Por Francisco Watlington Linares
La llegada de las abejas asesinas africanas produjo espanto en la comunidad apícola puertorriqueña hasta que se cruzaron con las dóciles abejas del país resultando en una nueva raza de “super-abejas” más productivas, amigables y saludables. Otros enlaces inesperados que están ocurriendo en Puerto Rico podrían no resultar tan lisonjeros. El caso de la súper-iwaka es uno de ellos.
El rescate de la cotorra jíbara o iwaka (Amazona vittata) del borde de la extinción por su reproducción en cautiverio ha sido el logro de avicultores dedicados en el aviario Vivaldi ubicado en el bosque de Río Abajo donde colindan los municipios de Arecibo y Utuado. La patria potestad de la especie es compartida por el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA) y la agencia federal Fish and Wildlife Service (FWS) que provee la mayor parte del subsidio en virtud de la protección dispuesta por el Endangered Species Act (ESA) en 1967. La cotorra puertorriqueña fue escogida para tal distinción debido a que la escasa población remanente se encontraba en el bosque de El Yunque bajo protección federal.
El proyecto original de propagación de la cotorra estuvo en manos del FWS desde 1968 cuando quedaban apenas 24 cotorras en estado silvestre. Situó su aviario en un abandonado bunker militar en lo alto de El Yunque, bajo condiciones ambientales insufribles e insalubres, manejado por biólogos y técnicos de laboratorio sin experiencia en avicultura. Tras dos décadas de fracaso y rechazo a la participación de científicos puertorriqueños, el FWS cede a los reclamos del DRNA para compartir el proyecto. El éxito de Río Abajo desde entonces ha resultado en el subsidio de aves al menguado aviario de Río Grande que ha perdido su razón de ser (al no cumplirse las expectativas del proyecto), no obstante una millonaria inversión en un nuevo y mejor ubicado aviario con laboratorio de lujo que podría aprovecharse para reintroducir el cuervo nativo (Corvus leucognaphalus) extinguido en la Isla pero existente aún en Dominicana.
Las estipulaciones legales del ESA disponen que su protección a la cotorra cesará cuando sus números en estado silvestre alcancen quinientos, aunque podría continuar a través del establecimiento de áreas de “hábitat crítico” bajo supervisión del FWS par afianzar la especie. Mientras, la reproducción de la iwaka en Río Abajo ha avanzado al punto de proyectarse un segundo núcleo silvestre en el bosque estatal de Maricao.
Tarde o temprano la población silvestre de iwakas alcanzará la meta crítica de su restablecimiento como especie viable en la naturaleza. Su proliferación podría despertar el deseo latente en la ciudadanía de poseer alguna como mascota, tendencia que casi acabó con ellas en el pasado. Si esto llegare a ocurrir el DRNA se verá obligado a seguir reproduciendo sus cotorras para evitar el regreso al saqueo de nidos que tendría un ávido mercado local e internacional cuya interdicción resultaría muy costosa.
Una súper especie
Hay una especie de tamaño y hábitos similares a la criolla. Se trata de la African Gray, los ingleses escriben “grey”, (Psittacus erithacus), la cotorra gris por no decir negra del Congo africano, tan distante en hábitat geográfico y clasificación taxonómica que no es considerada una amenaza a la pureza de estirpe de la iwaka y cuya crianza en Puerto Rico es completamente legal. Por sus dotes de mascota afable e inteligente ha tenido demanda lucrativa tanto en la Isla como en Estados Unidos. Claro está, la importación de la especie desde Africa está prohibida para evitar su extinción por captura de pichones destinados al mercado internacional.
La hibridación espontánea entre especies del mismo género de cotorras ocurre tanto en cautiverio como en estado silvestre bajo ciertas condiciones. Normalmente los pichones criados por sus madres se identifican con su propia especie por improntación (fijación) en la cara de su progenitora. Cuando son criados por nodrizas de otra especie, sin embargo, se improntan equivocadamente y como adultos rechazan su propia especie y se cruzan con la especie adoptiva.
Aves escapadas se acogen a bandas de sus congéneres escapados dando paso a la miscegeneración. El fenómeno ocurre cuando especies gregarias como la mayoría de las cotorras se fugan del cautiverio y el ciclo anual de estaciones activa el deseo hormonal de aparearse. Ante la falta o escasez de su propia raza se encariñan de una pareja de otra especie disponible. Por lo general tales enlaces dentro del mismo género producen vástagos híbridos fértiles que aportan al mestizaje de la banda.
Tan poderoso es el instinto reproductivo en las cotorras que ocasionalmente pueden darse apareamientos entre especies de distintos géneros. El caso más famoso habrá sido el del guacamayito azul (Cyanopsitta spixii) de la remota y semi-árida caatinga en el nordeste de Brasil. Tras décadas de captura para exportación al mercado europeo quedaba un solo ejemplar silvestre que durante varios años vagaba soltero en procura infructuosa de pareja (según registra el ornitólogo inglés Tony Juniper en su libro Spix’s Macaw). Los desesperados rescatistas oficiales le proveyeron pareja de la población domesticada en cautiverio dentro de una gran jaula. La infeliz cautiva pronto falleció en tan inclemente ambiente.
No obstante, un buen día los ornitólogos a cargo del proyecto observaron con espanto que el guacamayito se había anidado con una hembra maracaná (Propyrrhura maracaná), guacamayo común de otro género. La unión produjo huevos fértiles. Nació al menos un polluelo antes de que los obtusos biólogos los destruyeran para preservar la pureza de estirpe del guacamayito azul. A todas luces ejecutaron a su amancebada amante dejándolo viudo hasta su muerte en las garras de algún ave de rapiña.
¿Podría ocurrir una hibridación similar entre la iwaka del género Amazona y la negra africana del género Psittacus? Si individuos de ambas especies se encontraran juntos en un aviario o una banda silvestre sin parejas de su propia clase la unión es teóricamente posible. Faltaría saber si los huevos serían fértiles y los vástagos, si alguno, resultarían o no estériles. Hay razón para creer que habrán avicultores empeñados en realizar semejante cruzamiento.
Cotorras africanas excepcionales
En 1977 la joven sicóloga Irene M. Pepperberg intrigada por la renombrada inteligencia natural de la especie compró un pichón de cotorra africana que bautizó con el acrónimo ALEX por “Avian Learning Experiment”. Durante los siguientes treinta años desarrolló un romance científico con Alex, resultando en la publicación de artículos y libros detallando sus hallazgos sobre los talentos excepcionales de su mascota. La investigación terminó en el año 2007 con el fallecimiento súbito de Alex por infarto, en pleno florecer de sus capacidades y a pesar de una expectativa de vida de sesenta años.
La doctora Pepperberg se dió a la tarea de establecer la Fundación Alex para encausar objetivos de investigación y educación avícola enfocados en las cotorras africanas del mismo género (P. erithacus y P. timneh ) , muy similares en sus atributos. La promoción mediática de su proyecto destaca los talentos de Alex quién llegó a tener un vocabulario de 150 palabras cuyo significado comprendía. Entendía conceptos abstractos y matemáticos al nivel intelectual de un humano de cinco años. Acotó que el desarrollo emocional y afectivo de Alex era igual al de un infante humano de dos años.
La doctora Pepperberg, nacida en Brooklyn, Nueva York en 1949, ya afamada por su obra singular es nombrada profesora de sicología en Brandeis University y conferenciante en Harvard. Lleva consigo la Alex Foundation cuyos objetivos deben atemperarse a las instituciones conservadoras que la acogen. Inevitablemente los propósitos de la fundación se han tornado difusos y “educativos”, soslayando el mejoramiento de la cotorra africana domesticada.
Alex no fue excepcional como individuo de su especie. Han cobrado fama otras africanas como Einstein, Clover, y N’ikisi con vocabularios de 137, 350 y 950 palabras respectivamente. Algunos investigadores y avicultores prefieren trabajar con la otra especie del género, la Psittacus timneh, de atributos similares, de tez más oscura, pero pico color claro en vez de negro, y más precoz en el aprendizaje. Ambas especies al igual que las Amazona son monógamas, anidan en huecos de árboles y comparten el cuidado de sus crías. Ambos géneros son gregarios y se alimentan igualmente de frutas, nueces y flores.
Temor al cruzamiento
Por vuelta de 1995 cuando apenas despuntaba la crianza de iwakas en Río Abajo, culminaba la bioxenofobia oficial con un proyecto de ley para prohibir la importación y crianza de todas las especies de cotorras, tal como documento en el artículo “La última iwaka de Palo Hueco: crónica de las cotorras jíbaras de Puerto Rico”, publicado en el 2008 en la Revista Cayey de la UPR en Cayey. La medida provoca la organización de la Asociación de Avicultores y Vendedores de Aves Exóticas (AAVE) para protestar y cabildear contra el ucase (decisión tajante de corte dictatorial). Su presidente, Mauricio Lopes, exitoso criador de cotorras africanas fue víctima de atropellos, incautaciones y difamación por el DRNA y sus vigilantes. Destruyeron su aviario y empresa con operativos usados contra el narcotráfico (uso de armas largas y confiscaciones arbitrarias de propiedad). El abuso injurió incluso a su familia y mascotas residenciales. La sinrazón urdida por el DRNA era que de escaparse las inteligentes cotorras africanas desplazarían las endebles iwakas, mito netamente colonialista.
Al DRNA le despreocupaba el mestizaje de la iwaka con la africana por la evidente distancia filogenética entre las dos especies. Aunque la abundante producción de iwakas en años posteriores propendería a deshacer esa fobia, las iniciativas privadas para incrementar selectivamente la inteligencia de la raza doméstica de africanas podría convertirse en una pesadilla de ciencia ficción. ¿Qué consecuencias tendría, por ejemplo, elevar la capacidad intelectual de las africanas domesticas de cinco a diez o doce años de nivel humano?
¿De qué es capaz un preadolescente humano? Conducta análoga en una población de iwakas cruzadas con africanas estaría dirigida a la obtención de alimentos silvestres y cultivados como el maíz, gandules y otros granos. La predilección por los cultivos fue razón para la matanza de iwakas en el pasado como plaga de la agricultura. Comenzando el Siglo 19 con la población de la Isla rebasando 160 mil habitantes, gran parte campesinado de subsistencia, el gobernador Toribio Montes (1804 – 1809) ofreció recompensar la cacería de cotorras, periquitos (Aratinga), mozambiques y judíos, que consideraba plagas de la agricultura. Una población futura de súper-iwakas sería una plaga difícil de contener. Aunque cotorras domésticas normales con dificultad se asilvestran al escaparse, las superdotadas se adaptarían fácilmente, evadiendo con astucia la cacería.
En un futuro no muy lejano la proliferación de iwakas comunes podría convertirlas nuevamente en plaga endémica de una agricultura moderna extensiva. De tratarse de una super-iwaka transgénica la amenaza no se limitaría a Puerto Rico. Su inteligencia le conduciría a volar en bandadas a lontananza como su parentela lejana las palomas. Se extenderían por las Antillas vecinas donde las abundantes tierras agrícolas de las islas mayores aumentarían exponencialmente sus números. Tarde o temprano llegarían a los continentes, amenazando las extensas plantaciones corporativas de frutas, granos y nueces.
_______
El autor es profesor del Departamento de Geografía de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.