
¿Cómo recordarla? Ivania Zayas Ortiz. 38 años. Murió atropellada por un conductor que no se detuvo, que siguió de largo. Otra peatona que pierde su vida a manos de la noche, la falta de luz, el hueco de las aceras, los carros titánicos.
“Tu sangre se hizo poema sobre la calle. Tengo tu sonrisa pícara dibujada en mi lágrima”, recitó su amigo Ángel Matos, la voz ahogada.
¿Qué decirle? Disculpa, Ivania, por esa boca policial que se atrevió -sin percatarse, eso es lo peor- a cuestionar tu libertad, tus pasos por esa ciudad que te seguía, que era testigo de tu poesía escondida y tu voz presente.
“Lo que le dé la gana, lo que nadie tiene derecho a preguntar ni a cuestionar. Eso es lo que hace una mujer caminando a solas”, empuñó la alcaldesa Carmen Yulín.
Recordarla como artista. Si. Como amiga eterna del mundo. Como fiel creyente de la libertad, suya, de los artistas, de su Patria.
Así.
El junte se llamó “Caminando a solas con Ivania”. Convocado por Ángel Matos cuando el 14 de febrero daba sus últimas flores. Familiares, amigos, hasta gente que nunca la conoció, se reunieron en el islote que une la 65 de Infantería con el Expreso a Trujillo Alto. Eran cientos de personas. A pocos metros de donde ella cayó. A la luz de las velas que parecían danzar. Tendidos en la grama húmeda. Bajo la lluvia. Bajo el sereno. A la medianoche.
A Ivania la homenajearon como se merecía. Como ella hubiese querido, decían. Como lo que fue. Una poeta, un canto a la vida, un gesto de amor. Le tendieron alas con poesía, un verso tras otro, con música – violín, trombón, percusión, guitarra -, con Silvio, con Sylvia. Con un llanto incontrolable que trataba de terminar en risa, porque así ella lo hubiese querido, decían. Con risa.
No había otra forma. A Ivania una guitarra le nacía de las extremidades. Las cuerdas ya la hipnotizaban, era adolescente. Con su padre, el trovador, escritor de boleros y música jíbara, podía hablar desde la música.
Ivania, que le cantaba a las emociones humanas: “el amor, los temas sociales, las guerras, todas las intensidades que cuando llegan a unos extremos provocan explosiones creativas que tienen que salir por algún lado, en mi caso por la música”, dijo una vez en entrevista la joven cantautora.
Dicen que era la única mujer que cantaba bien a Silvio en Puerto Rico. Le prestaba su voz además a Sylvia Rexach, Violeta Parra, Luis Eduardo Aute. “Como intérprete, me tomo el tiempo para conocer al autor de la canción porque así puedo transmitir mejor el mensaje que, en primera instancia, quiso llevar”, añadió en aquella ocasión Ivania, con su voz sensible, siempre sensible.
Entonces, la poesía. De Lorca. De Corretjer. Toda integrada en su música. Ella también escribía poemas, pero nunca los enseñó. Matos, el organizador de la actividad, se quedó con las ganas. “Quizás cuando revisen si encuentran algo…”, le guiñó a la familia.
“Yo creo que como Ivania siempre se salía con la suya, dejó todo arreglado. Entonces, preparó al pueblo para que nos diera fortaleza”, dice su hermana Elizabeth Zayas, con un micrófono en la mano, una flor en el pelo, los ojos llorosos y la sonrisa ancha. “Les pido que sigan su ejemplo de lucha, de vida, una mujer sencilla, humilde, no le temía a nada”, animó al público que lloraba, sonreía, callaba.
Ivania vive. Eso decían todos. Aclamaban a los cuatro vientos su presencia en el islote armado de poemas. Ivania vive, repetían.
¡Justicia!, gritaron.
Fotos por Armando Díaz / Especial para Diálogo