Los países de América Latina y el Caribe vivieron una transformación económica social histórica en los últimos años, que llevó a una reducción importante de la pobreza y la desigualdad, y ha avanzado para cerrar brechas de género, laborales y educativas. Estos logros son producto de coyunturas económicas favorables, pero también de políticas proactivas de inclusión social.
A pesar de ello, entre 25 y 30 millones de personas hoy se encuentran en peligro de recaer a la pobreza, una de cada tres de las personas que salieron de la pobreza entre 2003 y 2013.
Las mayores vulnerabilidades se observan entre nuevos entrantes laborales, mujeres y sectores informales de la economía, así como en las exclusiones sociales que no se resuelven con más ingreso, como discriminaciones por condición étnica o racial, color de piel, identidad sexual, condición migrante o discapacidad.
Este mes lanzamos nuestra principal publicación regional, el Informe sobre Desarrollo Humano para América Latina y el Caribe titulado Progreso multidimensional: bienestar más allá del ingreso, que propone nuevas maneras de medir y nuevas maneras de actuar para proteger los logros sociales y económicos de la década pasada y derribar obstáculos estructurales a estas que llamamos de exclusiones duras, que van mas allá del ingreso, como género, raza, etnia, orientación sexual, discapacidad. El enfoque es multidimensional, holístico e integral.
¿Cómo avanzar en la actual coyuntura?
Primero, reconocer que los factores de salida de la pobreza son distintos a los de recaída a la pobreza.
Los primeros están altamente asociados a la inserción laboral y a los retornos de educación de las personas, sobre todo en áreas urbanas.
Las segundas están correlacionadas con cuatro factores: acceso a protección social (como una pensión), acceso a sistemas de cuidado (para nivelar incentivos de inserción laboral femenina), tenencia de activos físicos o financieros (como una cuenta de banco, una casa, una moto, un auto, que actúen como “colchones” en casos de crisis) y mejor calificación laboral.
Segundo, enfrentar las exclusiones duras que no están correlacionadas con el ingreso.
Más que cerrar “brechas” de acceso a servicios, estas exclusiones hablan de un déficit de ciudadanía: discriminaciones que ocurren por la identidad, el estilo de vida, la discapacidad o el color de piel. Ser mujer, afrodescendiente, indígena, LGBTI, joven, persona con discapacidades, todo esto incide en las oportunidades, en la posibilidad de ascenso social y económico y en el acceso a servicios.
Antes estos déficits, debemos avanzar con políticas de nivelación de oportunidades y acción afirmativa: las cuotas femeninas para nivelar el número de mujeres parlamentarias es un ejemplo exitoso de este enfoque. También lo son los innumerables avances de reconocimiento de derechos colectivos, de autonomía política y tierra/territorio de pueblos y comunidades indígenas en nuestro hemisferio.
Nuestro informe revela que las mujeres en América Latina y el Caribe trabajan tres veces más en la casa (trabajo no remunerado) que los hombres. Y ganan menos en el mercado laboral, aunque estudian más que sus colegas hombres.
Las tendencias demográficas y la ausencia de mecanismos de cuidados (especialmente para niños y adultos mayores), combinadas con el aumento de la participación laboral femenina, restringen una mejor inserción de la mujer en el mercado laboral y la generación de ingresos en los hogares.
Asimismo, una de cada tres mujeres y niñas se enfrenta con la violencia sexual por lo menos una vez en su vida.
Tercero, es imprescindible tender un puente entre el corto y el largo plazo. Si bien mucha atención hoy se centra sobre como reactivar el crecimiento económico, debemos construir nuevos enfoques entre los distintos sectores y a nivel nacional y local a lo largo del ciclo de vida.
Un tema pendiente, que marcará agenda, es la transición de economías extractivistas basadas en materias primas hacia economías que encuentran un nuevo balance ambiental, de protección de biodiversidad y de transformación energética.
Entendemos que cada generación latinoamericana define qué tipo de cambio estructural persigue. “Más-de-lo-mismo” en crecimiento económico no garantizará los cambios que están en curso. Cruzar un umbral de ingreso tampoco “graduará” a los países de retos estructurales de progreso y exclusión.
Para lograr las metas ambiciosas trazadas por la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, requerimos entender y actuar con una mirada multidimensional, para construir bienestar sostenible y holístico -más allá del ingreso.
Entendemos el progreso multidimensional como un horizonte alcanzable en América Latina y el Caribe: “nada que disminuya los derechos de las personas y comunidades, ni nada que destruya el planeta puede considerarse progreso”. Este enfoque ya está en construcción por miles de actores, con millones de logros más allá del ingreso en todos los países de la región.