
Decenas de personas entran al café al filo del mediodía. Echan un vistazo panorámico para lograr ver dónde se sentarán. También, miran la pizarra negra del fondo, donde se destacan los platos del día. Pero con mirada fija, detrás del mostrador, los espera el cocinero y propietario más jovial, atento y cordial que un citadino se pueda imaginar. Fabián Ramírez los mira con tanta –demasiada- gentileza y los recibe estrechándoles la mano, y llamándolos a cada uno por su nombre.
¿Quién diría que aquel librero, gerente de la desaparecida Librería Cronopios en la ciudad amurallada, de no hervir agua, pasaría a agarrar el mango del sartén y comandar una cocina para alimentar a cientos de riopedrenses y visitantes? Fabián lo asume con entereza, ni en sus más remotos pensamientos estuvo alguna vez cocinar para los demás. Ni tan siquiera cocinar para su familia.
“Yo no hervía ni agua”, dijo el propietario y cocinero del Café del Centro en Río Piedras en conversación con Diálogo. Difícil de creer cuando el paladar tiene la oportunidad de saborear unas caderitas al jengibre, un lomo de cerdo asado o un bizcocho de miel en tan ameno espacio.
Pero es muy cierto. Este mesón, ubicado en las instalaciones de la fundación de la exgobernadora Sila María Calderón, Centro para Puerto Rico en la calle González de Río Piedras, fue el resultado de “un proyecto sobre la marcha”, según el cocinero. Un proyecto que comenzó entre el 2006 y 2007.
“Trabajé muchos años como gerente de una librería en San Juan, Cronopios. Mis cuñadas habían comenzado con el Café de la Tertulia, y poco a poco comencé a hacer unos postres para llevárselos a ellas, porque ellos vendían cosas bien ligeras. Recuerdo que el primer bizcocho que hice fue el de miel y fue todo un éxito”, relató.
Y todo eso lo aprendió de algunos libros culinarios que se habían convertido en parte de su colección y que servían de almacenes de polvo en su casa. Hasta que su esposa, Jacqueline Rodríguez, le dijo que para qué quería los libros si no hacía nada. Un comentario sensato y lógico que lo despertó. Comenzó a preparar algunas recetas como el bizcocho de miel y lo demás ha fluido paulatinamente.
Y como dicen que el amor entra por la cocina, Fabián comenzó a flechar paladares con lo que había comenzado como un coqueteo dulzón de miel y de naranja.
La gente quería más, y esa fue la ignición para que, en la tranquilidad de su hogar, todas las mañanas preparara bizcochos, moussaka, quiche, tabule, caderitas al orégano y otras delicias que, cómo no, hacen salivar hasta una boca en el Atacama.
Tras dos o tres años, se dispuso a comprar la librería que administraba. Sin embargo, el negocio fue infructuoso, no se dio. Así, la vida lo llevó a las artes culinarias. Se dedicó de lleno a la cocina en el Café de La Tertulia junto a su esposa y sus cuñadas. La voz ya se regaba, “en La Tertulia se come bien y barato”.
Mientras continuaba despuntando con éxito, un buen día, dos asistentes de la exgobernadora se le acercaron a su esposa. “Ellas le dijeron que tenían un sitio que iban a abrir y querían tener un café. Le dijeron que sometiera una propuesta para el café”, contó.
Tras un poco de reticencia de parte de sus cuñadas, Jacquie y Fabián sometieron la propuesta, pasaron por el cedazo de la exgobernadora y a inicios del año 2010 abrieron. Desde entonces sirven allí, apostados en un acogedor cafetín de estilo moderno, donde a menudo suenan discos de Joan Manuel Serrat, y donde el aroma del café se confunde con la de las carnes, y se conjuga con el murmullo de las conversaciones y con el clac de los vasos, platos y cubiertos.

Carmen, cuñada de Fabián, también es parte de la confección de la oferta de postres y dulces que prepara en el café. (Ricardo Alcaraz/Diálogo)
Y como todo negocio, sus primeros meses fueron determinantes, y les tocó encarar la tormentosa huelga estudiantil de la Universidad de Puerto Rico (UPR) entre marzo y abril de 2010. Como si administrar un café y llevar las riendas de su cocina no fueran, en sí, unos retos ya innatos.
“Yo nunca había trabajado con empleados de cocina, que son gente muy particular”, dijo Fabián sobre la tarea de comandar la cocina. Antes cocinaba desde la amenidad de su hogar, en silencio y con calma. Ahora tenía que rebanar los plátanos, sazonar las carnes y cocinar, en fin, con dos o tres personas más, en un espacio más grande, pero en el que, en ocasiones, rozan codo con codo.
Así, mientras el negocio iba descollando y buscando su estabilidad, “llegó la huelga de la UPR, que fue un sopetón, que nos dio de frente”, comentó. Todos los comercios del casco riopedrense se vieron afectados, pero, para uno que estaba en pleno arranque, el golpe fue peor.
Mas, lo que parecía ser una terrible encrucijada se convirtió en una ventana de oportunidades. “Los profesores y estudiantes se dieron cuenta que había un sitio donde podían reunirse, dar clases o exámenes. Eso nos dio a conocer con más gente de la Universidad”, mencionó.
Los primeros dos años fueron difíciles en lo que a la economía respecta, según el también contador, egresado de la UPR Recinto de Río Piedras en 1985, al igual que Jacqueline, a quien considera “la mente maestra de todo”.
“Cada día es como si fuera el primero. Hay que empezar con el mismo ánimo y el mismo ahínco, y seguir dando lo mejor de uno, y lo hemos logrado”, dijo convencido. Mas, ¿cómo lo han logrado?
Fabián explicó que el trato a sus comensales ha sido clave. “Muchos de los clientes de nosotros, yo no los considero ya mis clientes, son amigos de verdad. Eso es lo que nosotros tratamos, que la gente se sienta bien recibida aquí”, aseguró.
Y es que, este confeccionador de delicias, ha sabido despachar y alimentar a jóvenes universitarios que, en ocasiones, se quedan cortos de dinero. “Yo les digo, no te preocupes vienes después y lo pagas. Nos han dejado dos o tres cuentas, pero eso es parte de”, comentó, reconociendo que la empatía ha sido otro de los ingredientes en la receta de su éxito.

Fabián nunca pensó que sería propietario y cocinero de un café. Sin embargo, su éxito también se debe a su atención y pasión por la cocina. (Ricardo Alcaraz/Diálogo)
“Yo no quiero que estos muchachos, que a veces están contando los chavitos, se queden sin comer. Que mi hijo, si está pasando por eso, ya quisiera yo que tuviéramos a alguien en Mayagüez que lo atienda como nosotros. Y nosotros le hemos dado la confianza a los universitarios de que los podemos ayudar en lo que sea”, explicó con entera franqueza.
En su hablar aflora su amor por la Universidad y por Río Piedras. Y mientras lo dice se hace notar que está donde debe estar. “Mi familia es de Río Piedras, yo soy de aquí, Jacqueline y mis cuñadas estudiaron en La Milagrosa, y de verdad queremos a Río Piedras. Queremos la Universidad, y la gente se da cuenta de eso. No es un asunto de negocios”, acotó.
Entre sus comensales hay historias, como la de aquel abogado que halló trabajo al compartir una mesa, o la de la maestra desempleada que por conversar en uno de esos almuerzos concurridos, también halló empleo.
Todo eso sucede desde ese pequeño rincón, rodeado de estudiantes, profesores y una comunidad que lucha por sobrevivir. El Café del Centro se convierte en un cocuyo, una lucecita de esperanza, y en un centro de gravedad. Ese espacio donde converge gente de buena voluntad, que pasan, como dicen, a alimentar la panza, pero también el espíritu. Y no es para menos.