Amahia es picardía. Amahia es fortaleza.
Amahia es una luchadora. Amahia es valentía.
– Angellie González, madre de Amahia Febres
El 1 de mayo, la bailadora de bomba Angellie González preparó una tostada francesa en forma de ocho para celebrar a su retoño, Amahia Malena Febres, quien alcanzó su octava primavera. Esa mañana, como cada vez que se levanta el sol, desayunaron juntas. Son madre e hija, pero además —y quizá sobre todo— cómplices de la ternura.
Los brazos de Amahia nacieron queriendo bailar. Desde bebé agitaba sus manos como diciéndole al mundo que ninguna condición —ni si quiera la osteogénesis imperfecta que afecta sus huesos haciéndolos tan frágiles como el cristal— le impediría relacionarse con el baile, la música, el movimiento.
“Estando embarazada no paraba de bailar. Bailaba antes del embarazo y, estando embarazada, no paré. Incluso cuando estaba a punto de parir, días antes había bomba y yo me metía a bailar al batey sin ningún problema”, recuerda la madre de 29 años, mientras observa a su hija recorrer el espacio en donde, minutos antes, ensayaba.
La niña de ocho años toca el xilófono, canta con SER de Puerto Rico, y a veces, baila. La música siempre ha sido una cobija común entre madre e hija, una desde donde acompañarse para, desde su complicidad, ganarle al mundo.

Amahia cantó este año con el coro de SER de Puerto Rico en las Fiestas de la Calle San Sebastián 2016. (Ricardo Alcaraz/Diálogo)
Amahia camina con precaución. Anda atenta a los niños que la rodean. Alerta. Se aleja de quien pueda representarle una fractura. Sus padres le han enseñado a mantener la calma, aun cuando el dolor le aflija el cuerpo. Lleva en sus pasos inteligencias desarrolladas con el tiempo.
Sus áreas más frágiles son los fémures. Cuando sufre una fractura, conoce cómo posicionar su cuerpo para que su madre la transporte. Coopera. Hubo un tiempo que no fue así. Cumplía alrededor de cuatro años, y cuando llegaban las dolencias le faltaba calma. Fueron días de mucha frustración, recuerda Angellie, y toma un respiro más largo de lo usual. Cuando lo piensa, le tensa un poco la voz, pero la chispa que la define acaba por florecer de vuelta. El tiempo avanza y la manera en que asumimos los dolores se transforma. Amahia lo vivió.

Ambas participaron -bajo lluvia- en la marcha contra la Junta de Control Fiscal realizada el pasado 11 de noviembre, día de elecciones, en Viejo San Juan. (Ricardo Alcaraz/Diálogo)
En estos momentos, camina y corre, pero utiliza un andador para evitar caídas. Y a veces, cuando tiene que caminar tramos largos, se cansa, por eso usa una silla de ruedas. Nada de esto impide que, cuando se le pregunte cuál es su clase favorita, diga, sin pensarlo —como esas respuestas que se tienen bien inscritas en el imaginario, en la memoria y en el cuerpo, porque representan mucho—: Educación Física. Y Música, a Amahia también le gusta mucho la clase de Música; lo dice, y sonríe.

Amahia asegura que sus clases favoritas son Educación Física y Música. (Ricardo Alcaraz/Diálogo)
Angellie participa activamente en la jornada de actividades organizadas por la Colectiva Feminista en Construcción. Baila bomba, y busca, junto a Amaury Febres, padre de Amahia, alternativas dentro y fuera de Puerto Rico para realizarle a la pequeña una operación que fortalecería sus huesos de cristal. Trabaja a tiempo completo. Pero, aun con todo lo ajetreado que puedan ser sus días, cada vez que escucha un: ‘mamá, puedes ver unos muñequitos conmigo’, el tiempo lleva el nombre de su hija.
Antes de eso, cada tarde, cuando recoge a Amahia en la escuela, la pequeña le extiende los brazos. Quizá por eso —y por tanto más— esta madre afirma que “[vivir con su hija] es vivir con un apoyo y una alegría diaria”.

Cada vez que Angellie escucha un: ‘mamá, puedes ver unos muñequitos conmigo’, su tiempo lleva el nombre de Amahia. (Ricardo Alcaraz/Diálogo)
“Llego aquí y para ella es como una fiesta verme. Siento que llevamos como tres días sin vernos, y nos vimos en la mañana… Mi historia de amor con Amahia es como una mezcla de alegría, es como un reto inmenso que está sazonado con demasiadas dosis de alegría”, apalabra, y Amahia la escucha, se acerca, y le abraza con la mirada, como cada mañana, cuando desayunan juntas, cual ritual para iluminar sus días.
- Amahia cumplió ocho años el pasado 1 de mayo. (Ricardo Alcaraz/Diálogo)
- No es extraño que madre e hija se den cita en actividades de resistencia. Acá dicen presente en el homenaje que se le hizo a la ambientalista hondureña Berta Cáceres, a días de su asesinato. (Ricardo Alcaraz/Diálogo)
- Desde su cochecito y con sombrero rosa, Amahia acompaña a su madre mientras participa en el Encuentro de Tambores llevado a cabo en Juncos, en el 2013. (Ricardo Alcaraz/Diálogo)
- Para Angellie González, vivir con su hija es contar “con un apoyo y una alegría diaria”. (Ricardo Alcaraz/Diálogo)