Quizás la ecuación del título resulte excesivamente simplificadora e, incluso, alarmista. Trata de reflejar lo que creo es una verdad muy, muy incómoda: en el contexto actual de desarrollo del cambio climático y del sistema capitalista de organización de la producción, es imposible frenar el primero sin superar el segundo.
El cambio climático entrará en una fase de evolución brusca si no evitamos que la temperatura atmosférica global ascienda entre 2.0–5.0 ºC desde el año 1800 hasta finales del siglo XXI (y ya ha subido cerca de 0.7 ºC). La fase de cambio climático brusco sería muy difícil de frenar incluso poniendo todos los esfuerzos antrópicos posibles, pues se habrían activado un gran número de bucles de retroalimentación positiva que se autoalimentarían, inyectando grandes cantidades de gases de efecto invernadero (GEIs) en la atmósfera. Para evitar el cambio climático brusco necesitamos estabilizar la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera entre 400–490 ppm, al menos, en los próximos 30 años (actualmente está en cerca de 485 ppm).
Esto significa reducir las emisiones globales de GEIs en cerca del 60%. Por lo tanto, queda claro que actuar rápido es vital para frenar el calentamiento global a tiempo.
Existen suficientes reservas de hidrocarburos para quemarlas provocando el cambio climático brusco. Actualmente hemos entrado o estamos a punto de hacerlo en el pico mundial del petróleo (peak-oil), es decir, hemos consumido la mitad de las reservas mundiales. Queda petróleo barato para unos 30–50 años al ritmo actual de crecimiento del consumo, es decir, suficiente para poder seguir quemándolo hasta hacer que el cambio climático entre en la fase de evolución brusca. A esto hay que sumar la quema de carbón, disponible durante más de 100 años a la tasa de explotación actual, y de gas fósil con yacimientos para más de 50 años.
Los combustibles fósiles son la sangre del sistema de producción capitalista. Cuatro petroleras están entre las 10 mayores empresas del mundo (ExxonMobil, Royal Dutch Shell, Petrochina y Petrobras), y otras empresas estrechamente relacionadas con los combustibles fósiles, como los fabricantes de coches y las eléctricas, están también entre las compañías más poderosas del mundo. Estas “empresas negras” juegan un papel clave en la inercia del sistema a seguir consumiendo combustibles fósiles hasta que deje de ser rentable su explotación, aunque estén diversificando sus inversiones en energías renovables, vehículos eléctricos, etc.
Además de la competencia entre grandes grupos empresariales, la competición entre diferentes bloques capitalistas también impulsa el consumo de combustibles fósiles hasta que dejen de ser fuentes de energía relativamente baratas, competitivas. Así, China y Estados Unidos, con las mayores reservas de carbón mundiales, continuarán quemándolo hasta que les sea más rentable dejarlo bajo tierra, lo cual no parece que vaya a ocurrir a medio plazo; especialmente en China, con requerimientos en materia de legislación ambiental muy bajos y una mano de obra muy barata.
A todo lo anterior hay que sumar que el cambio climático es negocio, y el negocio alrededor de la adaptación (hacer frente a sus consecuencias) supera con creces al relacionado con la mitigación (disminuir las emisiones de GEIs o secuestrarlos en sumideros). Por lo tanto, para los grandes capitales es más beneficioso que el cambio climático avance, pues genera más negocio que frenarlo; algo especialmente importante en tiempos en los que se intenta salir de una fuerte recesión, cuando cualquier yacimiento de negocio tiende a ser rentabilizado por grandes capitales fortalecidos como consecuencia de la crisis.
En vista de los cinco puntos expuestos aquí muy brevemente, podemos concluir que aunque se podrían reducir las emisiones de GEIs en más de un 60% en los próximos 30 años (controlando la demanda energética, aumentando la eficiencia y apostando masivamente por energías renovables) y frenar así el cambio climático, esto no sucederá bajo el sistema de organización de la producción actual. Esto explicaría los fracasos de las últimas cumbres internacionales de lucha contra el cambio climático en Copenhague y Cancún.
Deben producirse luchas sociales de carácter anticapitalistas muy fuertes para cambiar a tiempo la dinámica actual de consumo rentable de combustibles fósiles y de la explotación de sus desastrosas consecuencias. Luchas que deberán librarnos de la evolución natural del sistema capitalista de favorecerse de sucesivas problemáticas ambientales como inicios de ciclos de inversión. Las protestas contra el cambio climático deben ser masivas y poner en duda el principio de acumulación del capitalismo, de crecimiento continuo y acelerado.
Desgraciadamente, si no superamos el capitalismo en las próximas décadas, muchos de los seres humanos que pueblan ahora nuestro planeta serán testigos de si la hipótesis expuesta aquí es cierta o, por el contrario, como deseo, me estoy equivocando.
El autor es militante de En lucha y profesor de Ecología en la Universidad de Sevilla. Acaba de publicar el libro Migraciones ambientales
Fuente www.ecoportal.net