Este semestre, una veintena de estudiantes comenzó a “explorar la empatía, la sensibilidad ética, la conciencia corporal y las destrezas de comunicación, en aras de una aproximación integral a la sanación física y espiritual de los enfermos”. Así lee el prontuario del curso Humanidades en acción: Caos, creación y teatro sanador, dictado por primera vez en la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras (UPRRP) por la doctora Carola García, a través del Programa de Estudios Interdisciplinarios del recinto.
La actriz y catedrática fomenta en sus alumnos una mirada de empoderamiento hacia los procesos sanadores, un viaje introspectivo que les permita entenderse como seres transdisciplinarios, no solo capaces de estudiar y entender material académico, sino además -y sobre todo- de hacerlo cobrar fuerza en sus vidas.
A continuación, la univeristaria Paola Adorno Vigo comparte un insumo de trazos discutidos en clase, a la vez que reflexiona sobre cómo este espacio, puente entre las ciencias y el arte, ha comenzado a resonar en su bienestar emocional.
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Soy una obra caótica en constante evolución
Las artes escénicas y las ciencias siempre han tenido una relación simbiótica y evolutiva que le ha brindado espacio, naturalmente, a la sanación. Ambos campos tienen como paradigma una búsqueda constante y continua. Su exploración e investigación es infinita y se entrelazan explícitamente en los procesos sanadores. Cuando se logra entender la conexión vital que existe entre estos dos campos, neurológica y emocionalmente, el cuerpo logra un salto cuántico.
Los principios científicos de Darwin planteaban que el más fuerte sobreviviría, sin embargo, hoy día sabemos que sobrevive quien más rápido se adapte a los cambios. Así lo reafirma la doctora Carola García, quien, a través de su tesis doctoral La Arquitectura del Caos en el teatro de Arístides Vargas y sus resonancias en Puerto Rico, explica cómo las artes escénicas, en especial el teatro y las ciencias, se conectan en formas transdisciplinarias. Tal como se cuestionó el principio de Darwin, hoy día conocemos que será el artista que tenga mayor capacidad de adaptación a su entorno, mundo interior y vida, quien mejor conexión y grandeza logrará en su trabajo.
Carola García unifica ambos campos, el teatro y las ciencias, con el azar como hilo conductor. Identificamos el azar como una variable considerada constantemente en toda investigación científica. Las manifestaciones caóticas de la vida son impredecibles, cual las presentaciones teatrales, únicas e irrepetibles. Elementos como el público, la energía de los actores, las circunstancias dadas por el espacio teatral, o inclusive elementos ambientales, hacen de la experiencia teatral una también definida por el azar. El escenario es un laboratorio donde se prueban hipótesis actorales una y otra vez. La puesta en escena o la búsqueda artística tiene un fin, un propósito o un norte; sin embargo, las contradicciones y cambios que surgen durante el proceso de montaje inevitablemente harán que los resultados finales no puedan estar prederminados desde un comienzo.
Las ciencias son un arte. Se necesita imaginación y sensibilidad para enfrentarse a preguntas de investigación. La vulnerabilidad de un científico es tan genuina e importante como la que requiere un actor en escena. El arte es una ciencia en sí. Para cruzar este puente entre disciplinas y lograr experimentarlo, se requiere empatía. Tal como dice el artículo Empathy, de Harun Farocki “people are the way they are because circumstances are the way they are. And circumstances are the way they are because people are the way they are. However, they aren’t only imaginable the way they are but also differently, the way they could be, and circumstances can also be imagined differently from the way they are”. La empatía nace al reconocer el otro lado de la moneda y aceptar la realidad en que vivimos, responsabilizándonos de nuestros actos sin que esto sea una justificación para no tomar acción. Gracias a las experiencias “reales” que enfrentamos diariamente, podemos sintonizarnos con nuestro entorno y apreciar el mundo desde la mirada de otro. La empatía es la puerta a esa posibilidad. A un nuevo paradigma. Una nueva obra teatral.
Podemos empoderarnos de nuestras vidas cuando reconocemos que nuestra dramaturgia la cambiamos cuando queramos. Nuestra interpretación va desde lo tangible a lo intangible, desde lo razonable a lo irrazonable. Y es en esta línea finita que tenemos la potestad de utilizar esta información intelectual a nuestro favor y aplicar el concepto de empatía a nuestras miradas. La palabra empatía, por definición, necesita de otro. ¿Y qué es un personaje si no otro ser humano?¿Existe una distinción entre el rol que asumimos al cumplir con nuestras responsabilidades y nuestro ser interior? ¿Somos víctimas de nuestras circunstancias o creamos nuestras interpretaciones adrede y conscientes de que las estamos creando? Aquí necesitamos detenernos. Mirarnos desde afuera. Salir de nuestra versión para ser compasivos y empáticos con nosotros mismos.
Ocurre un proceso antes de llegar a este punto empático con nosotros y los demás: reconocer nuestras adicciones. Todos somos adictos. Sea una adicción solapada y reprimida o una obvia y explícita, todos tenemos alguna. Una que nos hace olvidar nuestras múltiples problemáticas y situaciones. Desde la soledad nos enfrentamos a cómo conseguir más alcohol, más azúcar, sexo, drogas, o cual sea la dependencia nuestra. Así lo propone Bárbara Ayuso en su artículo El nuevo perfil del adicto a la heroína.
La adicción es un síndrome en el cual los humanos nos hemos encontrado una y otra vez. Muchas veces jugamos al esconder con nuestros miedos y los adjudicamos o los liberamos a través de nuestras adiciones. La adicción una manera de lidiar con nuestros miedos. No es el detente a la droga lo que solucionara nuestro problema, sino entender qué hay detrás de ella. ¿Por qué no nos sentimos capaces de continuar sin utilizar como amuleto a una sustancia? ¿Qué es eso que no queremos mirar? Es en ese momento difícil cuando aceptamos, o no, las respuestas que puedan surgir tras estos cuestionamientos. Es entonces cuando el mirar empático se nos hace amuleto crucial. Nos permite ser honestos sin hacer juicio de nuestros dolores ni de los demás.
A lo largo de mi vida reconocí que soy adicta a estar en control y a aparentar ser feliz. Aún cuando reconozco estos dos factores, presentes en tantas ocasiones, hay una parte de mí que no quiere mirarlos. Como todo adicto. Que prefiere seguir su vida, antes de tomar acción para transformar de una vez su adición a un estilo de vida saludable.
Soltar el control y dejar que la vida sea como es, que las personas elijan su rumbo como sea que decidan hacerlo y dejar que mis emociones afloren cuando necesiten hacerlo, fue algo que empezó a ocurrir muy recientemente. No me puedo tomar el atrevimiento de decir que ya estoy resuelta. Trabajo con mis controles y descontroles diariamente. En muchas ocasiones sentía que si me permitía tener otra emoción que no fuese una de amor, más nunca iba a estar feliz, pero descubrí que la felicidad es una mutación constante donde reformulamos el significado porque es como el universo. Se expande infinitamente y no hay fórmula que lo pueda explicar.
Soy una obra caótica científica en constante evolución. Puedo sentir mis cambios hormonales porque bailo al son de mi honestidad. Podría decir que vivo en sangre propia lo que Carola quiere decir con este curso, porque estoy convencida de que mi alma, mi cuerpo, mi ser, son evidentemente un experimento biológico lleno de magia y colores. Transformo mi ser como un químico transforma un producto a otro. Soy transdisciplinaria porque reconozco que en mí son infinitas las vertientes que hacen que yo exista. Y puedo crear de la nada, porque existo en un planeta gravitacional que me permite soñar y volar aun teniendo los pies en la Tierra.