Hace un tiempo, específicamente cuando ingresé a la Universidad de Puerto Rico (UPR) en el 2012, comencé a escuchar los ramblings y rantings —ya sea de profesores o colegas estudiantes— acerca de la burocracia universitaria y gubernamental. La burocracia, esa división de tareas tan exponencial que a veces coloca a personas no muy aptas en puestos que no merecen; esa burocracia que nos dificulta y atrasa todo proceso por más sencillo que sea; esa burocracia representativa de la sociedad en la que vivimos, es ejecutada en el béisbol de manera forzosa y constante. Esto último nos hace pensar en la posibilidad de estudiar la vida a través del béisbol, o desde este, por eso de encontrarnos en la postemporada de la Major League Baseball (MLB).
La división de tareas en el béisbol se representa de distintas maneras, siendo la principal y más extrema de todas el LOOGY, que significa ‘Lefty One Out Guy’. Por lo general, los Loogy’s son pitchers iniciales que no pudieron alcanzar o exceder expectativas estadísticas en liga menor, pero por tener un buen historial contra los bateadores izquierdos (nada más) son relegados a dicha posición (a veces son relegados a esa posición al final de sus carreras). El puertorriqueño más famoso, al menos en tiempos recientes, que ocupó esa posición lo fue Pedro Feliciano. Sus años de mayor éxito fueron con los Mets de Nueva York en las temporadas 2006 al 2010. En su caso, le pudo sacar gran provecho económico a la posición: en el 2011 firmó un contrato con los Yankees de Nueva York por $8 millones para dos temporadas, de las que no jugó ni un solo juego en la MLB por problemas de salud.
De la misma manera, la burocracia en el béisbol se ve en posiciones como los defensive specialists, late game pinch hitters y pinch runners. Personas que caracterizan esas posiciones son algunos como Matt Stairs —un late game pinch hitter— quien a finales de su carrera fungió únicamente como pinch hitter. De los pinch runners, Herb Washington quizás no sea el más famoso pero es sin duda el caso más extremo. En las temporadas 1974 y 1975 jugó 105 juegos. En ellos, no tuvo ni una sola aparición al plato; sin embargo, robó 31 bases y anotó unas 33 veces.
De los defensive specialist resalto a Brendan Ryan, que excluyendo una o dos temporadas buenas con el bate, ha fungido principalmente en ese rol defensivo. Sus mejores temporadas defensivas, estadísticamente hablando, lo son las del 2010, 2011 y 2012, cuando obtuvo unas “calificaciones” de UZR de 13.3, 10.6 y 13.8 respectivamente.
De la misma manera, esa mentalidad burocrática del béisbol ha impactado —entre otros factores que no discutiré en este momento— las dinámicas durante el juego y durante la temporada. Esas dinámicas que complejizan el juego le han dado a las estadísticas y a los mismos dirigentes muchísimas más responsabilidades. La figura del dirigente tiene ahora en sus manos un rompecabezas que se hace y se deshace todos los días. Cada movida que hace es impactada e impacta futuras decisiones, ya sean de índole médica (como fue el caso de Matt Harvey esta temporada), comercial (a veces tienen que acomodar sus pitchers de manera que les vuelva a tocar lanzar en días que sean más favorables para el mercadeo) y en cuestiones de pareo, ya que gracias a las estadísticas, el béisbol tiene ahora una mayor habilidad de predicción del éxito.
Por lo tanto, con esto expuesto, podemos ver de manera un poco simple y resumida que la “incapacidad”, “mediocridad”, “especialización”, que vemos en nuestro diario vivir no es una característica única de las oficinas de gobierno que odiamos, del establecimiento en el que trabajamos ni del mundo “real” en el que vivimos, sino que es visible en rincones tan “inocentes” o “triviales” como lo es el béisbol de las Grandes Ligas. Un juego de “niños” que jamás pensaríamos que tuviera la complejidad y la actualidad social que en realidad tiene.