A la memoria del gran historiador Eric Hobsbawm, por haber sabido vivir, y estudiar, "tiempos interesantes".
No es fácil para un caribeñista y americanista ponderar unas elecciones de las que ha estado pendiente, pero no mucho más que las de Estados Unidos o las de Venezuela. Después de todo, esas otras conllevan consecuencias perdurables para el futuro de América. Ello tiene la ventaja, sin embargo, de proveer una mirada algo menos influenciada por las pasiones profesionales, partidistas e ideológicas.
¿Camino a la inmovilidad? ¿o una nueva esperanza para el País?
Mi perspectiva no es muy halagadora para el País pero tiene, al final, el hilo de esperanza de todo optimista empedernido. De acuerdo a algunos de los escenarios que contemplamos para el resultado electoral, la situación del País podría no mejorar y, según algunas perspectivas, muy bien puede empeorar. A un mes corto antes de los sufragios, cuando escribo, se plantea la posibilidad de un nuevo período del inmovilismo cuando los partidos principales se cancelan mutuamente. Que un gobierno acusado por la prensa y otros sectores de corrupto y abusador esté todavía “en carrera” habla muy mal del País, o de la oposición, y cuidado si de ambos.
Las encuestas más recientes revelan que Alejandro García Padilla no tendría la elección a gobernador tan asegurada como se presentaba en el verano. Mientras más estrecho el margen de ventaja, más posibilidad de volver a enfrentar una división con la Comisaría Residente. Lo mismo con la Legislatura: el escaso margen de ventaja a nivel de partido augura la posibilidad de una Legislatura dividida.
Esto es preocupante, tomando en cuenta que el Partido Nuevo Progresista (PNP) parece haber intensificado en el año en curso lo que amplios sectores del País tachan de saqueo e impunidad. Lo más esperanzador, paradójicamente, parecería ser la multiplicación de partidos de minoría que al menos adecentan el debate electoral y auguran, además, un cambio posible en el sistema político-partidista.
El repunte, modesto pero significativo, del Partido Independentista (PIP) y la proyección positiva, sobre todo del Partido del Pueblo Trabajador (PPT), plantean la emergencia de alternativas de País, aunque todavía dispersas. No falta quien sugiera casi lo contrario: que el partido de gobierno facilitó la inscripción de algunos de los partidos emergentes para diluir los votos de repudio que aumentarían, de lo contrario, los votos del Partido Popular Democrático (PPD).
Cónsono con las encuestas mencionadas, este no es, sin embargo, el único escenario posible. Ni la proliferación de los partidos emergentes promete mejorar el país a corto plazo ni la perspectiva de un gobierno dividido asume el carácter de un destino ineludible. Otro escenario, tan posible como el anterior, es que el PPD repunte al final, en parte porque los partidos de minoría se desinflen a la hora del sufragio e impere la lógica del voto de castigo.
Veamos, el comportamiento electoral de las últimas décadas en Puerto Rico es que los electores “prestados” de los partidos de minoría, por mucho tiempo solo el PIP, se identifican con el voto por su partido preferido para terminar votando, el día de las elecciones, por la opción que consideran “menos mala”.
Este patrón muy bien puede repetirse, particularmente entre electores asustados ante una posible revalidación del gobierno actual o preocupados de que el inmovilismo cancele una nueva esperanza para el País.
El espejo de nuestras regiones y la América toda
Una de las ventajas de estudiar a Puerto Rico como parte del Caribe y desde una óptica caribeñista es que hay una serie de dimensiones que adquieren más perspectiva. Y esa ventaja aumenta, a su vez, al mirar el Caribe como parte de la América toda. El hemisferio americano ha atravesado cambios tan dramáticos en las pasadas dos décadas que a ratos sugieren un cambio tan veloz que podría volverse vertiginoso.
Todo comenzó en Venezuela con la elección de Hugo Chávez Frías a fines de 1998, producto del colapso de su sistema político-partidista y del agotamiento de la cuarta república (orden constitucional) de ese país, no menos petrolera que la actual. Han seguido, en orden nada cronológico, procesos, variadamente en la misma dirección, en Argentina, Ecuador, Paraguay, Perú, y Uruguay y la muy esperanzadora propuesta del movimiento liderado por Evo Morales en Bolivia. Más notable, quizás, ha sido la emergencia del Brasil como potencia de escala mundial y su desafío solapado a Estados Unidos, su antiguo aliado, al menos en la América del Sur.
Estos procesos entrañan muchas lecciones, vistas a la luz del período traumático vivido durante los últimos treinta años. La Crisis Centroamericana que atravesó toda la década de los ochenta del siglo pasado, la llamada “crisis de la deuda externa” comenzada en 1982 y el subsiguiente auge del neoliberalismo que azoló a toda la América y mucho más fuerte a la América Nuestra, fueron la antesala del cambio antes planteado.
La lección tal vez más pertinente para Puerto Rico y buena parte del Gran Caribe es que las cosas tienen que ponerse muy malas antes de que puedan mejorar. No se trata de que el deterioro conlleve, por sí mismo, un cambio positivo. De ser así, hubiésemos presenciado procesos más o menos simultáneos y mucho más parecidos entre sí.
¿Camino a un nuevo Puerto Rico?
Tampoco se trata de proponer una nueva versión de la “crisis del coloniaje” que andaregueó por nuestra política en los años sesenta y setenta. El PIP y muchos otros independentistas dirían que el País no se puede encaminar hasta que se alcance la plena independencia, así como las estadoístas descontentos con la fórmula contraria. Efectivamente, uno de los mayores beneficios potenciales, sino el mayor, de la resolución de las relaciones con Estados Unidos sería liberarnos del empantanamiento de un si stema politico-partdista organizado sobre la base del llamado estatus, como ha ocurrido por los últimos sesenta años.
Debe haber, en cada sociedad, unas condiciones muy propias e intransferibles que conduzcan al cambio positivo. En Puerto Rico, el cuadro presentado al comienzo refleja también una creciente desconfianza de la sociedad con los dos partidos que han compartido el limitado poder colonial por esos sesenta años.
Es decir, la hegemonía que ejercieron más o menos por liderato en las primeras décadas, se ha ido tornando cada vez más en un mero consentimiento, algo cínico o fatalista. Que los múltiples partidos de minoría puedan acercarse a compartir el endoso de uno de cada diez votantes confirma ese debilitamiento, lento pero seguro, en dicha hegemonía. Pero presenta, más importante aún, la posible emergencia de alternativas de país que puedan convertirse en opciones cuando colapse, como debería ocurrir más temprano que tarde, el actual sistema político-partidista.
Seamos claros, sin embargo, la multiplicación de partidos de minoría no plantea todavía alternativas realmente novedosas ni va a acelerar, por sí misma, el posible colapso del sistema actual. Al contrario, parecería también multiplicar el tribalismo que ha cancelado en el último medio siglo un consenso constructivo en Puerto Rico.
Netamente prometedor, sin embargo, es el creciente protagonismo de ese personaje impreciso que agrupamos bajo “sociedad civil” (movimientos comunitarios, ambientalistas, estudiantiles, sindicales, entre otros). La dedicatoria recuerda a Eric Hobsbawm, para mi gusto el mejor historiador en el siglo pasado. Leí recientemente una breve reseña de sus memorias que da cuenta de una de sus experiencias significativas como hijo de un misionero británico en el Asia.
El niño Hobsbawm tenía una nana nativa y ésta se negó a darle limosna a un mendigo. El mendigo, sin embargo, dirigió al niño la siguiente maldición: “Ojalá te toque vivir tiempos interesantes”.
Demasiado interesantes. A ratos me luce como esa la maldición que sufre el Puerto Rico actual. Estoy ante el televisor; se anuncia que el gobierno formalizó la muerte de la “Vía Verde”. Casa Pueblo derrotó a Fortuño; hay esperanza.
El autor es historiador y profesor en la Facultad de Ciencias Sociales del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico.