Detrás de la oscuridad de los anillos dibujados debajo de sus ojos verdes, a simple vista se asumiría tan solo que le faltan unas horas de sueño. Una buena noche recostada entre el calor de sus sábanas y queda nueva. Tal vez si tuviera un sueño profundo, Sofía se olvidaría de todas las noches que pasó en vela bajo el efecto de una pastilla.
Sofía –nombre ficticio para proteger su identidad- entró a la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras siguiendo su amor por las letras. Era la única en la familia que decidió estudiar Literatura, poniendo sobre sus hombros la presión de buscar algo más allá que una pasión por “libros raros”. Aun manejando una carga académica de 18 créditos, Sofía lograba mantener su promedio pero en su segundo año empezó a decaer. Fue entonces cuando un compañero de clases le mencionó ‘una pastillita’ que le resolvería todos sus problemas. Lo único que pensó fue que tal como existe una primera vez para todo, una pastilla no haría daño. “Primero estás con una pastilla pa’ los all-nighters y luego estás tomando cinco pastillas en un lapso de 72 horas”, contó.
Al igual que Sofía, muchos jóvenes universitarios han cedido ante la curiosidad de lo que han llamado una píldora mágica: un medicamento llamado Adderall. Esta droga se prescribe para los pacientes con el trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad (ADHD, en inglés). No obstante, en años recientes ha aumentado el abuso de esta medicina entre los universitarios.
“Entre cumplir obligaciones académicas y exigencias impuestas en el hogar, era imposible no resistirse ante una pastillita que te saca fuera de este mundo”, confesó Sofía cabizbaja mientras juntaba sus manos para ocultar el temblequeo detrás de ellas. “Empiezas por una pensando en que era imposible no enviciarte y terminas tragándote tus propias palabras”, resaltó.
Un médico residente en Psiquiatría en el Centro Médico de Río Piedras –que prefirió permanecer en anonimato- destacó que hay muchísimos casos como los de Sofía: jóvenes en la universidad buscando una manera de cómo acoplarse a la presión de los estudios. “Los estudiantes universitarios tienen un porcentaje mayor al resto de la población en consumir distintos estimulantes: Adderall y Ritalin, entre otros. Conseguir este tipo de medicamentos fuera de una oficina médica puede impulsar a formar un hábito indeseado sin reconocer tu límite”, afirmó el galeno. Medicamentos como Adderall están clasificados como una sustancia controlada: venderlas sin receta implica incurrir en un serio delito.
El medicamento -recetado por un doctor- puede conseguirse en las farmacias a partir de 50 dólares. Fuera de las farmacias puede conseguirse una tableta entre tres y cinco dólares. Incluso, si haces una compra grande el distribuidor puede hacerte un precio módico. El abuso de este medicamento puede conllevar a un cambio en la química del cerebro, alterando parcial o completamente aspectos de la personalidad. Además, esta droga produce distintos efectos secundarios, entre los que se incluyen pérdida de apetito, náuseas y vómitos, pérdida de peso, insomnio y ataques de nervios; este último es el más que ha afectado a Sofía.
“Es cómo un contrato de mala muerte que firmas para siempre”, indicó sobre sus ataques de nervios. Señaló que los ataques empezaron aproximadamente un año después de consumir Adderall casi todos los días. Esta mezcla junto a la dosis de cafeína diaria, creó una combinación letal en el cuerpo de Sofía y es la raíz de sus ataques de nervios.
Sofía recordó que cada vez que era cuestionada sobre su salud emocional por sus allegados, lo atribuía al nivel de estrés experimentado en la Universidad. Pero esa no era la única indicación de que algo iba mal. Pesando más de 200 libras en algún punto previo a la adicción, Sofía bajó hasta 110 libras en su punto más crítico. Aunque estaba sobrepeso, la pérdida de peso representó un cambio drástico para su figura de cinco pies con nueve pulgadas. La familia de la estudiante asumió que había empezado un nuevo régimen alimenticio al igual que una serie de ejercicios, algo normal para cualquier joven de su edad, hasta que encontraron unos sobres llenos de píldoras blancas entre sus pertenencias.
Tras ser obligada a revelar el secreto detrás de su excelencia académica, toda la familia de Sofía se unió para ayudarla a romper con su adicción al Adderall. “El apoyo familiar es esencial cuando se trata de curar un adicto, y más en alguien que es tan joven. ¿En quién más se va a depender?”, dijo sujetando un rosario que le regaló su abuela. Al momento en que tuvo que someterse al tratamiento, estaba en su último año de bachillerato pero no pudo terminar el semestre por los constantes ataques de nervios y los tratamientos psiquiátricos. Luego de meditarlo y consultarlo con distintos miembros de su familia y doctores, Sofía decidió tomarse un año para dedicárselo a su recuperación.
“La cura resulta más mala que la enfermedad”, declaró la joven entre suspiros. En su año de recuperación, la joven intentó leer libros incluso para niños para adquirir nuevamente un hábito de estudio para prepararse a su regreso a la Universidad, pero resultó más cuesta arriba de lo esperado. Dificultades de esa magnitud son normales, según el especialista consultado, resaltando la dificultad que puede tener un adicto en recuperación. “El tiempo de recuperación para una adicción al nivel de un caso como el de Sofía puede tardar más de 12 meses, aun siguiendo todo el procedimiento al pie de la letra. No se debe brincar pasos ni darlos de prisa: mejor un paso lento pero seguro que caminar rápido sin balance”, declaró el médico residente.
Luego de 18 meses y tres intervenciones psiquiátricas, Sofía no se considera que ha terminado con su adicción por completo. Reiteró que es como un contrato de mala muerte que firmas para siempre. La joven desarrolló una taquicardia que controla con medicamentos orales y todavía debe asistir a reuniones semanales con su psiquiatra y una trabajadora social. También, se le hacen pruebas toxicológicas rutinarias por precaución.
A pesar de todo, Sofía decidió volver a la universidad con una carga académica limitada, determinada a conseguir su grado. Ahora no maneja su vida universitaria como antes. Ya no se queda largas horas entre los pasillos leyendo o en actividades sociales con sus compañeros: sencillamente llega a sus clases y sigue su camino. Sus compañeros son caras nuevas para ella (todos sus antiguos amigos han seguido sus propios rumbos), pero Sofía evita socializar con los desconocidos.
Al preguntarle el motivo detrás de su decisión de no socializar con sus compañeros en el Recinto, sólo se limitó a bajar la cabeza. “Desarrollé la idea de que mi cuerpo y mi mente siguen dominados por demonios, pequeños pero existen aún. De por sí ya me veo rara, no quiero contribuir más a la causa”, confesó con voz entrecortada. “Y lo peor de todo, mi cerebro todavía piensa que necesita una píldora mágica para establecer una simple conversación”, finalizó.
La autora es estudiante de periodismo en la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico. Este texto se produjo para el curso Redacción Periodística II (INFP 4002), que dictó la profesora Odalys Rivera el pasado semestre.