos podíamos parar de reír, cosas que jamás te imaginas suceden ahí adentro”, manifestó. La falta de comunicación con los padres, también funciona como incentivo a la hora de que un adolescente tome las riendas correspondientes al enfrentamiento con su primer encuentro sexual. Ignacio, de 22 años, dijo: “Cuando en la televisión había una escena de alto voltaje era probable que mi viejo cambiara de canal. En mi casa jamás se habló de sexo, por lo tanto la parte sexual la evolucioné con mis amigos más grandes. Uno de ellos me llevó a debutar a un quilombo, durante un viaje que realizamos al Uruguay“. La vergüenza o la falta de confianza que se desprende de los chicos al enfrentar una conversación entorno al sexo con sus padres y el tabú, la anti naturalidad o el miedo instalado en determinadas familias con respecto a este tema, hace factible que los menores recurran a otras fuentes en búsquedas de información y que éstas, formen parte de la decisión tomada por cada uno a la hora de elegir la manera, el momento, la situación o el lugar de afrontar la primera experiencia. En resumen, la aceptación dentro de un círculo social, las imperiosas ganas de conocer el terreno sexual en forma prematura, la falta de comunicación o las inquietudes acerca de cómo serán las lujuriosas noches en bares -en los que además de copas se sirven mujeres en bandeja- estimulan a la juventud a vivir determinadas experiencias, no tan alejadas a las que se vivían diez, veinte o sesenta años atrás. Hoy, como en la época del tango, los guapos y bataclanas, el cabaret, burdel, quilombo o casa de citas es gran protagonista de charlas entre amigos, salidas nocturnas -o porque no, diurnas- y fantasías púberes. Un mundo lleno de mitos, ilusiones carnales y frivolidad posee las puertas abiertas, las cuales al cerrarse solo otorgan momentos efímeros, superficiales y vacios. Al igual que en los años treinta, los cabarets continúan manteniéndose activamente vivos. Muchas canciones de tango narran historias en prostíbulos y aquellos términos del lunfardo que se repiten en cada acorde -cafiolo, madama, cafishio, etc.- no solo pertenecen a la cultura cabaretera de los años treinta, también hoy en día son naturales y cercanos a los adolescentes. Los chicos del siglo XXI, al igual que los jóvenes de antes -nuestros abuelos-, buscan distracción, diversión o aprendizaje en estos lugares que en algunas ocasiones son luminosos por fuera, pero siempre son oscuros por dentro. Para acceder al artículo en su versión original, vaya a: www.alrededoresweb.com.ar