
La llegada de nuestros atletas olímpicos, el pasado martes, 14 de agosto, fue como una brisa que, aunque fuera momentánea, refrescó al país. Solo había que ver los rostros de las personas que los recibieron, que quisieron compartir con ellos; sus miradas de ternura, cariño y admiración bastaban para saber que el sacrificio y el esfuerzo de nuestros atletas olímpicos tienen mayores frutos. Rostros humildes, de alegría y de esperanza, las caras lindas que decía Tite Curet, que quieren un país mejor, que anhelan un mundo mejor. El ejemplo de nuestros atletas ha sido como el pan dulce que alimenta esa sensación colectiva de sentirse bien consigo mismo, de quererse, y de querer que esa brisa sea cada vez más fuerte…
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