Que no se ponga en tela de juicio lo que alguien en algún momento le advirtió a la sociedad, cuando dijo que toda época y generación es lo que suena en su radio. Dicen por ahí: “es la música la expresión más sincera de la sociedad”. Entonces vamos sintonizando, buscando algo interesante en la radio y al menos la mitad de las estaciones suenan reggaetón. Saltan varias conclusiones a la mente: pensar, como lo hizo Velda González en algún momento, con una ritmofobia inquietante, que el reggaetón es una cafrería exclusiva de grupos sociales, que mejor ni se hable de ellos. Otra tesis aterriza –pareciendo ser mucho más razonable- y nos lleva a pensar que si tanto se consume el género del reggaetón es porque algo importante arroja. Ese “algo” expresa mucho y tiene que ver con lo que se vive. Pues, los individuos que conforman cualquier sociedad inevitablemente se ven atravesados por las manifestaciones que se producen desde la cotidianidad. Lo saben los músicos y lo conocen los que se prestan a entender la vida, que entre un “gata mami suéltate” y un “perra” se cargan cosas que la vida misma enciende para dejarnos ser como pueblo. Hay algo de sabiduría popular, de Maestra Vida, del barrio, de Tite Curet, Maelo, del vecino y la chilla en el Datsun 72 dando fuego a la lata. Hay algo de la manera en que, para bien o para mal, se aprendieron a decir las cosas. Lo saben los trovadores en Cuba y República Dominicana, Colombia, Venezuela, lo sabe el mar Caribe y lo saben los barrios bravos de toda Latinoamérica, donde se dice lo que se quiera decir y se baila sabroso, y ¡que lo escuche el Estado!
¿Lo saben también los que bailan al ritmo del reggaetón? ¿Los que lo escriben, lo cantan, lo producen y lo masifican? Esto no es una apología en favor del “reggaetonero”. Tampoco se le está tirando la toalla al género como si se tratase de una manifestación palmariamente política como el punk en Inglaterra o el reggae en Jamaica. No se trata de eso. La función del comunicador, en cambio, es evaluar el fenómeno con una seriedad mas allá de lo que en calidad personal considere moral o correcto. Ver por dónde se filtran los malestares de siempre que buscan salida antes del quiebre total. Son expresiones como la música los agentes catalíticos de la lucha ideológica, económica y política de los países. Lucha de estilos, ritmos y movimientos de clase, que cuestionan la “moral” del patrón, las “buenas costumbres” y el “buen gusto”. Y el cantante le tira una línea como, “chulin, ¿cómo te sientes?” y ella contesta “suelta como gabete”. No hay quien detenga el embate de esos cuerpos cuando empiezan a moverse de la forma más salvaje. Perros y perras se sintonizan perreando al ritmo de “barbaridades”. Y es que hay que exorcizarse, hay que botar lo que ya no se aguanta. Porque cuando se trata de que el cuerpo se exprese, sobrevienen los sobresaltos. Buena parte de las “reglas” de bailes inventadas a lo largo de la historia, son ocurrencias con moraleja estética para dominar a la bestia sensual y hedonista que nos mueve al baile y a las expresiones más burdas posibles. De ahí nuestra firme convicción de que el análisis no debe dirigirse a criticar a los cantantes de reggaetón que dicen lo que sienten y en tantas ocasiones expresan lo que todos queremos tapar. No debe ser, no puede ser que un intelectual despepite en contra de una manifestación tan humana, tan mundana y tan rica como cantar lo que se siente. Algún daño hace despegarse del populacho. Esos intelecutales, profesores, estudiantes, son sospechosos de poseer armas revolucionarias extraordinarias y no usarlas como se debe, en la construcción de una realidad distinta. Dislocarse de su posición privilegiada, desarticular el discurso del universitario que se refugia en sus libros, que ha desarrollado una consciencia social gracias a la academia y no a la vivencia, es desenfundar dichas armas.
Si tanto preocupa que los chamaquitos estén aprendiendo a tratar como perras a las chamaquitas y a ellas les gusta, hay que encontrar entonces la raíz de esa violencia verbal sin echarle la culpa a la música, al baile o a cómo se hable. Es conocido que la danza, la plena, la salsa y el sabroso bolero fueron víctimas de la misma crítica. Una de las tareas es repensar la educación y la atención que ofrece el Gobierno a las comunidades que necesitan ser escuchadas y que desean respuestas. Está en escucharnos bien y mejor sin reprochar lo que se canta y se baila, como se cante y se baile. Esas canciones que tanto nos “indignan” son indicadores de que hacen falta cambios y hay que atender esa violencia desmedida que se expresa en las letras. Porque todas las expresiones, buenas o malas, correctas o incorrectas, son pertinentes cuando provienen del pueblo.