Todo tiene una historia, hasta el sabor, que tiene además historia personal y social. Mi papá decía que “para saber si algo te gusta, tienes que probarlo tres veces”, pero también recuerdo una parienta que hacia 1960 vivió en el norte de España, donde el revendón le traía mazorcas de maíz tierno casi a escondidas, porque allí “era comida de cerdos”.
¿A qué sabían las frutas tropicales antes de los descubrimientos, viajes e inventos que permitieron diseminar sus semillas y comerciar sus frutos? Un fraile dominico que pasó por lo que ahora es Aguada en 1544 escribió sobre el asunto:
“De las frutas de la tierra, […] la más principal es la piña, y aunque todos los españoles e indios la loan y precian, nosotros no la pudimos meter en la boca, porque su olor y sabor nos pareció de melones pasados de maduros y acedos [agrios] al sol”. Los plátanos “son una fruta larga, comúnmente de un palmo, […] y en los extremos casi parecen morcillas atadas […] Es una muy gentil fruta cruda y asada y en cazuela y guisada comoquiera; estos, pasados, son como muy gentiles higos pasos [secos, como las uvas pasas], pero al principio éranos fruta muy asquerosa, parecía en la boca como ungüento, o cosa de botica”. Las guayabas “son como duraznos, llenas dentro de granillas que se tragan sin quebrar, y aunque es buena fruta en las islas españolas, pero a los que vienen de Castilla les hiede a chinches y les parece abominación comerlas”.
Ya en 1763, un capuchino italiano que pasó por San Juan alabó de la piña su “exquisito, dulce sabor con un toque de agrio”.
En contraste con los primeros viajeros, Edward B. Emerson, de Boston, para 1831 conocía de las frutas tropicales antes de probarlas. En su diario caribeño confesó: “El sabor de una fruta nueva es […] como el placer de desarrollar un nuevo sentido, y disimularía si no menciono esas cosas”.
Admira el mangó con dos sentidos, gusto y visión: “Ya me gustaba […] por su delicado sabor. Hoy aprendí a considerarlo una fruta muy hermosa; vi uno que compararía con casi cualquier fruta en delicadeza de matices”.
Considera el guineo “tan suculento como el higo y el melocotón”. Le dedicó un párrafo a su primer aguacate, “enteramente sui generis y peculiar en su sabor y estructura interior, en lo que no se parece a ninguna de nuestras frutas. Tiene un sabor tan simple y negativo que me decepcionó la primera vez, pero en una segunda prueba me complació mucho y me parece una fruta excelente. Bien se le llama “tuétano vegetal”, por ser algo sustancioso y como mantequilla, que pide pan. Lo comí sin los condimentos usuales de sal y pimienta”.
En la película Victoria and Abdul, de 2017, ambientada hacia 1890, un secretario nacido en India le describe un mangó a la reina de Inglaterra, quien insiste en que le traigan uno desde allá.
El uso de contenedores refrigerados para la transportación marítima, generalizado desde la década de 1970, puso entonces al alcance del ciudadano más humilde frutas que un siglo antes no conocía Victoria, reina de Inglaterra y emperatriz de la India.
Para más detalles ver:
Diario de Fray Tomás de la Torre, citado por Álvaro Huerga, en Vida y obras de Fray Bartolomé de las Casas, Madrid: Alianza Editorial, 1998:233-234; luego se publicó una edición crítica del diario, De Salamanca, España, a Ciudad Real, Chiapas (1544-1546), Madrid: CSIC:2011.
Ilarione da Bergamo, Daily life in colonial Mexico, Norman, OK: University of Oklahoma Press, 2000:58-62.
Edward Bliss Emerson. The Caribbean journal and letters, 1831-1834, http://bibliotecadigital.uprrp.edu/cdm/ref/collection/librosraros/id/1701 .