
Ha sido largo su andar por la Universidad de Puerto Rico. Poco más de medio siglo ha sido suficiente para transformar su abundante cabellera negra, en una menuda y blancuzca que recoge en una trenza hacia el lado.
También, fue suficiente para enganchar unos anteojos sobre su tabique. Sin embargo, el tiempo no ha mermado la energía y la fuerza de Aracelia Batista para trabajar.
Todos los días sale desde Carolina en una guagua pública hacia Río Piedras. A sus 83 años de edad, camina y mucho, sobre todo luego de que la Autoridad Metropolitana de Autobuses eliminara la ruta que siempre tomaba para llegar al recinto riopedrense.
Desde 1964 Batista trabaja en la Oficina del Registrador del Primer Centro Docente del País. En aquel entonces, esa unidad era dirigida por Francisco López. Actualmente, ella ocupa el puesto de registradora asociada y dirige esa dependencia junto a Juan M. Aponte Hernandez. Su relación con la oficina se remonta a sus años de estudiante en la Facultad de Educación. Contó que, en ese entonces, se paseaba a menudo por los pasillos del antiguo Cuadrángulo Histórico Norte, donde anteriormente ubicaba Registraduría. Su hermana trabajaba allí. Por eso, conocía a casi todos los empleados y mantenía una buena relación con ellos.
Al graduarse de la Universidad de Puerto Rico, comenzó a trabajar en el sistema de Instrucción Pública (Departamento de Educación, actualmente). Poco tiempo después, tuvo la oportunidad de ser trabajadora auxiliar del bienestar del niño en el Hogar de Niños de Guaynabo. En esa institución del gobierno atendió a niños y jóvenes con distintas situaciones. “Fue una experiencia muy, muy buena y enriquecedora para mí”, comentó a Diálogo.
Sin embargo, otra faena esperaba por ella. De ello se enteró cuando en 1964 recibió una llamada de parte de la Oficina del Registrador. Blanca Olmo, registradora auxiliar de la “sección de anotaciones”, la invitó a trabajar como oficial de evaluación de expedientes.
Luego de pasar la entrevista, comenzó a trabajar en la División de Expedientes y Anotaciones. Batista explicó que tenía a su cargo dos oficiales de anotaciones, quienes se encargaban de preparar y mantener al día los expedientes para cuando llegaran las notas poder registrarlas. “Todo se hacía a mano”, recordó.
Poco tiempo después, Olmo se trasladó a trabajar como registradora en la Escuela de Derecho y Batista se convirtió en la nueva registradora auxiliar de la unidad de expedientes.
Moviendo con mesura las manos y mostrando inconscientemente sus largas y bien arregladas uñas, Batista recapituló aquellos tiempos en los que debía supervisar que se clasificaran correctamente los expedientes por nivel y año de estudio, que se mantuvieran al día los expedientes de los estudiantes activos y que estuvieran disponibles los expedientes de los estudiantes inactivos.
Estos últimos estaban guardados en una “bóveda” de seguridad a la que ella y muy pocas personas tenían acceso. Pero, debían estar disponibles porque los estudiantes se inactivaban, pero siempre solicitaban servicios, en especial, las copias de expedientes. Destacó que una de las cosas que más le gusta de su trabajo es el contacto que tiene con los alumnos.
Y es que Batista ama estar rodeada de estudiantes. “Hay intercambio de energía. Yo digo que los estudiantes te dan vida”, comentó al tiempo que se iluminó su mirada y se activó una sonrisa genuina en su rostro. Su empatía con los universitarios es imperecedera. “Cómo uno pasó por esas edades pues más o menos sabe qué están sintiendo, qué les está pasando, qué les causa desespero”, afirmó.
Reconoció que su preparación como maestra de escuela elemental y su experiencia de trabajo en el Hogar de Niños de Guaynabo le han sido de gran utilidad durante toda su carrera. En estos dos trabajos desarrolló las destrezas necesarias para interactuar con los jóvenes y ser empática a sus necesidades. Expresa con satisfacción y orgullo que ha ayudado a muchos estudiantes en muchas ocasiones.
En 1977, con la llegada de Onelio Núñez como registrador, Batista se convirtió en registradora asociada. En ese momento, compartía la tarea de dirigir la oficina con Juan M. Aponte Hernandez, quien ha sido su compañero de trabajo por más de 40 años. Más tarde, en 1987, se le dio la oportunidad de asumir la posición de registradora oficial del Recinto, pero rechazó la oferta. Batista destacó que en ese momento su mamá estaba muy enferma y necesitaba de ella. Asumir un rol tan importante requería de su tiempo y de su esfuerzo. Por eso, pensó que Aponte Hernandez podía ocupar la posición y lo recomendó.
Desde el principio han tenido muy buena comunicación y confesó que siente una profunda admiración por él. Aseguró que durante las cuatro décadas que llevan laborando juntos nunca han tenido diferencias significativas. Al contrario, se ayudan para que la Registraduría funcione como debe ser.
“¿Por qué lleva tanto tiempo trabajando en la Oficina del Registrador?”, preguntó Diálogo.
Ella sonrió y dijo: “porque aquí el tiempo no se siente”. Aunque lleva 51 años sirviendo a la UPR en una de sus dependencias más emblemáticas, afirma que “a mí me parece que fue ayer que llegué”. Según Batista, eso le sucede porque en la registraduría siempre hay algo nuevo que hacer y aprender.
“Yo no esperaba llegar a los 50 años”, dijo y soltó una risa. Nunca había pedido nada a la Universidad, pero al llegar el año dorado, fue donde Aponte Hernandez y le dijo: “Tú sabes que yo nunca estoy pendiente de nada de eso, pero ¡caramba, yo voy a cumplir 50 años! ¡Yo quiero ese pin!”, relató.
En la Universidad de Puerto Rico la Oficina de Recursos Humanos regala a sus empleados un prendedor cuyo diseño corresponde a la cantidad de años que lleva trabajando el empleado. Batista, es una de las pocas personas que ha llegado a cumplir tantos años de servicio. Por eso, Aponte Hernandez tuvo que solicitarle a Recursos Humanos que encargara un prendedor especial donde se distinguieran las cinco décadas de servicio de esta comprometida funcionaria universitaria.
Y así fue. El año pasado Aracelia Batista recibió el pin que hoy tanto atesora.