Por mucho tiempo, la candidatura presidencial de Donald Trump parecía un chiste.
Un hombre billonario, conocido por sus programas de televisión y otras decenas de proyectos empresariales, Trump se lanzó en junio de 2015 a un salvaje proceso primarista dentro del Partido Republicano, que llegó a incluir hasta 17 aspirantes a la presidencia.
Desde un principio, se convirtió en la cara de la carrera por la candidatura, tanto por su excéntrica personalidad como por las radicales posturas conservadoras que postuló, que incluían el enérgico rechazo a grupos de inmigrantes musulmanes y latinos; propuestas económicas proteccionistas defendidas mediante un discurso nacionalista; y expresiones machistas, racistas y homofóbicas. Y claro está, su garantía de que construiría el famoso muro en la frontera con México.
A pesar de la atención que generó, muy pocos analistas serios se hubieran aventurado a pronosticar que el magnate llegaría lejos en sus aspiraciones políticas. Sin embargo, poco a poco sus rivales primaristas iban abandonando el barco y la candidatura de Trump comenzaba a lucir como una posibilidad. Una posibilidad que se convirtió en realidad a principios de mayo, cuando aseguró los delegados necesarios para agenciarse la nominación republicana.
Si bien las huestes republicanas se habían desbordado en su apoyo al empresario, que Trump accediera a la presidencia de la principal potencia del mundo seguía luciendo improbable. Después de todo, tendría que vencer a una Hillary Clinton que, contrario a él, contaba con el respaldo total del establishment de su partido.
Las encuestas, con sus habituales desplazamientos para uno u otro lado, generalmente apuntaban a la candidata demócrata como la favorita para reemplazar a Barack Obama en la Casa Blanca. Y al llegar octubre, con sus tres debates televisados que le permitieron al mundo apreciar la ‘mecha corta’ del controvertible hombre de negocios –sin mencionar el video que salió a la luz en el que le manifestaba a un animador de televisión que su estatus de celebridad le permitía hacer lo que quisiera con las mujeres–, muchos dieron por muerta cualquier esperanza de que Trump diera la sorpresa y se convirtiera en el 45to presidente de los Estados Unidos.
Hasta que llegó el 8 de noviembre, y según pasaban las horas, el mapa electoral se iba pintando del rojo republicano. Muchos se acostaron la noche del martes con la esperanza de que, al despertarse, Clinton hubiera remontado y el fenómeno de Trump hubiera sido una simple pesadilla.
Pero no. Aunque Clinton se había impuesto cerradamente en el voto popular, Donald Trump había dominado claramente los números que importan: los votos del colegio electoral.
¿Cómo es posible que un candidato con tantos defectos evidentes ganara una elección en la que participaron sobre 100 millones de personas? ¿Cómo, en un país tan desarrollado como Estados Unidos, un discurso fundamentado en el odio a diversos sectores caló tan hondo en grupos tan amplios de la sociedad? ¿Qué significa para ese país, y para el resto del mundo, la elección de un personaje caricaturesco a la presidencia?
“Esta elección se va a estar estudiando por mucho tiempo porque cogió a muchos por sorpresa. Siempre pensé que había un elemento de incertidumbre en estas elecciones, que no era tan fácil predecir, porque aunque tú puedes decir que hay una gran cantidad de negros que apoya a Hillary, una gran cantidad de hispanos que la apoya, el electorado sigue siendo principalmente blanco”, dijo el experto en política internacional José Javier Colón.
El fenómeno de Trump, explicó Colón, no es uno aislado en el panorama mundial. Su triunfo es comparable a movimientos que se han producido en diversos países europeos, en los que se apela a sectores de la población que se sienten marginados por los procesos de globalización y neoliberalismo que predominan en las naciones desarrolladas.
Ese “populismo de derecha”, como lo describió el analista político, tiene particular arraigo entre hombres blancos de poca educación, precisamente el grupo demográfico que cargó a Trump a la Casa Blanca.
“Esos sectores vieron en Trump un abogado, una persona que iba a estar ahí con ellos. Es un triunfo del nacionalismo y el proteccionismo”, afirmó Colón.
“Estados Unidos es un país que está haciendo una transformación demográfica muy grande, pero el hecho de que lo esté haciendo no quiere decir que el sistema político se tiene que adaptar automáticamente a eso. Hay un sector de la población blanca para el que esto es una tendencia muy amenazante, y Trump es una persona que puede protegerlos de esos procesos que ellos no entienden bien, pero que piensan los pueden llevar a ser minorías en su propio país”, agregó el también profesor en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.

El profesor Colón opinó que la campaña de Clinton falló en responder adecuadamente a los argumentos de Trump acerca de los tratados de libre comercio. (Ricardo Alcaraz / Diálogo)
A su juicio, la campaña de Clinton fracasó en responder satisfactoriamente los planteamientos de Trump de que los tratados de libre comercio como el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) y el TPP (Acuerdo Transpácífico de Cooperación Económica) eran la causa de las dificultades económicas que padecían algunos sectores de la clase trabajadora estadounidense. En el caso del TPP, Clinton lo apoyó inicialmente, para más adelante retirarle su respaldo, titubeo que proyectó una imagen de falta de “compromiso real”, que contrastaba con la fuerte oposición de Trump.
Colón teorizó que la batalla primarista contra Bernie Sanders debilitó la figura de Clinton, pues el mensaje del senador por Vermont alcanzó más efectivamente ese sector que, a la larga, le costó la presidencia a la exsecretaria de Estado.
¿Hubiera sido Bernie Sanders una mejor opción para el bando demócrata enfrentar a Trump?, preguntó Diálogo.
“Ahora que conocemos los resultados la pregunta es más pertinente porque vemos un flanco muy débil de esa campaña que no habría estado presente con Sanders. Pero hay que destacar que fue una elección muy cerrada, y Hillary estuvo a punto de ganar. Es fácil sentarse ahora y decir lo que pudo haberse hecho y no se hizo”, admitió Colón.
Tensión dentro y fuera de EEUU
La victoria de Trump enturbia un panorama nacional que ya de entrada revelaba serias tensiones raciales, étnicas y de clase. Las manifestaciones de protesta a lo largo y ancho de Estados Unidos –particularmente en las universidades– luego que se confirmara su triunfo en los comicios no se han hecho esperar.
Colón, sin embargo, insistió en que el hecho de que Trump haya accedido a la presidencia y que los republicanos hayan mantenido la mayoría en ambas cámaras del Congreso no significa que todas las promesas de campaña se harán realidad. Es decir, que habrá que aprender a distinguir entre Trump, el candidato, y Trump, el presidente.
El catedrático señaló que es normal que los presidentes ocupen el cargo con una agenda particular en mente, pero que las circunstancias los obliguen a ajustar sobre la marcha.
“En el caso de George W. Bush fue electo bajo un lema de conciliación, pero entonces ocurrió el 11 de septiembre y ahí cambió totalmente la política y fue una política bien dura”, que incluyó las invasiones de Afganistán e Irak, indicó Colón.
“Creo que vamos a entrar en una etapa que vamos a ver cuáles de esas batallas que Trump planteó en la campaña realmente se van a convertir en propuestas al Congreso o si prevalece un tono de hacer concesiones hacia el otro lado”, agregó, mencionando que la propuesta de construir el muro en la frontera con México enfrentaría gran oposición de la rama legislativa por el enorme costo que conllevaría.
En lo que se refiere a la política internacional, Colón anticipó que las relaciones de Estados Unidos con sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) pudieran tornarse contenciosas, toda vez que Trump ha criticado el peso económico que los norteamericanos han tenido que cargar con respecto a los procesos militares. Sin embargo, contrario a lo que sugeriría la retórica de campaña, no cree que Trump y el Congreso actúen de inmediato sobre ese particular.
Ciertamente causa mucha intriga conocer qué dirección tomará la relación de Estados Unidos con Rusia, uno de sus tradicionales contrincantes en la esfera política.
Sin embargo, la buena relación que Trump mantiene con su homólogo ruso Vladimir Putin apunta a una aproximación diplomática entre estas dos potencias.
“Putin es un estratega internacional que nadie subestima. Es una persona con una visión internacional muy fuerte y va a ser muy interesante observar como evoluciona esa relación”, expresó Colón.
Por otro lado, un proceso que muy bien pudiera verse afectado negativamente es la normalización de las relaciones del gigante norteamericano con la vecina isla de Cuba.
Sobre este punto, Colón nos recuerda que, en un principio, el presidente electo apoyó las iniciativas de acercamiento.
“Pero luego sus asesores electorales le recomendaron que asumiera una posición más dura porque se arriesgaba a perder el apoyo de los republicanos de Florida, por lo que cambió su postura”.
Son precisamente esas interrogantes –y el rumbo que tomen– las que, en última instancia, determinarán el saldo de la presidencia de Trump. Una presidencia que, si bien provoca un terror sin precedentes entre muchos –tanto dentro como fuera de Estados Unidos– será un espectáculo fascinante de analizar y seguir, preferiblemente, a la distancia.
Porque cuando un chiste se torna serio, ya no es chiste.