
A diario escuchamos sobre el cambio climático y cómo continúa avanzando a medida que pasan los años. Se ha demostrado que la transformación que sufre la Tierra, como consecuencia de ello, está afectando el hábitat y por ende la vida de muchos especies.
En las últimas décadas varias especies han sido colocadas en la lista de animales en peligro de extinción o incluso se han extinguido en una proporción mayor a la observada en el tiempo geológico. Gran parte de esto se debe a la destrucción directa de hábitats, pero también a la escasez de alimentos que experimentan numerosos animales por los cambios en las condiciones de sus zonas.
El oso polar, por ejemplo, se encuentra en la lista de especies amenazadas por las dificultades adicionales que presenta el cambio climático. Como el hielo se derrite, cada vez con más rapidez, a estos animales se les está haciendo muy difícil buscar su alimento.
Lo mismo pasa con otros carnívoros en las sabanas que dependen de la migración de las manadas de cebras y antílopes. Estas a su vez dependen de las lluvias que permiten el crecimiento del pasto. Se ha documentado que ciertas zonas de las sabanas, que son zonas de transición entre la selva y semidesiertos, pasan más tiempo en sequía, por tanto, las manadas se demoran más en visitar las áreas de los depredadores.
Las vacas y el gas metano
Ahora bien, se han presentado muchas soluciones para disminuir el daño infligido al planeta. Ejemplo de ello son las iniciativas para remplazar el uso de combustibles fósiles. En esa dirección se ha propuesto el uso de energía renovable y la producción de carros eléctricos que disminuyen la emisión de dióxido de carbono (CO2). Pero, ¿estamos buscando la solución a una de las fuentes mayores de contaminación?
No se puede descartar que estos avances son un paso en el camino correcto, pero uno de los factores más dañinos en estos momentos es la emisión de metano. Los emisores principales de metano son los animales rumiantes, es decir animales que mastican la comida nuevamente luego de haberla ingerido por primera vez como las cabras, ovejas y vacas.
Por la cantidad inmensa de vacas en el mundo (sobrepasan el billón) y el tamaño de cada una, estos animales producen más metano que todos los demás rumiantes combinados. Se estima que cada vaca libera más de 100 kilogramos de metano al año. El daño que hace este compuesto al planeta es mayor que el del dióxido de carbono porque almacena más calor del sol, lo que contribuye a su vez a aumentar la temperatura de la superficie de la Tierra.
Para contrarrestar este efecto, se han realizados estudios para determinar si el alimento dado al ganado reduce las emisiones de gases. A pesar de que se han tenido resultados positivos, estos solo logran disminuir las emisiones lo cual es bueno, pero no suficiente.
¿Cuál entonces es una posible solución? Entendiendo que indirectamente afectamos más al ambiente consumiendo carne que conduciendo un auto, quizás la respuesta esté en modificar nuestra dieta.
Existen estudios que han demostrado que, si todo el mundo adoptara una dieta vegetariana, en unos 30 años las emisiones de gases por ganado habrán disminuido en un 60%. Teóricamente, si se elimina el consumo de carne no solo se reducirían los porcentajes de metano liberado, sino que también se tendrían enormes cantidades de terrenos disponible.
Estas tierras son utilizados, actualmente, para la cría y mantenimiento de animales de consumo y para el cultivo del alimento de estos. Si estos terrenos estuviesen disponibles se podría fomentar a través de ellos el cultivo y consumo de diferentes frutas y vegetales. Igualmente sería una industria que generaría empleos en las áreas rurales. Además, podría proveer trabajo a las personas que se dedicaban anteriormente a la industria de la carne.
Adoptar una dieta totalmente vegetaria también podría contribuir a reducir la demanda por la pesca, reestableciendo las poblaciones de peces de los cuales otros animales dependen.
Aunque un cambio tan drástico como este no se concibe como un escenario posible, sí nos permite reconocer los beneficios que se obtendrían. No todos están dispuestos a realizar un cambio en sus rutinas alimentarias, a pesar de los posibles beneficios para la salud individual, en parte por la preocupación a una deficiencia de proteínas. No obstante, estas pueden ser sustituidas si se lleva a cabo una dieta adecuada y responsable.
Igualmente, existen lugares donde se depende de la pesca o la carnicería para la economía. También sabemos que el consumo de carne está adherido a muchas culturas, especialmente en la cultura latina donde el plato principal no está completo si falta un pedazo de carne. Sin embargo, no es imposible hacer un cambio del cual nos beneficiaríamos.
La posibilidad de realizar un cambio significativo en nuestros estilos de vida para ayudar a combatir los efectos del cambio climático en beneficio nuestro así como de numerosas especies es motivo suficiente para animarnos y dar un paso en la dirección correcta.
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La autora es estudiante de Biología en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Este texto se produjo como requisito de un curso de zoología.